Qué bonito nombre tienes

La sesión del lunes pasado la dedicamos a la felicidad. Tomamos el título de una conocida canción de La Cabra Mecánica y abordamos la cuestión desde la lectura y la interpretación de diferentes textos, unos más poéticos, otros irónicos, otros mucho más filosóficos.
¿Es la felicidad un estado de ánimo? ¿Es un fin en sí misma? ¿Qué nos hace felices? ¿Cual es la fórmula química de la felicidad? La sesión estuvo plagada de interrogantes que tratamos de despejar, primero a través del diálogo y después por escrito.
Reproducimos aquí un par de textos de la ficha de trabajo, el primero titulado "Felices" de Manuel Vicent:

Es muy difícil ser feliz sin hacer el ridículo. En cuanto bajas un poco la guardia te ves al pie de una barbacoa asando costillas para unos invitados y sonriendo en plan californiano con la dentadura postiza, perfecta como el teclado de una pianola. En California los niños de padres felices nacen ya bronceados, del mismo modo que en el Bronx de Nueva York se engendran hijos que vienen al mundo ya tatuados con cristos, serpientes o rostros de Marilyn. Constituyen un peligro mundial las piscinas mentoladas de Malibú y las risas nocturnas que brotan allí en el agua emergiendo de unos cuerpos moldeados, plastificados, cortados por la línea de puntos en las clínicas de cirugía estética o planificados en el gimnasio que se ofrecen a la humanidad como paradigmas de carne. Playas, tumbonas, palmeras, colinas de césped segado, masajes, trampolines, cremas, toallas, dietas, deportes acuáticos, tonos pastel, protección solar máxima, espejos de cloro que reflejan los desnudos del solario: esta iconografía californiana que ha pintado el británico David Hockney es la última forma de terror: expresa la necesidad moderna de parecer feliz a toda costa. Debido a esta dictadura hoy nadie se atreve a aburrirse y menos a confesarlo. El verano actual pertenece también a la cultura americana. Te obliga a simular un grado de dicha y de repente te ves abocado a asar chuletas y chorizos en la barbacoa para unos invitados, mientras se zambullen en la piscina con grandes. carcajadas nocturnas, tipo Santa Mónica. De los veranos antiguos recuerdo su tedio profundo, que era, aromático como un melocotón a punto de pudrirse. Frente a esta felicidad californiana aquel tedio se establecía como una frontera interior que debías conquistar bajo la crueldad de la canícula, pero no existía ningún reto de belleza, ningún simulacro corporal, ninguna ansiedad por ser joven. El aburrimiento del verano te iba calando hasta que todo tu cuerpo se convertía en naturaleza y nadie se avergonzaba de no ser feliz. Simplemente éramos todavía mediterráneos [...]

Y el segundo, titulado "El umbral de la felicidad", firmado por un redactor del diario digital www.eldia.es:

Conozco a un tipo que decía que su mayor satisfacción del día era llegar a casa después de una larga jornada de trabajo y quitarse los zapatos. Aunque sé de sobra que mis siguientes palabras recibirán más de una crítica, estoy plenamente convencido de que hoy en día la gente vive angustiada por tener el umbral de la felicidad demasiado alto. Que el elevado listón que algunos se marcan y luego se empeñan en superar día a día les convierte en unos desgraciados.
De hecho, yo soy uno de los pocos que están completamente en contra de ir trazándose metas inalcanzables para no tener que pasar la existencia anhelando imposibles.
Yo, que con el tiempo he aprendido a usar el optimismo como antídoto a la desazón, he descubierto que existen una multitud de pequeños placeres que, bien gestionados, son capaces de aliviar nuestro desconsolado espíritu y hacernos disfrutar de lo cotidiano como si se tratara de un lujo a la mano de unos cuantos afortunados.
Así, a veces me basta con apurar la última gota del café en medio de una charla con amigos para estar contento, que no feliz, porque la felicidad no es más que un estado transitorio que viene y va como las mareas, y quien aspira a conseguirla a perpetuidad no es más que un pobre iluso.
Me resulta suficiente para alegrarme el día insignificancias tales como que en un almuerzo familiar me cedan el codo del pan o, a escondidas, rebañar con la lengua la tapa del yogur. No encontrar cola en el banco; que, por insólito que parezca, una extraña conjunción astral provoque que la guagua llegue al mismo tiempo que tú a la parada (a veces pasa) o hallar una moneda de un euro en el bolsillo de un viejo pantalón amontonado en el fondo del armario.
Yo, que como ya dije antes no creo en la felicidad plena, colecciono sin embargo un amplio repertorio de momentos felices, como el de descubrir el arco iris después de una gran tormenta, el mágico instante en el que tus hijos aprenden a decir papá o a dar besos, o despertar y comprobar que lo de ayer no fue un sueño.


Esta fue la tarea de escritura:

En la mayoría de los cuentos las perdices acaban estofadas en salsa de felicidad. Pero qué ocurre si el final es otro. Si la felicidad no es más que un fuego de artificio que se consumió en la olla y al final sólo hubo distancia, silencio, tristeza. Para entender la felicidad hay que haber sentido infelicidad. Escribe un cuento  o un poema sobre los que no son felices ni comen perdices.


Y estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller:


No soy feliz, ni como perdices

La angustia de un recuerdo
me carcome en el silencio.
Deshecha por la idea,
deshilo el pensamiento,
robo el placer de vivir
que grita su existencia.
Rota la pasión,
trenzo palabras inconexas.
Mi piel se endurece
en el camino de las horas
cuando expreso mi inquietud,
aún incomprendida.

Sofía Montero García


No fue feliz

No fue feliz. Sin Jack no comió perdices.
Rose despertó a la mañana siguiente del hundimiento del Titanic. Pero sin Jack.
Recordó el beso que le dió en la mano cuando se despidió de él, por última vez.
Cuando las heladas aguas del Atlántico le dejaron sin la única persona a la que había querido de verdad.
La había dicho que moriría siendo una viejecita, no esa noche del 14 de Abril de 1912.
Se encontraba sentada en la silla donde hacía macetas de barro y en la TV salió el dibujo de cuando Jack la había dibujado posando con "el corazón de la mar".
Tenía un perro, un pez, miles de fotos de cuando era joven y el único deseo de que el Titanic no se hubiera hundido, de que nada hubiera sucedido esa noche.
De que Jack volvería a besarla y se casarían. Ese era su único deseo.

Iria Costa


Blackheart o corazón oscuro

Caminaba por las noches por los cementerios,
acompañado de las cuatro almas que había contratado el Diablo.
El mismísimo hijo del Diablo andaba perdido y siempre acompañado.
En cierta ocasión, fui a visitar la tumba de mi abuela y lo encontré deambulando por el cementerio.
Era moreno y un color de ojos precioso.
Vestía de negro.
Lo vi en sus ojos, la infelicidad.
Le pregunté por su nombre, y me dijo que "corazón oscuro" o Blackheart.
Yo sabía que él nunca había sido feliz y que no comería perdices. Lo vi en sus ojos.

Iria Costa


Dos minutos

El agudo dolor lacera mi costado y me deja sin resuello. ¡Mala suerte¡ pienso, mientras corro buscando refugio y acomodo entre los escombros y restos que, como pecios de urbanos naufragios, se amontonan en la ribera del río, bajo el herrumbroso puente.
Dos minutos, apenas dos minutos mas y hubiera salido victorioso y triunfante de la caótica y frenética pugna que mantenía contra una cohorte de esqueléticos y mugrientos gatos. El motivo de tal disputa no era otro que la posesión de los despojos de lo que , otrora, fuera un lustroso y sonrosado pollo.
¡Si¡ dos minutos, antes de que un furioso y vengador arcángel , encarnado en venerable anciana, apareciera de súbito y descargara su bastón, como rayo justiciero, sobre mis descarnados lomos.
Dos minutos, infranqueable frontera, lucubro mientras lamo con ansiedad mi dolorido costado intentando a la vez, recuperar mi orgullo disminuido y maltrecho.
Por solo dos minutos volver a no comer, ni pollo ni perdiz, ni ser feliz. ¡Vida perra!

Fernando de Castro


Feliz final

Su madre le agradecía la inyección liberadora arropándolo todas las noches con su mortaja

Elena Vicente


La Perdiz del Cuento

No fueron felices ni comieron perdices, faltaría más. Hay que estar en una situación límite para llegar a eso. Sí, sí todo os parece precioso porque no son vuestros padres, hermanos, hijos, vecinos…los que sufren las consecuencias. Porque se habla mucho de pagar el pato, pero ojalá fuera así.
Te puedo asegurar una cosa. Yo no tengo nada claro quién es el malo del cuento. Estoy muy muy harto de finales felices… para otros. Dejad de decir con la boca llena que hay que ponerse en la piel del otro, y poneos en mis plumas.

Miguel Ángel Pegarz


La historia de Caperucita y el Cazador

No fueron felices. Y no comieron perdices. Ella apenas acaba de estrenar su mayoría de edad. Era una chica culta, liberada, con aspiraciones y posibilidades. Tenía toda una vida por delante y ganas de comérsela. Él ya estaba en su segunda madurez, era un hombre tosco, poco formado y sentimentalmente precario. Estas historias funcionan bien en los cuentos y en determinadas películas, pero cuando se pasa la última página, cuando acaban los títulos de crédito, la realidad suele ser otra.
La fascinación por el salvador y el hombre maduro funcionó un tiempo. La atracción por la afrodita de suaves curvas y pecado hecho carne también. Pero al poco tiempo ella comenzó a verse limitada, atada demasiado corto, privada del aire que siempre quiso. Él fue no soportando que se creyese más lista, y menos aún darse cuenta de que lo era. No soportaba las miradas de otros sobre ella, ni las tolerase y disfrutara. Ella estaba cada día más cansada de sus pocas luces y su estrechez de miras. A él, ella le sacaba cada día más de sus casillas.
Era la historia del daño. Ella disfrutaba dejando en evidencia su inseguridad. Él imponía su superioridad física.
Pero ese cuento no lo contó nadie. Sólo fue una nota en la página de sucesos.

Miguel Ángel Pegarz


Nunca Jamás

Nunca fueron felices. Nunca comieron perdices.
Nunca conocieron el sabor de la manzana envenenada. No hubo espejito mágico. Ni bruja envidiosa. Ni enanitos. Ni beso que les despertara.
Nunca hubo un lobo que les engañara. Ni un leñador valiente que les rescatara de las fauces de una bestia hambrienta y taimada.
Nunca un hada madrina sus harapos convirtió en galas. No hubo carrozas, ni calabazas. No hubo baile donde destacaran, ni zapato de cristal que les buscara. No hubo principe. No hubo convite. No hubo palacio. Ni madrastra, ni hermanastras.
Jamás les abandonaron en el bosque. El chocolate no vistió ninguna casa.
Nunca hubo sapos encantados.
Nunca hubo cuevas que devoraran a aquel que las hallara. Ni genios. Ni lámparas que ocultaran un aceite donde los deseos se ahogaran. Jamás alfombras que volaran. El "abra cadabra" no fue llave que desnudara el alma.
Nunca hubo cantos de sirenas. Nunca sirenas que por amor se amputaran. No hubo espadas que bailaran. Ni voces secuestradas. Ni cabelleras cortadas. Ni espuma que sepultara a la doncella que mejor danzaba. Jamás el corazón de un joven fue de un puñal diana. El mar no veló una promesa truncada.
Nunca hubo husos que hilaran un tiempo de espera. Ni una eternidad opaca. Ni enredaderas verdes. Ni hiedras. Ni madreselvas. Ni pasionarias que un siglo duraran. Nunca hubo un tiempo fantasma. Ni olvidos. Ni venganzas. Jamás el despecho marchitó una esperanza. El letargo no congeló la risa de Bella ni el pulso del reino donde jugaba.
Nunca hubo patitos feos. Ni cisnes con las alas atadas a las huellas de una camada. No hubo piratas. No hubo corsarios. No hubo banderas negras con calaveras blancas. No hubo garfios que robaran el timón del bajel que a su arbitrio navegaba.
No hubo varitas mágicas.
No hubo cervatillos huérfanos.
No hubo un pequeño elefante que de sus enormes orejas, los ciegos que lo vieran, se burlaran. No hubo una pluma negra. Ni un ratoncillo amistoso. Ni una madre condenada. No hubo circo que la inocencia ultrajara.
Ni muñecos de madera con la nariz desmesurada por una mentira vana.
No hubo un camino dorado. No hubo zapatos de plata. Ni espantapájaros sin cabeza, ni león sin valor, ni hombres de hojalata con la vida oxidada. Ni tornados. Ni perros. Ni globos. Ni hechizos que el agua borrara.
Jamas dudó el caracol, que su cabeza, su valor, y su casa estaban donde él se encontraba.
Jamás creyó el caracol, que su corazón, por mucho que se arrastrara, vivía enterrado en un diminuto latón de chapa. Nunca esperó que los sueños de otros le dieran cuerda y palpitara.
Y colorín colorado...
"Ahora ¡a dormir! " "Duerme mucho chiquitín. Cierra tus ojos color violín... mañana sus cuerdas dibujarán libres sus notas. Sus hermosas notas. Tus notas." "Buenas noches amor"
"Buenas noches mami"
Arropó su descanso. Apagó la luz y se fue. El niño dormía. Como todos los pequeños, sonreía.
"Que tu vida no sea un cuento amor"
Poco después, la noche se llenó con la melodía triste que en la habitación contigua modulaba un triste saxofón.

Ana Isabel Fariña


Varias sombras de San Valentín

Feliciano y su mujer lo tenían todo preparado para pasar la mejor y más romántica noche del año. 14 de febrero, noche de los enamorados. Porque ellos lo estaban, y mucho. San Valentín poco tenía que hacer, pues estaba todo planeado y ¡cómo no! lo habían anunciado ya a bombo y platillo en sus respectivos facebooks: Estreno de la superesperadísima producción “50 sombras de Grey” y romántica cena a la luz de las velas en el mejor y más caro restaurante de la ciudad donde no iban a faltar las sabrosas perdices que tanto gustaban a Feliciano. La guinda del pastel la pondrían ellos al finalizar la noche. La habitación, la música sugerente, las sábanas de seda rozando su piel…

Pero no habían contado para nada con el personaje del santoral. Eligieron esa noche dejándose llevar por la sociedad y no por una creencia absoluta en el poder de la popular celebración. Y eso molestó sobremanera a San Valentín quien, ofendido por su desinterés hacia su persona y reputación, les envió una flecha envenenada de desamor. Moraleja: Jamás subestimes el poder de un afamado Santo.

La película resultó tener tantas sombras y ser tan “grey” como su título. Ojalá hubieran tenido a mano las críticas antes de tirar el dinero de esa manera. Aunque, bien pensado, no las hubieran leído ya que a los dos les sobraba la tinta sobre el papel. Con un amargo sabor de boca se fueron al restaurante y tras varias horas de espera con respecto a la que tenían reservada, por fin se sentaron en una mesa. Sus estómagos sonaban a ritmo de la música del restaurante pues la hora habitual de la cena ya había pasado, pero, nada se podía hacer pues, como ya sabemos, es la noche en que todos los enamorados salen a cenar y los restaurantes tienen que hacer su agosto.

Cuando Feliciano se disponía a degustar el primer bocado de sus esperadas perdices, se dio cuenta de que en la mesa de al lado, estaba sentada, nada más y nada menos que, su querida amante cenando amorosamente con otro hombre. No podía ser que sus ojos pudieran ver aquello. Que su Belinda le estuviera siendo infiel no podía tolerarlo. No pudiendo contener sus celos y lleno de irá se levantó como un resorte y le montó una escena a la enamorada chica delante de su mujer quien empezó a entender los frecuentes retrasos de su marido, las cenas de empresa, los fines de semana llenos de trabajo, los viajes fuera de la ciudad.

Ahora fue ella la que se levantó de la silla, cogió el coche y se fue a casa sin esperar a Feliciano. Cuando éste llegó a casa, sin apenas probar las perdices previstas en la anunciada cena, tampoco tuvo lo que más le gustaba y buscaba por todas partes y con todas las mujeres que se le ponían a tiro.

Así que esa noche, a la que le siguieron otras muchas, ni Feliciano ni su mujer fueron felices ni comieron perdices.

Toñi Martín del Rey


El feliz infiel

-¡No seré feliz! ¡No comeré perdices!
-Arturito… ¡No te entiendo! ¡No sé lo que me quieres decir!
Ese fue el saludo que nos dimos mi amigo Arturito y yo a finales de Abril de 1985, después de estar sin vernos cinco meses. Arturito es barman y lleva varios años que los inviernos se va a trabajar a un hotel de una estación de esquiar, que está ubicada en El Pas de la Casa (Principado de Andorra).
Cuando me llamo por teléfono para decirme que ya estaba de vuelta en Salamanca, le note muy raro. Me había llamado desde el Café Bar donde quedamos siempre. Un Café Bar de película, de los de antes: artesonados oscuros, mesas redondas con superficies de mármol y patas de forja; sillas de madera con el respaldo en forma de arco. Dicho Café Bar está pegado a La Casa de las Conchas, o… La Casa de las Conchas está pegada al Café Bar… Acudí a su llamada sin demora. Pensando.- ¡Que le pasara! - Atravesé la Plaza Mayor, cogí la calle La Rúa y fui dejando atrás el murmullo de las terrazas, que a pesar de que era fresca la noche, comenzaban a cuajarse de ambiente. Al llegar al Café Bar, le busque en la planta de arriba, en la cual había una pequeña tarima por donde iban pasando diversos grupitos de músicos. Entre mares de humo tuve un pensamiento futurista. – ¡Quizás algún día prohíban fumar en los bares! – Divise a Arturito con cara de estreñido y tras el extraño saludo que mantuvimos, me atreví a preguntarle:
-¿Qué te pasa “alma cándida”?
Las primeras notas de un viejo saxofón comenzaron a deambular bajo el artesonado de madera; oportunas para arropar el repentino tartamudeo que le entro a mi amigo.
-¡He…he…ro…roto con Marta!
-¡Que me estás diciendo! ¿Con tu Marta? ¿Con tu novia de toda la vida…? Pero si te ibas a casar en poco más de un mes. Yo ya tengo la invitación de boda. Marta ya tiene el vestido de novia en su casa y tú, el traje preparado, la reserva del restaurante a punto y lo más importante: tenéis reservada desde hace más de dos años La Catedral Vieja para la misa de la boda. ¡Dime! ¿Qué diablos está pasando?
El camarero nos interrumpió.
-Señor Artur… ¡Café!
-¡Sí! ¡Por favor! Con dos terrones de azúcar.
El camarero me miro.
-¡Bíter Kas! – dije respondiendo a su mirada. El camarero asintió y con una risita se marcho. -¿Qué es eso de señor Artur?
-No, nada, es que como sabe que iba a casarme…, bromeando, me llama de usted.
-¡Ya! Pues empieza a aclararme todo esto.
-(Tú ya sabes que en el hotel donde trabajo en Andorra, los dueños siempre son los mismos, pero el personal cambia todos los años porque la nieve no es para todos. Nada más comenzar la temporada y de terminar el primer servicio de la noche, salimos todos los compañeros para conocernos mejor. Conocí a una chica, también de Salamanca, que trabajaba como camarera de restaurante. Se llama Olimpia. Cuando íbamos todo el grupo por la calle, Olimpia y yo, hablando y hablando nos quedamos rezagados. Decidimos recorrer todas las discotecas del pueblo por nuestra cuenta. De madrugada, de regreso al hotel… no sé si fue porque nuestros cuerpos tenían frio o calor, o por el alcohol ingerido, de pronto, me encontré revolcándome por la nieve con Olimpia y dándonos unos largos y profundos besos que llegaban hasta las campanillas de nuestras gargantas…)
Puse ojos de plato. El camarero llego con las bebidas. Oportuno para aliviar mi trance. En cuanto este se retiro, Arturito continúo hablando:
-(Yo no quería que esto hubiese pasado, pero cuando nos quisimos dar cuenta, Olimpia y yo estábamos dentro de un torbellino de pasión, lujuria y desenfreno amoroso. Estaba experimentando nuevas sensaciones con Olimpia. Olimpia era alta, morena, de ojos seductores y labios carnosos, era un portento de hembra… Una caja de condones nos duraba un fin de semana…)
-¡Por favor! ¡Arturito! Omite los detalles.
-(Fui sincero con Olimpia y la dije que estaba a punto de casarme y ella, sin dar mucha importancia al asunto, me dijo que tenía novio formal en Salamanca. Asique, los dos estábamos en igualdad de condiciones. El 14 de Febrero, día de San Valentín, decidimos salir juntos a felicitar a nuestras respectivas parejas por teléfono desde la cabina del bar en frente del hotel. Primero llame yo. –“Marta, amor mío, te quiero mucho, te echo mucho de menos, sin ti no puedo vivir. Muchas felicidades en un día tan especial como el de hoy. Pronto estaremos juntos. Te amo mi vida.”- Cuando fuel el turno de Olimpia, ella dijo tres cuartas de lo mismo a su novio…)
-¡Cínicos! – espeté.
-(Al terminar de hablar, nos quedamos mirándonos y sin mediar palabra nos fuimos al hotel… Te puedo asegurar que no perdimos el tiempo en doblar la ropa, porque aquello fue el acto sexual más brutal, sediento y prolongado del siglo. Me sentí el infiel más feliz de la tierra. La temporada llegaba a su fin y la balanza de los remordimientos comenzaba a desequilibrarse. Olimpia y yo, hablamos de lo que haríamos al llegar a Salamanca; llegando al acuerdo de que ella dejaría a su novio y yo a Marta y así, comenzar una nueva vida juntos.)
-¿Y de dejar a Marta vienes ahora?- pregunté escandalizado.
-¡Sí!... No tuve valor de ir por su casa. La llame por teléfono. Quedamos en La plaza Mayor, bajo el reloj. Ella se podía esperar lo peor porque mi voz fue fría y contundente. En el encuentro…un beso insípido en la mejilla…una mirada de cordero degollado…y…Marta…este invierno he estado viviendo con una chica. El restallido del guantazo que me dio, se prolongo a través de todos los soportales. Marta se puso a llorar como una Magdalena y salió corriendo por mitad de la Plaza mascullando maldiciones hasta que la perdí de vista.
-¡Pobre Marta! ¿Y qué maldecía?
-¡El que a hierro mata a hierro muere! Solo hizo falta media hora para que la maldición de Marta comenzase a cumplirse. Con Olimpia había quedado también a esa media hora después en La Plaza Mayor, pero esta vez en los soportales frente al reloj. Fue la media hora más larga de mi vida. Por fin, Olimpia apareció sonriente, radiante, más bella y más seductora que nunca… pero no venia sola. Un chico la acompañaba. Olimpia me beso ambas mejillas y me presento a su novio. A continuación, a él me presento como un compañero de trabajo… un compañero de trabajo…Impotente le estreche la mano. Ella, autoritaria le envió a compra un “fortuna”. Tiempo que aprovecho para decirme que lo nuestro había terminado, que no le podía dejar porque le haría mucho daño. Una vez más me beso como antes y se fue al encuentro de su novio. Se agarraron de la mano y entre la gente, desaparecieron. Columnas, arcos, farolas, medallones…todo me daba vueltas sin saber en qué lugar de la Plaza me encontraba. Luego, de forma inerte, los pies me trajeron hasta nuestro lugar de encuentro.
Me quede mirando a mi amigo Arturito y comprendí que era un pobre diablo que se había quedado “sin costal y sin castañas”. A pocos metros estaba el camarero que lanzaba sonrisitas de complicidad a nuestra mesa, si sospechar que Arturito ya no iba a ser “el señor Artur”, y de que era un infeliz al que se le habían atragantado las perdices.

Nicolás Hernández López


Cazadores novatos

No fueron felices, aquellos tres amigos cazadores, en su primer día de caza.
Habían esperado durante todo el año que abrieran la veda de la perdiz el 12 de Octubre. Completamente uniformados en el Corte Inglés, con viseras, pantalones, botas, camisas, chaquetas Barbour, y zurrones (todo de color verde), y equipados con varias cajas de munición, calibre 12, y escopetas paralelas de dos cañones.
Ese mismo día, de madrugada, se desplazaron a una localidad cercana y empezaron a caminar, monte arriba, monte abajo, pisando los barbechos de la zona, parando a comer los bocadillos que se habían preparado y bebiendo el vino de las botas que llevaban. Así transcurrió un día agotador, en el que tuvieron de todo, sol, lluvia, y viento, y al anochecer, exhaustos y sin haber logrado ninguna pieza, volvieron a casa.
No fueron felices, lógicamente, porque no pudieron comer perdices, como les habría gustado, más aún, cuando al llegar al pueblo ya de noche, la carnicería donde solían venderlas, había cerrado y tampoco pudieron comprarlas y así poderlas cocinar cada uno en sus casas.
(Otro día será)

Luis Iglesias


No fui feliz

No fui feliz
Humedecí los labios con mis lágrimas
Sorbí su sal…
Toqué las tristeza con mis yemas… ¡qué seca!
Emigró la sonrisa, la arruga se pronunció mirando al suelo...
Se vació el corazón de anhelos y deseos…
El tiempo pesaba, el pozo cada vez más cerca
Pozo sin agua a donde iba a parar el llanto de la desesperanza
Alguien clavó un puñal en el recuerdo…
¿muerte, fuiste tú?
Te alías con el silencio y te adornas con la tristeza
Que no, que no quiero llorar…
Quiero comer una perdiz…
Pero voló… voló… voló…
Voló la perdiz…
¡Perdiz!...
¡Cazador de mierda!
¿Por qué has matado mi perdiz?
Nunca podré ser feliz

Vicente M. Martín


Las cosas simples

No eran felices, no comían perdices pero lo seguían intentando. Mira que habían rebajado el umbral, tal como les indicó la psiquiatra que debían hacer, pero nada, la felicidad no entraba en su casa.
En otra de las visitas, trató de inculcarles que encontrarían la felicidad si conseguían disfrutar de las cosas pequeñas. A propósito de esta recomendación, ese día se sentaron juntos a observar el deshielo, ver como discurría el agua nueva entre las rocas selladas por el liquen pero, transcurrida una hora se marcharon para casa sin sentirse de ningún modo especial.
Volvió a cerrarse el ciclo, regresó otro invierno y Hansel y Gretel no eran felices.
Una noche ocurrió algo extraordinario. Las horas discurrían lentas, tan lentas, que se juntaron con las horas del día pero sin que hubiera amanecido, y así cada noche se mezcló con una tras de otra noche y los días no regresaron más. No volvieron a ver el sol, no ocurrió el deshielo, Gretel no volvió a acariciar a su gato en el tedio de la tarde.
Hansel y Gretel decidieron meterse en la cama y no volver a levantarse nunca y, así lo hicieron. Pero soñaban. Soñaban con lanzarse sobre la nieve blanda, comer masa frita con miel, sentir en la cara la brisa del lago en primavera, recoger a una amiga y contarse sus batallas hasta que, ya sin tiempo, se despidieran en la distancia con un “te mantendré informada”, dar los buenos días a los compañeros en la oficina, leer a Bradbury o escribir un cuento.

Antonia Oliva


Campeón del mundo

Ya lo había hecho todo, con 29 años consiguió el campeonato del mundo. No quería seguir jugando más, así no podría ser derrotado.
No era feliz. Desde pequeño le habían inculcado que para serlo necesitaba a otra persona. Cada semana la buscaba. Siempre tenía prisa y la paciencia no se encontraba entre sus virtudes. Envidiaba a sus amigos por tenerla ya. Poco a poco se fue acostumbrando a la soledad. Descubrió que podía disfrutar del cine sin ir con nadie. Comenzó una rutina con la cual no necesitaba a nadie para encontrarse agusto consigo mismo. Un día encendió su movil y se percató de que llevaba semanas apagado, de modo que se deshizo de él. Todos los días deambulaba por la cuidad sin un rumbo fijo. Llevaba la misma ropa durante semanas. Daba cuatro pasos cortos y se quedaba un instante inmóvil pensando en cómo iba a comer con el poco dinero que le quedaba. Con esa pinta y una barba de meses nadie lo reconocía. Un día la policía le paró.
-Documentación por favor.
-Déjenme en paz.
-Idéntifíquese o tendremos que detenerle.
-No me importa, mi tiempo no vale nada.
Cada vez salía menos de casa, por lo que se cambiaba aún menos de ropa y ya prácticamente no se aseaba. No era feliz, estaba solo pero seguía siendo campeón del mundo.

Andrés F. Santos


La princesa que comía fresas

Había una vez una princesa feminista y republicana, la única que se conoce en el reino con estas dos características. Por eso, ella nunca se había considerado princesa. Un día alguien le dijo: “buennos días, princesa” El primer día le resultó extraño, dada su condición, teniendo en cuenta, además, que no simpatizaba nada con las princesas de los cuentos, con las de verdad, ni con todas aquellas mujeres a las que ella llama princesas o barbies que utilizan su supuesta debilidad y su atractivo físico para hacer lo que quieren, especialmente con los hombres.
El caso es que aquel saludo le sonó bien y decidió que él sería su príncipe, cotidiano, sin sangre azul.
Se lo siguió llamando un día y otro y ella estaba encantada, confiada y feliz.
Fueron felices un tiempo, pero no llegaron a comer las perdices. Resultó que al príncipe le gustaban más las princesas de los cuentos, quizás más dependientes, más acostumbradas a que reyes, príncipes e incluso lacayos les dirigieran la vida. Quizá no se sentía admirado por su princesa como él necesitaba…….,

Un día decidió comer las perdices por su cuenta. Quizá fue entonces cuando encontró a otra mujer en los bajos fondos de las redes sociales. Quién sabe si se habrá convertido en su princesa.
A la que comía fresas de momento no solo se le atragantaron las perdices, ni el caldo podía tomar. Pero ahora sigue comiendo fresas, como siempre.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Teresa Sanz


El refugio de los recuerdos

Los recuerdos son nuestro bien más preciado, aunque muchos de nosotros no nos percatemos de ello. Es cierto que hay oscuros tormentos escondidos y enterrados en lo más profundo de nuestra memoria, esperando salir a la luz. Y debemos estar preparados, reuniendo la fuerza necesaria para destruirlos, porque eso es lo que hay que hacer con todos los miedos y temores, con los malos recuerdos y las malas experiencias, debemos concentrarnos y observar cómo desaparecen, fundiéndose con el vacío y la nada.
Es inevitable muchas veces caer en un mundo de tinieblas, carente de luz. Una vez que las gruesas y tintineantes cadenas nos rodean y nos atan a este lugar frío y solitario solamente podemos recurrir a nuestro bien más preciado: los recuerdos. Navegamos entre ellos como grandiosos capitanes que se desenvuelven en el furioso mar dominado por una tempestad; revivimos momentos que nos reconfortan y nos evadimos de todo lo demás. Nos perdemos en horas y horas de absoluta felicidad… Pero, ¡cuidado! No podemos abstraernos del mundo real y dejar que nuestros sentimientos se queden atrapados en esos recuerdos tan bonitos para nosotros, pues eso también es peligroso, muy peligroso…
Solía subir a los tejados para observar lo que quedaba de la ciudad y otear el horizonte. Mi mirada se perdía en aquel revoltijo de nubes sangrantes que reflejaban la luz del ocaso, esperando a que el cielo se tornara oscuro y saber que había pasado un día más sumido en aquella angustiosa soledad a la que estaba condenado.
Me preguntaba si habría más supervivientes. Tenía que haberlos. Supervivientes como yo, claro, no de aquellos de los que había huido, aquellos que me obligaron a blindar la ciudad hasta el punto de convertirla en una fortaleza inexpugnable.
Igual que odiaba aquella luz pálida y muerta que bañaba la ciudad y la teñía de un tono melancólico y desalentador, y aquel aura deprimente y triste que envolvía los edificios abandonados y las calles desoladas.
Y, sobre todo, odiaba no poder recordar sus rostros. Sus rostros se habían esfumado de mi mente como volutas de humo. Tan solo me quedaban sus voces. Voces quedas y distorsionadas que me perseguían en sueños, perdiéndose con el viento en susurros lejanos cuando mis ojos se abrían en mitad de la noche.
Los había olvidado a todos… Mi familia, mis amigos… Incluso la había olvidado a ella. La epidemia se los llevó, me dejó solo, me transformó en un alma perdida y errante que vagabundeaba por un mundo que luchaba por resurgir de las cenizas en las que había sido enterrado.
Me despertaba cada día y pensaba en ellos. Siempre pensaba en ellos. Intentaba revivir grandes momentos y me imaginaba una vida junto a Cloe. Soñaba, buscaba.
Pero siempre, siempre hay que despertar.
Y yo no quería aceptarlo. Mi única posibilidad de no perder por completo la locura era aferrarme a ese lugar, a ese refugio… El refugio de los recuerdos, el refugio de lo que pudo haber sido y no fue, un refugio donde me alimentaba de una falsa esperanza y donde vivía una falsa vida.
Pero allí podría volver a recuperar sus rostros, su rostro…
Los primeros días me resultó extraño y siempre acababa exhausto, pues me perdía una y otra vez en aquel laberinto de recuerdos, aquel mundo de sombras y tinieblas. Sabía a lo que me arriesgaba, un paso en falso y me tendría que enfrentar a algo tan oscuro y malvado que no sería capaz de volver a reunir el valor necesario para sumergirme de nuevo.
Perdí la noción del tiempo y del espacio, me convertí en prisionero de aquel espacio surrealista que yo mismo había creado. Después de indagar en lo más profundo de mi mente, caí en una especie de vacío intemporal, rodeado de una nada que me absorbía y me consumía cada vez más. Mis fuerzas se habían agotado, pero sabía que debía continuar intentándolo.
Avanzaba entre aquella niebla, espesa y fría, sintiendo la carga de mis memorias sobre mi espalda. El eco de mis pasos resonaba entre los recovecos de aquel espacio de total oscuridad que parecía no tener fin. Todo era oscuro salvo la niebla, densa y gris, que se extendía lentamente, rodeándome y asfixiándome.
Cuando ya casi me había rendido, apareció ante mí una pequeña puerta de madera vieja, que se abrió con un chirrido. Me condujo a una sala que me resultaba familiar. Había visto antes aquellos tapices que cubrían las paredes igual que había escuchado antes el tintinear de aquellas copas de cristal o la suave melodía que desprendían las arraigadas cuerdas del violín.
Había estado allí, entre toda esa gente que hablaba y reía a la vez que degustaba el vino tinto o los variados y exquisitos canapés.
Me abrí paso entre todas aquellas personas, reconociéndolas una a una, recordándolos, sintiendo cómo se avivaban sus rostros en la fragua de mi memoria. Mi familia, mis amigos… Estaban todos… Todos menos ella.
La busqué desesperado, sin poder pedir ayuda a nadie, pues ninguno de los presentes parecía percatarse de mi presencia. Recorrí todo el local hasta llegar a un rincón alejado de la fiesta, donde me encontré conmigo mismo, aunque algo más joven, trajeado y con una sonrisa de oreja a oreja.
No tuve tiempo de pensar en qué estaba ocurriendo. Mi instinto me obligó a volverme en el acto para descubrir a quién sonreía mi yo del pasado.
Y allí estaba ella, envuelta en su vestido blanco de novia, con la melena recogida y dos largos mechones sobre los hombros desnudos. Sus ojos, dorados y brillantes bajo la luz de las velas, temblaron de alegría al verme.
Antes de que pudiera acercarme, todo a mi alrededor comenzó a contraerse y a difuminarse con un sonoroso estruendo. Me quedé en completa oscuridad, otra vez, solo, perdido, sintiendo cómo la rabia y la impotencia crecían en mi interior.
De pronto, una luz se encendió a lo lejos y escuché cómo su voz me llamaba.

—Cloe… ¿Eres tú? —tartamudeé con los ojos bañados en lágrimas.

Cloe apareció de pronto ante mí, con la mirada triste y melancólica. Ya no llevaba el vestido de novia ni el cabello recogido, ni tenía la piel tan tersa como antes, pero seguía siendo increíblemente hermosa. Deseaba abrazarla, tocarla, besarla, decirle lo mucho que la echaba de menos.

—He venido para ayudarte —me dijo.

—Cloe… Te he echado tanto de menos…

—Debes elegir —continuó mientras las lágrimas comenzaban a aflorar en sus ojos—. El verde te devolverá a la realidad, el negro te atará a tus recuerdos para toda la eternidad y te permitirá volver con todos aquellos a los que perdiste. Tú decides.

Extendió sus manos y me mostró dos pequeños frascos de cristal. Uno verde y otro negro.

—¿Qué? Yo quiero estar contigo, quiero que estemos juntos para siempre.

Tomó una de mis manos y la apretó con cariño.

—Soñar para ser feliz o despertar para vivir. ¿Qué prefieres tú? Antes de que tomes una decisión, recuerda que siempre, siempre hay que despertar.

Y se desvaneció, dejándome clavada una esquirla de hielo en el corazón.

—Cloe…

Todavía podía sentir el suave tacto de su piel cuando tomé una decisión.
Mis párpados se abrieron lentamente, con timidez, cegados por aquella luz pálida y muerta que penetraba a través de la ventana y teñía la habitación de un tono melancólico y desalentador.
Me levanté tambaleante, aún sintiendo su nombre morir en mis labios. Cloe…
Trepé por la escalerilla y subí al tejado, como solía hacer todos los días para observar el atardecer. Me acomodé y eché un vistazo a toda la ciudad, envuelta en aquel aura deprimente y triste. Al otear el horizonte y perderme en el revoltijo de nubes sangrantes que reflejaban la luz del ocaso, di un largo suspiro e intenté contener las lágrimas. Por fin los recordaba, por fin la recordaba a ella. Pero estaba solo.
Entonces esperé a que el cielo se tornara oscuro y supe que había pasado otro día más sumido en aquella angustiosa soledad a la que estaba condenado.

Daniel Ruiz González


Todo y Nada

Que otras manos acaricien tus sueños,
Que otros ojos se iluminen con tu luz.
¡Perdiste!
Te escondes de la realidad a la que cada día abres las ventanas de tu vida,
creyéndote feliz frente a los demás.
Tal vez, un día lejos del de hoy, encuentres todo aquello que siempre anhelaste.
Envuélvete en la oscuridad que se multiplica a plena luz del día,
Sólo así estarás a salvo de ti mismo.
En cualquier caso,
elegiste el camino correcto que te conducía hacia la libertad de
tu espíritu cuando pretendiste seguir aquel misterioso sonido que emanaba de tus sueños,
algo así como ir tras la música hipnótica del Flautista de Hamelin.
Mas, esta vez, fuiste un ratón cazado,
atrapado por las afiladas garras de la realidad.
Lejos quedaron aquellos sueños que, un día no tan lejano,
formaron parte de tu vida.
Aquellos que se esfumaron a través de los poros
de la piel de otros cuando se alejaron de ti, olvidándote.
Intentaste ser feliz pero, aquellas tantas veces no confluyeron los astros,
eso era lo que siempre te decías a ti mismo cuando intentabas
buscar una explicación a tanta mala suerte mientras,
una y otra vez, ofrecías TODO,
para no conseguir NADA, y pensabas que…
Tal vez.
Tal vez mañana.
Tal vez mañana será.
Tal vez mañana será demasiado.
Tal vez mañana será demasiado tarde.
Tal vez mañana será demasiado tarde para…
Tal vez mañana será demasiado tarde para ser.
Tal vez mañana será demasiado tarde para ser feliz.
Y te perdiste…

Tina Martín Mora


Un deseo inconfesable

No fueron felices. Viktor e Ilsa Lazlo abandonaron a salvo Casablanca, a pesar de la niebla, rumbo a Lisboa. Apenas unos días después, tomaron un nuevo avión y se establecieron en Nueva York, desde donde Viktor pudo continuar efectuando su labor de resistencia contra el horror del Tercer Reich. A todos sus mítines y manifestaciones en pro de la libertad acudía también Ilsa, vestida de azul y tocada por una pamela. Admirada por la elocuencia y los altos ideales de su marido se castigaba duramente, a sí misma, por no poder reprimir el tarareo de aquella vieja canción que surgía de sus labios como regurgitada. Le sucedía lo mismo caminando por la Quinta Avenida que tumbada, a hurtadillas, –porque estaba prohibido–, en el césped de Central Park. Y también cuando su vista se sumergía en el horizonte, más allá de los confines del océano.
Pero un día, de pronto, su canto cesó. Bastaron tres palabras para silenciarlo. Tres palabras que tuvo que leer Viktor, en voz alta, para que adquirieran, así, en el corazón de su esposa, el denso espesor de su significado. “Rick ha muerto”. Y con él la esperanza que Ilsa guardaba de volver a verlo en un París libre, con los Campos Elíseos otra vez floridos y la Belle Aurore abierta de nuevo, con Sam al piano.
Apenas sí pudo reconfortarla el abrazo de su marido, al que sintió, de repente, como a un extraño al que deseó, aunque nunca se lo confesaría, haber abandonado una noche de niebla en Casablanca.

Juan José Nieto Lobato

Treinta poemas de amor y una canción enamorada

En la sesión del lunes pasado el protagonista fue el poeta Fernando Gutiérrez Nieto, nacido en Galisancho un 24 de enero de 1960. Nos visitó para hablarnos de su trabajo y  de sus libros de poemas: “Las rosas también lloran” y “Treinta poemas de amor y una canción enamorada”. 


Dejamos aquí un pequeño botón de muestra titulado "Mª Carmen":

Manantial de aguas cristalinas
que soñando te alejas entre las rocas,
tengo celos de que a tus labios
besen las palomas.

Vas a parar a los ríos
donde juegan las estrellas
y yo recojo la luna
para ti que eres su dueña.

Me gustaría ser tus lágrimas
para acariciar tus ojos
y deshacerme en tus dedos.
Aunque ya no existiera, te seguiría queriendo.

Sería un poema como el aire
que nunca podría faltarte,
tu amuleto imaginario
o simplemente un verde prado.

Tus ojos son como un prado verde 
en el que siempre
florece la primavera.


Tarea de escritura
Elige un sustantivo de cada uno de los nueve poemas de esta ficha y escribe con ellos un texto Procura que tenga cierto voltaje poético. Incluye en el título que le pongas la palabra “poema”.
Feliz tarea.

Y estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller de escritura:

En la piel del poema

Manantial de letras
fluye con las horas.
El llanto se hace gris,
salpica  sus huellas
en la eternidad de la tierra.
Campos de amor,
nacen en la palabra,
acunan el recuerdo.
Amanece y anochece
donde la luz se hace sombra,
junto a la piel del verso
que siente y oye
el latir de la vida.

Sofía Montero García


La vida es un poema

Al alba,
el agua brota silenciosa,
del manantial de la esperanza.

Bajo las estrellas,
un campesino,
tararea una canción,
arando la tierra.

Unos niños,
con la mochila al hombro,
van pensando un poema,
mientras caminan para la escuela.

El otoño está triste,
al perder el aroma de las rosas.

Luis Iglesias


La balada del sauce
Poema en clave de luz

Hoy Desdémona no canta.
Es polvo que la tierra abraza.
Una tormenta de celos quebró su  balada. Su perfume naufraga.
Siempre inocente, para siempre calla.
Tiene la mirada limpia y la piel helada.
Es bella su imagen. Triste su verdad. Duele saber su voz y no escucharla.
Más no hay puerto que acoja el velero que abordaron los piratas.
No hay hierba en la pradera donde la sospecha manda. 
Las ruedas del recelo nunca descansan.
Un castillo sin puerta es cárcel,  no morada. 

Hoy Desdémona no canta.
El pañuelo que fue promesa, es ahora, mortaja. 
El rayo que incendió  su lecho, guadaña.
¡Pobre sirena sin roca! ¡Pobre doncella atada a un mástil: cruel mesana sin mañana!
Fue la tempestad macabra. Es fuerte el tronar de los fantasmas.
Solo la mar la acompaña. Es su espuma tan blanca como el amor que obsequiaba
La arena recuerda el nombre de aquel  a quien  solo se daba: Otelo, así  se llamaba.
El mismo que le regaló un collar: una gargantilla malva.
Una cadenilla morada con diez perlas engarzadas.
Huella de un amor de barro que la maleza arrasa.

Hoy Desdémona no canta.
Un sauce vela su reposo: su página eterna, su página  desgarrada.
La cubre con sus ramas. Caricias verdes para una naúfraga
Es bella su imagen. Triste su verdad. Duele saber su voz y no escucharla.
Custodio fiel, la ampara.
El suelo cede ante su demanda. Sus raices serán su almohada. Una almohada blanda.
Poco tarda en desnudar su garganta.
Ruedan diez perlas cárdenas. Su brillo es fugaz. Un roce suave y se apagan
La pradera se viste de esmeralda. Alguien entona una balada:
"No hay luz donde no hay confianza. No hay luz donde los fantasmas mandan"

Hoy Desdémona no canta
Hoy canta el sauce que la ampara

(Celos, polvo, balada, imagen, verdad, hierba, ruedas, castillo, puerta,...)

Ana Isabel Fariña


Mar de viento. 
Poema inesperado

Traté de alejarme de las rocas.
El reflejo de tu recuerdo aún pincelaba el alrededor
cuando casi comenzabas a perderte en el horizonte.

Aquella incierta tarde de otoño
sentí sobre mí, tu última mirada.
el último calor de tus besos sobre mis labios.

Entonces, el viento giró inesperadamente,
agitando sus brazos como un molino
Y mis lágrimas se confundieron en medio del mar.

Solas quedaron nuestras huellas en la arena.
aquellas que ni tus ojos
ni los míos volverán a contemplar jamás.

( Rocas, Reflejo, Otoño, Mirada, Labios, Molino, Lágrimas, Arena, Ojos)

Tina Martín Mora


La muerte de los poemas

En aquella noche la luna eclipsaba todas las estrellas. Las campanas replicaron esparciendo su sonido metálico en volutas escalofriantes, desde la gloriosa basílica al espectral caserón, morada de sueños perdidos escritos sobre cadáveres de antiguos bosques. A la sombra del templo, el cementerio jugaba con la luna a las sombras chinas y, más allá de la verja que separaba a los muertos en Dios de los condenados, surgió la niebla, ondulante y gélida. Las gasas plateadas se extendieron por el cementerio de los malditos acariciando las letras gravadas en piedra, nombres y fechas anclados en un pasado olvidado entre silencios pudorosos. Se colaron entre las verjas y se dejaron llevar junto al metálico reclamo de santos, cubriendo la ciudad de los vivos con su emanación, hasta llegar a las puertas del aquel cementerio de ideas. Las olas lamieron las puertas, besando la madera. Los goznes quejumbrosos se doblegaron, reticentes, abriendo la casa, desnudando su íntimo secreto a los curiosos rayos argentados. El aliento de la necrópolis se arrastró por los suelos alfombrados de polvo, dejando tras de sí una estela translucida, hasta llegar al corazón mismo, al alma de aquel lugar sagrado de Apolo. Penetró en la tumba de deseos gritados a nadie, de secretos a la vista del mundo, ideales al alcance de quien quisiera, cuando nadie más que sus autores podía conocer el empírico  significado, enmascarado en mil metáforas laberínticas.
La niebla onduló tomando forma y consistencia, besada por la luna que  conjuró la figura, apenas espejismo del cuerpo, inmaterial y gaseosa de una mujer cuya juventud y belleza dolían. La niebla la vestía de gris plata, abrazando su busto, silencioso y quieto, antes de caer en espumosas cascadas a sus pies. El rostro pálido, sin expresión, los ojos muertos de demasiado sentir, muertos y muerta ella de desamor y brutal realidad, de un no siempre vale querer para poder. Su mano se meció hasta el níveo cuello, donde un cordón sostenía el guardapelo palpitante que descansaba sobre su vacío pecho. En un movimiento controlado se lo pasó por la cabeza con cuidado de no engancharlo en su pelo.  Un atisbo de su perdida humanidad le hizo dudar si cometer aquel sacrilegio cultural, antes de abrir el guardapelo.
 Las almas de aquellos que buscaron amor en poemas ajenos rompiéndose el corazón en mil suspiros de ilusos sentimientos, escaparon liberadas de las cadenas que los mantenían encerradas en aquella celda dorada. Silenciosas entraron en las páginas y tomaron lo que no era suyo. Rompieron versos y desbarataron rimas. Revolvieron el ritmo y el tono. Mataron cada poema con desnatural rabia, volcando sus propias realidades, su desesperación y sus anhelos estériles donde poetas camicaces habían puesto sentimientos frugales.
Con el trabajo realizado, saciadas ya de venganza pero igual de rotas e infelices, decidieron volver a encadenarse en el guardapelo que sostenía la joven suicida en sus manos, que si hubiera podido llorar lo habría hecho, por los poemas convertidos en prosa y por ella misma y su desgracia.
Pero a las portadoras de la muerte no se les permite tal lujo.

Leticia Vicente


Vidas poéticas I

Cuando desaparecía el dinero, rellenaba su billetera con alcohol. Iba a la oficina de trueque, y le daban cuatro litros a cambio de la estabilidad de su familia. Las botellas siempre tenían un regalo extra, la lengua viperina de su mujer. Pecado original.

Elena Vicente


Poema al molino del abuelo  
(corazón, cielo, niño, campesino, molino, mundo, manantial, noche, otoño)

Puede el corazón en el cielo colgarse
y columpiar  a un niño con hambre.
El campesino mira el azul y coloca la mano en su pecho.

Despacio acude al molino.
La aceña no olvida.
Un atardecer hermoso  de febrero, frío y luminoso.

Hoy el agua se estanca definitivamente,
quieta, sin peces… se apaga.
El manantial cesó hace tiempo,
solo las piedras aguantan.
Los recuerdos se ahogan y secan
en un pozo vacío,  lejos el eco de un croar de rana...

Es lóbrego el molino que el abuelo con  sus manos levantó.

La noche se para, ¿queda mundo?
la luna no ilumina,  mira a otro lado.
En lo alto del todo una estrella canta,  caen sus notas blancas
sobre miles de hojas huérfanas,  sin luz.
El viento se alza,  la brisa helada balancea sus ramas desnudas, ¿muertas?

Es duro el invierno en el pais de la pena acumulada.
 
Antes de que también su alma caiga en el agujero vacío,
el campesino se sienta en la rueda y sueña una noche de otoño,
Decidido, desata la cuerda que amarra el dolor a su mirada.
La desesperanza quema su entraña: futuro confuso, mañana sin aire, sin agua, sin fuego...
Solo cenizas.

¿Por qué  el mundo no se arranca el corazón
y lo cuelga en el cielo para que ese niño con hambre se columpie?

Vicente Martín


Decir ...

Decir que hoy
En el cielo de la noche
Hay hilachos de nube.
O que el frío del otoño
Quema como un beso.
Que  la niebla ahoga.
Decir que hoy
El llanto, lagrima y miel,de tus ojos
Naufraga en tus labios.
O que la tierra desnuda y reseca,
Sueña con la verde hierba,
Como suspira la luz
Por la desdeñosa estrella.
Decir que hoy
Quiero enamorarme, otra vez,
de tu cuerpo ,desnudarte
Y saber que piensan  de tu piel
Mis ojos y mis labios.
Decir(te) que hoy ... Amor.

Fernando de Castro


Nueve palabras para un poema futuro

Amor: aporía repetida.
Noche: abrazo, deseo y palpito.
Labios: mundos paralelos e infinitos.
Boca: rojo pasión y vida.
Lagrima: río que te nace y... me ahoga.
Miel: de tu pelo color, ambrosía que de tu pubis mana.
Otoño: saudade, flores y bronce; onomatopeya de ti.
Luz: cuando tu sonrisa llega a mí.
Cielo: donde quiero ser; tu pubis (otra vez).
Amor: aporía repetida.

Fernando de Castro


Poesía nocturna

Almohada, boca, tierra, barro, horizonte, rana, roca, noche, pluma

Noche de barro y ausencia
La almohada vacía y fría no halla
la inquietud en boca de la angustia
Arroja la pluma con ira
trazos precipitados por la huida
Quizá ahora la rana respire
y por el brillo de la roca se transforme
Queda atrás la tierra vieja
Todo el horizonte por delante

Antonia Oliva


Poema otoñal

Como labraba el campesino, la tierra,
donde brotaba el manantial, el agua
fue dejando las huellas del cauce que ahora ya no está.

El sonido del manantial ahoga mis sollozgos.
Cae la noche invernal.
Frío, mucho frío.
Va apareciendo el hielo sobre el agua.
Todavía caen las últimas hojas marrones del otoño.

Iria Costa


Conjurando a la muerte
Cuando la voz que a todos nos reclama pronuncie mi nombre, no quiero que nadie llore al devolverme a la tierra. Llevadme a mi único campo, desandad el camino que fue surcando mi huella. Haced en ese campo mi tumba, de noche y con luna llena. Si lo hacéis tal como os digo, burlaré la eterna condena y brotaré manantial al llegar la primavera. Y así volveré a vosotros, dando vida a las cosechas.

Miguel Ángel Pegarz


¿TROIKA O TRATO?
(Poema sobre el futuro de la dignidad ignífuga)


Cuellos largos y huecos
fugaces palomas en el raso de tu falda
estofadas en la paz-rimel de tus ojos.
No cesa el fulgor del amanecer
en el plumaje de los cisnes de negro
ni la brisa en lo alto del puente del mundo
pero mis manos, ya no son el amor de tu tierra
ni la lava en azogue, el canto a un horizonte perdido.

En silencio, sollozan los niños del cielo
aquellos grillos, esclavos, ya sólo cultivan tristeza
los dioses sordos, ahogados, un verano de campesinos.
El barro, olor a muerte, auriga de un pueblo sin fuerza
arde como tu bengala, pequeña vida de miseria.
Un cuerpo en la hierba aún resuena
poesía sin fotos, eutanasia de reyes sin basílica.
Aún existe la huella que respira
una lágrima bajo la piedra del molino
un hatillo de flores, en tres desiertos contiguos.
La verdad es un carrito sin ruedas
detenido, por las dunas de la arena.
La lejía se remansa en las orillas de los ríos
y su espuma, es toda la miel que nos espera.

Chema García


Frío poema

Maldita noche, gélida palabra, profunda tristeza.
Helador viento, intenso invierno, desconsolado corazón.
Heladas manos, amargas lágrimas, interminables horas.
Hinchados ojos, inquietos sueños, oscuros pensamientos.
Un escalofrío asciende por mi espalda,
congela mi sangre,
eriza mi vello,
paraliza mis sentidos,
recorre fugazmente mis entrañas.
Fría mañana, fría cama, fría aguja.
Lejano horizonte.
Lenta espera.
Cálida esperanza.

Toñi Martín del Rey

Cada loco con su tema

La sesión del lunes, 2 de febrero, la dedicamos a la locura y, en especial, a Leopoldo María Panero. "No hay loco de quien algo no pueda aprender el cuerdo" decía Calderón de la Barca. Y eso tratamos de hacer. Aprender de ellos.
Hablamos del fanzine "Globo Rojo", una experiencia editorial llevada a cabo en el Hospital Psiquiátrico "Santa Águeda" de Mondragón. Con el tiempo mucho de los textos que llenaron las páginas de dicha revista fueron recogidos en el libro "Globo rojo. Antología de la locura", una recopilación de textos de enfermos mentales del Sanatorio de Mondragón, al cuidado de Leopoldo María Panero.



Transcribimos aquí varios textos del libro. En el primero, Sebastián Irigoyen describe el día a día en el sanatorio:

En la mañana de hoy me he despertado a las 8.30. Me he vestido y después me he lavado la cara y me he afeitado. Después seco mis manos y seco mi cara. Me lavo las manos con jabón.
Salgo de mi habitación y entro en el comedor. Desayuno café con leche con sopas.
Después voy al almacén y compro tabaco con caja de cerillas.
Después voy al pasillo del pabellón del Corazón Sagrado de Jesús y ando con los enfermeros.
A las 10.30 horas de la mañana abren el bar y gasto la comida y gasto la bebida.
A las 12.30 de la mañana se come en el comedor, después se toma café en el bar.
A la 1 de la tarde se sale del sanatorio y se va a los bares o se va  los pueblos.
Se vuelve a las 7 de la tarde y se ve la televisión.
A las 8 horas de la noche se cena. Después de la cena se ve la televisión o se va a la cama.
En la habitación se oye la radio o se lee.
Y así es la vida en un sanatorio.


Destacamos la nota que aparece al final del poema, a pie de página: Nota del editor: Como bien dice la Dra. Mabel, para aguantar esto a veces hace falta cruzar los calves, y viajar un rato por la estratosfera, aunque sólo sea para volver luego “al espanto de un nuevo día” (como dice Fredi en uno de sus poemas).

Y aquí un texto de Juan Ángel C. con un alto voltaje poético:

24 horas ha tenido hoy mi vida... y ya hace mucho tiempo 
que en mis adentros se hicieron añicos las monarquías.
24 horas desde que se creó, me crearon y me estoy creando.
24 horas posterior a todo un parte.
24 horas, 24 puños, 24 espinas.
24 hechos, dichos y maltrechos techos.
24 trechos de un corazón partido plantado en un tiesto.
24 deseos.
24 sueños, 24 cadenas, 24.
24 billetes de un camino
24 caminos cercanos a un prado.
24 árboles regando mi alameda y dando sombra a mis 
       24 pasos.
24 hierros que forjaron mis genes, 24 lágrimas que 
acariciaron mis pañales.
24 paredes que intentaron acabar con mis 24.
24 soles y siempre la misma luna. 24 noches y una sola
         caricia
24 veinticuatros, casi unas bodas de bronce.
24 besos multiplicados por infinitos veinticuatros
         contigo.

La propuesta de escritura de la sesión fue doble. Por un lado se ofreció la posibilidad de escribir un texto a partir de las siguientes expresiones "está loco de atar", "está loco de remate", "cada loco con su tema", "hace las cosas a lo loco", "ha perdido el juicio" o "está como una cabra".
Por otro lado se invitó a los participantes del taller a interpretar y escribir a partir de este dibujo:


(Pincha sobre él para ampliar)


Y estos son los trabajos de algunos de los componentes del taller de escritura:


El placer deshabitado

Un rollo dilata mi inconsciente.
destruida por la norma,
me agito en el juego de la vida.

Habla mi pasión
con un gesto articulado
que anuda la palabra
en el caos de la existencia.

Personajes de miel
persiguen mi lamento.

Desarticulo la imagen,
vuelco mi yo deshabitado,
para sentir la infinita longitud
del placer que me atormenta.

Sofía Montero


Récord de Locura
Está loco de atar. Ochenta y ocho horas haciendo nudos batió el récord, pero mira cómo quedó.

¿Quién?
El paciente de la 204 se ahorcó anoche. Cuando los celadores lo descubrieron aún respiraba, pero el guardia de seguridad le pegó un tiro a quemarropa. En su defensa alegó que estaba loco de remate.

Caos organizativo
Cada loco con su tema. Es lo mejor. El experimento de ayer fue un desastre. Si les dejas escoger, su subconsciente les dirige hacia temas afines y pasan a tener un comportamiento normal. Sería la ruina.

Loco de amor
Duerme en el jardín, ha montado el salón a la puerta de casa, lleva cosas al supermercado, entra a pasear por la ventana a la vivienda vacía… Desde que su mujer le abandonó alegando que era demasiado racional hace las cosas a lo loco. Pero ella no ha vuelto.

Sentenciada
Ha perdido el juicio. El juez le concedió el coche, los ahorros, la casa… incluso el apartamento de la playa. Él se ha ido dedicándole una última mirada vacía.
Ha salido del juzgado, tomando posesión del que ahora era su deportivo y ha ido directa a casa, estrellándose contra el muro. Falleció en el acto.

Trabajando como un animal
Desde que lo despidieron de la oficina, Lucas está como una cabra. Va por la calle acompañado de un individuo con una trompeta, se sube a una escalera haciendo el pino… Es lo único que le ha salido para ir tirando.

Miguel Ángel Pegarz


Sueño o pesadilla y vida

Hay cosas que penden sobre la cabeza y no pueden ser relativas mires como lo mires y donde mires lo que mires.
Cuando recibí esa carta supe que mi paz debía volver a su destino aunque ya hubiera alcanzado su procedencia. El trabajo de mi personalidad se había opuesto en una espiral a mi cuadriculado descanso; y aunque no entendía nada aquella paloma que había recibido permanecía perenne cual Espíritu Santo sobre mi cabeza hasta hacerme entender que se trataba de volver hacia atrás para alcanzar mi destino. Y que era mi vida y no podía ignorar el mensaje devolverlo al remitente.

Miguel Ángel Pegarz


Me despierto y, a duras penas, consigo abrir la cremallera que mis pestañas han urdido, durante la noche, para mantener en silencio y a salvo de la luz mis enrojecidas pupilas.
Ya en el baño, apoyado en el viejo lavabo, levanto mi vista mecánicamente hacia el rallado espejo.
Escucho la voz de mi madre, que desde el fondo del oscuro pasillo, me ordena que me lave la cara y que no me entretenga. El espejo, perezoso y burlón, me devuelve un reflejo que me sobresalta y que parece nacido del abismo, del vacío de la nada ¡Acaba ya!, escucho de nuevo a mi madre. ¡Termina y vete!, ¡Es la hora!, ¡Te estarán esperando!
Saludo con la mano, masculló entre dientes un adiós y abriendo la ventana, salgo a la calle…
Aparcada, enfrente de la puerta, una furgoneta negra me espera. En el oscuro costado, en color mármol blanco, un rótulo: Frenopático Casa de las Conchas

Fernando de Castro


Haikus (para un loco)


Loco de atar
Haloperidol gotas
rígido corsé

nausea y delirio
abismo que abraza
cielo y ciprés.

Quiero ser Proust
madalena que mojo
tiempo perdido

Soy paradoja
como un uroboro
cabezacola

Fernando de Castro


Pesadilla de la medianoche del martes del Carnaval

Estoy en la plaza, sobre las escaleras del arco que da paso a la cuesta de la Iglesia. Desde allí veo una estampa entre grotesca y gloriosa: fieles de ojos extasiados y rodillas erosionadas por las frías losas, mientras los sacerdotes y monaguillos enturbian el aire con salmos e incienso; al otro lado de la calle una hilera de confesionarios escupe penitentes, que gritando al cielo se flagelan subiendo, descalzos, hacia la catedral.

En mis manos, pesan los palios de la procesión, almidonados y bien doblados. Si no los llevo a tiempo a la catedral me lo harán pagar, pero el miedo me atenaza, mis ojos horrorizados no dejan de mirar la fila incesante de penitentes, sus rostros desfigurados por el dolor y la rabia, y sus espaldas descarnadas y goteantes.

-Ya los llevo yo- dice una voz a mi lado, una anciana que ha aparecido de la nada me arranca de las manos los palios, mientras me lanza una mirada de desdén y, antes de que pueda decirle nada, desaparece entre una multitud de oradores de rosario que entra en ese momento a la calle.

Dudo pero el miedo es mayor. Sin atreverme a darme la vuelta, voy alejándome despacio. Tropiezo con el primer escalón y caigo rodando hasta la plaza, choco con una mujer demacrada y con oscuros ropajes me pone en la cara un pescado.

-Arrepiéntete, arrepiéntete- me sermonea- el fin del mundo está cerca.

Aterrada me levanto y salgo corriendo. La plaza bulle en una refriega entre los puestos de pescado y los puestos de carne, donde mujeres y hombres bailan y cantan burlándose de los grises y apocalípticos vendedores de pescado, como si todo fuera arrelativo: o desenfreno o santurronería. Choco contra algo y vuelvo a caer. Desde el suelo observo una procesión de hábitos en cuya cabeza va una mujer huesuda y flácida, con una sardina al ristre. Frente a ellos, un desfile de zancudos y bufones sigue a un seboso rey que esgrime un jamón contra la de la sardina.

Al volverme al levantar unos danzantes me arrastran lejos del mercado. Me encuentro sumergida entre bazos y torsos que se retuercen a mi alrededor. La carne danzante me ahoga y tira de mí, rasgándome la túnica. Bocanadas de aire cargadas de un olor profundo a sudor y sexo, no me dejan respirar. Huyendo de allí y acabo aplastada contra la verja de un jardín. Mis manos se aferran a los barrotes mientras mis ojos observan, asqueada, lo que ocurre: en mitad del campo junto a una mesa, desde la que observan un monje y una extraña monja, un curandero le extrae una piedra de la cabeza de un hombre de ojos idos.

Los danzantes me han dejado atrás, y en la calle solo hay un anciano monje barbudo va tambaleándose de un lado a otro. De pronto me mira y me señala con un acusatorio dedo.

-No me tientes, sierva de Satanás. Por mi nombre que es Antonio, que mi alma no caerá en tus garras- me espeta antes de seguir su camino farfullando entre dientes.

Ahí gente que busca tanto no caer en la tentación que la ve por todos los rincones, pienso mientras mis pasos me acercan a una torre de dimensiones imposibles. Dentro trabajan miles de personas en una sintonía enrarecida, como si pensaran todos al unísono. Un desasosiego me hace alejarme de allí. Asciendo por unas empinadas escaleras y a cada nivel que paso la armonía se va rompiendo, hasta el punto de cuando salgo al exterior en la cima a medio construir me recibe una lucha encarnecida, sin bandos ni ideales, donde cada cual defiende su personal punto de vista sobre la obra.

Los obreros me arrastran hasta el precipicio. Lucho por mantenerme dentro pero de un empujón me tiran de la torre. Caigo al vacío mientras la torre se desdibuja y el suelo se acerca demasiado rápido.

Un pez alado me rescata antes de morir estampada contra el pavimento. Sobrevolamos toda aquella locura. En el mercado Cuaresma vence a Carnal y los danzantes han enredado a san Antonio en su bacanal. Me aleja de allí y veo el lugar del que procedemos: el pez bate las alas, lentas, sobre el jardín donde hombres y mujeres retozan entre prados y fuentes rosadas, amándose y comiendo frutos rojos del pico de pájaros gigantes. Deseo que paremos allí y poder unirme a aquello paz, pero el animal no atiende a mis deseos y finalmente me deja caer sobre una barca en mitad de un lago añil, agotada me dejo balancear por las aguas.

-Este no es sitio para vivos- oigo que me dice la voz indulgente de Caronte- La Estigia es solo para los que tienen que tomar la decisión- veo que me indica con la mano dos ríos.

-Solo quiero descansar un momento.- respondo, suspirando, mientras los colores a mi alrededor se destilan y se mezclan, estirándose y volviéndose abstractos. Mareada cierro los ojos y cuando vuelvo a abrirlos la locura solo está en mí.

Me levanto y miro mi reflejo sobre el espejo. Mis ojos. Mi destino. Mi yo.

Detrás de mí, sobre la pared, Brueghel, el Bosco y Patinir.

Leticia Vicente


El inspector estaba como una cabra

El pasado lunes, 2-02-2015, apareció en la carretera de Zamora, en un área de descanso, un coche abandonado, con una mujer muerta dentro del mismo. No presentaba ningún signo de violencia.
El cadáver lo descubrió un joven fisioterapeuta que se desplazaba a su localidad de origen, un pueblo cercano a la capital zamorana, después de haber asistido esa misma tarde en Salamanca a un curso de escritura creativa.
El inspector Leoncio, destinado en la comisaria de Zamora, con amplia experiencia en asesinatos y secuestros, se desplazó al lugar de los hechos, a los pocos minutos de ser avisado.
Enseguida, dedujo que el principal sospechoso era la persona que denunció el caso, más cuando encontró en una carpeta que portaba éste, un plano donde meticulosamente, describía todos los pasos a seguir.
Leoncio, gran aficionado a resolver crucigramas, jeroglíficos y sopas de letras, no tuvo ningún problema en su interpretación:

Procedencia: Zamora
Destino: Salamanca
Descanso: Área de servicio
Personalidad: Escritor de relatos
Trabajo: Fisioterapeuta
Rectángulo (con ventana): Coche víctima con techo solar.
Curvas: Varias rotondas cerca del lugar
Arrelati/vidaz : alterar / vida / z (zamora)

El abogado defensor del fisioterapeuta, el día del juicio, no tardó nada en demostrar que el inspector estaba como una cabra en sus razonamientos. Comprobó que el inspector había estado varias veces ingresado en el psiquiátrico de Salamanca; tenía la obsesión por meter gente en la trena a la menor, y a sus compañeros les decía continuamente, que él solo iba a llenar de presos la cárcel de Topas.

P.D. (Los personajes son ficticios, o mera coincidencia)

Luis Iglesias


Yo Loco

Esa línea no soy yo,
estoy oculto en un garabato sucio,
en un armario de recuerdos huecos…
Esa flecha pintada en el papel no soy yo,
estoy escondido en los puntos que marcaron mi procedencia, mi destino…
En ese ataúd de silencios no estoy yo,
mi personalidad la devoró un trabajo sin sueldo, mi genio un sinvivir de miedos complejos …
Deseo volar en el globo que habla con trazos nunca seguros,
que sale de su esquema, que flota con viento desconocido…
Pero escupo sonrisas de mentiras digeridas,
Fracasos disfrazados con poses.
No hay eco en mi grito, ahora es aullido sordo, perdido, solitario, siempre entre lobos…
¿Quién cortó ese cordón umbilical?
¿Quién marcó al ombligo con la pena?
¿Quién selló la cabeza con la tristeza, con la cordura, con la mentira, con los temores al vacío?
Frente a un universo de agujeros negros.
Solo amar vale.
Amar como una luna sin espejo, como sol sin luz
Hoy el pecho se entrega solo,
valiente muestra el paisaje de un alma que de verdad ama…
Todo lo abarca… se entrega entre luces y olores y colores y sabores
Y flota ¿por qué flota el amor?
¿Por qué los deseos vuelan?
¿Por qué hiere el horizonte que no alcanzo?
¿Por qué sueño mar en el páramo?
Loco
Sí… loco
Loco de amor… de verdades… de misterios… y de muerte…

Vicente M. Martín


Cada loco con su tema

La Asamblea de Majaras, reunida hoy día 30 de febrero del año azcientosdos, ante la recurrente negativa del Congreso Mayor de Cuerdos Incordiales de concederle lo siguiente :
- amores sin compromiso
- amigos desinteresados
- casas sin hipotecas
- caramelos con sabor a garbanzos
- cultura horizontal
-y artistas humildes
-y espectadores sin complejos ni prejuicios (basta ya, que se te ve el plumero)
- comercio justo
- religiones sin odios ni miedos. No religiones, sino éticas. No éticas, sino estéticas. Sintéticas. Patéticas. Cuando nos aclaremos sobre este punto y el de la política, lo reclamaremos
- y una trucha y un bolso que sonría
Ha decidido: hacer pan y plantar calabazas.

Elena Vicente


Loco de atar

En el ático de mi edificio hay un loco peligroso. Como todos somos buenas personas, lo tenemos atado y nos turnamos cuidarlo. La semana que me toca a mí, le alimento con dos kilos de estrés, un cuarto de desesperanza, medio kilo de fobia a las arañas, los despojos de mi último amante y lo que le sobra a mi inconsciente de la infancia. Él me lo agradece mucho, aunque su comida favorita es la doble personalidad del político del tercero. Un día vinieron los loqueros a por él, y todos los vecinos montamos una barricada. Pobre hombre, con lo bien que nos come.

Elena Vicente


El Búho

Gracias a ese Dios que no existe, nací sin juicio. Mi patria no tiene bandera. Es un país prohibido. Me descubrieron y acabé en una cuadra. Lejos, muy lejos de la montaña que me enseñó a ver en la nada. Me ataron a una cama. Pero cuando se ha tocado el cielo, la gloria siempre te acompaña.

Soy un búho. Los gritos de los búhos no se oyen. Todo el mundo lo sabe. Pero un búho ve. Yo veo. De día sale el sol, de noche es la luna quien me ampara. Ellos son hormigas guerreras. Viven en su trampa. Trabajan duro sobre los hilos de una araña que les marca. No tienen alas. Moran en celdas que llaman casas. Por ellas, matan. No conocen el descanso, la paz de vivir a cielo abierto. La calma cana. La espuma de nieve que te desplaza en el plano. La balsa que espera más allá de un cruce de rayas. Líneas que se curvan para soportar el peso de una geometría pautada, del yunque de hierro que les aplasta. No se permiten fugas. Antes de morir han muerto. Su destino es procrear nuevos puntos que se entreguen a esa seda que adormece sus agallas. Se creen grandes y desconocen los mares. Se nutren del aplauso artero que les obliga a postrarse. Trabajan por él laurel ajeno. Corona que envenena su savia. Tiara que pudre su único mérito: el exclusivo olor de su exclusivo cetro. Prefieren ser notables a personales. Quedan pocos caballos salvajes. No existen horizontes para el corcel que se pierde en espirales.

Soy un buho. Los gritos de los buhos no se oyen. Todo el mundo lo sabe.
Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Ratones negros.

Recuerdo el desierto. Ese invierno infinito de arena y miedo. Recuerdo cuántos de los que conmigo huyeron de las cloacas cedieron. Las dunas son olas que vomitan fuego. Lava que destila ira. Espejismos demasiado sólidos para un navío pequeño. Neptuno es un dios severo.
Recuerdo que fui hoguera. Fui humo. Fui nube de pavesas que se entregó al viento.
Recuerdo... Recuerdo... Recuerdo un caballo blanco y miles de ratones negros alrededor de un niña enferma que se burlaba del hierro, del anguloso acero que huele a laurel seco. Recuerdo un animalito que no dormía y no comía buscando el perfume exclusivo de su reino. Eso fue hace mucho tiempo.

Solo los caballos blancos que han galopado sin freno, conocen la cima de la cordillera que acaricia el universo, el lugar de donde todo procede, la burbuja de aire fresco que escoba la sordera, la ceguera y el miedo a tener miedo. Yo, a veces, tengo miedo.

Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Caballo blanco. Caballo blanco...
Soy un buho. Los gritos de los buhos no se oyen. Todo el mundo lo sabe.

Ayer escuché llorar a mi madre. Estaba detrás de la puerta. ¡Pobre madre! ¡Puso tanto cuidado al dibujarme! Apenas le queda tinta, y la poca que le queda, la consume en intentar rescatarme. Ella no lo sabe, pero en el fondo de sus ojos hay peces de colores que juegan entre corales.

Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Ratones negros. Ratones negros. Ratones negros.

El borrón que me custodia le informó al detalle. "Sin mejoría. Vuelva en un mes. Le daré un nuevo parte. Esta grave. Y recuerde, el tiempo es relativo. Lo importante es que sane"

Caballo blanco. Ratones negros
Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Caballo blanco. Caballo blanco
Ayer escuché llorar a mi madre. ¡Pobre madre! ¡Pobres peces de colores! ¡pobres corales!

Ayer escuche llorar a mi madre y grite. Pero soy un buho. Y los gritos de los buhos no se oyen. Todo el mundo lo sabe.

El tiempo no es relativo, madre. El tiempo es la "arrelatividaz" que esconde la paz de un cielo abierto, la calma cana de una fuga, la espuma de nieve que te desplaza en el plano, la balsa en llamas que navega en la cima de una montaña. El tiempo es el instante sin freno.

Se puede tocar el cielo.
Quedan pocos caballos salvajes.
Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo blanco. Ratones negros.
Caballo

Ana Isabel Fariña


La puerta
Procedencia: Varsovia
Tomé el primer tren con dirección a España. Donde sabía con seguridad que iba a encontrar trabajo, lejos del frío, el hambre o la necesidad de encontrar mi personalidad después de haber pasado el invierno tan frío en Alemania.
La flecha del dibujo no me indicaba lo contrario, atravesaba la puerta.
Destino: Descanso.

Iria Costa


Perdió el juicio

Esta mañana ha perdido el juicio, pero no era la primera vez, hacia años que comenzó este pulso con la justicia e invariablemente salió destruido.

Alfredo Domínguez


Azares

Abstracto y concreto se juntan a golpes de entropía en una personalidad circular, perdida, que se desenvuelve en un túnel oscuro a base de pasos sinuosos sin descanso. La telaraña se desgrana y la arrelatividad acecha el círculo para tirar del hilo cada vez más.
Por azares de las leyes, la de la relatividad se quedó atrapada en un laberinto y le cayó una “a” en la cabeza y de dar tantas vueltas, de ir y volver sobre los mismos pasos, se enunció una nueva ley que afecta a personalidades asustadas, amigas de la cordura, sin palabra, tiempo ni música.

Antonia Oliva


Greguerías que no con-cuerdan sobre lo loco…

No es lo mismo:
1. Lo-cura ≠ cúra-lo sin sotanas [Al revés= sanato(rio)s]… ni Satanás [Al revés= San Ata(do)s].
2. Ya loco-jo… ≠ Ja! ¿Loco yo?
3. A un loco ni caso ≠ ¿Acaso yo un loco?
4. Loca de ida y vuelta ≠ Cola de loco vuelta e ida
5. Dale la vuelta… ¿poco te parece loco?
6. ¿Qué le falta a un cuerdo? ¿Qué cuerda le sobra a un loco?
A un cuerdo cuando le falta cariño se mueve sin cuerdas para sentarse en un precipicio.
A un loco le sobre cuerda para sentarse a tu lado sin sentirse acosado por la falta de cariño.

Ten cuidado cualquiera podemos estar mañana a este o al otro lado de la frontera, pero nunca debemos olvidar que todos somos PERSONAS = PERSANOS= AS SON PER (en inglés=)“como hijos para…” los demás).

Chema García


Cada loco con su tema

Opción 1:
Estaba loco de atar, pero mucho más cuerdo que todos los que le rodeaban

Opción 2:
- Hombre vecina, ¿qué tal te va? ¿Qué tal tu Antonio? Pobrecito, ¡quién lo iba a decir, a estas alturas…! Lo que es la vida, no hace más que darte sorpresas. Y para sorpresa, la que acabo de llevarme yo al cruzarme con la chica del 3º izquierda. Si nunca se la ve a estas horas… Te has fijado en ella, para mí que le falta un tornillo. Mira cómo viste, con la ropa esa que se lleva ahora, totalmente pasada de moda, llena de colores, parece una pordiosera. Y casi nunca se maquilla, ni se peina de peluquería. Podría arreglarse un poquito, digo yo. ¡Hay que ver que es rara! Va a trabajar de cualquier manera. No hay quién la entienda, ¡con el dinero que tiene!. No, si ya con vivir en este edificio, debe de estar forrada. Bueno, qué te voy a contar a ti, que lo sabes mejor que yo. Sí, eso me han dicho, que es millonaria, que heredó este piso y no sé cuantos millones y no es necesario que trabaje. Sin embargo, trabajar, sí que trabaja. Lo sé de muy buena tinta, créeme. Sólo que es de estas jóvenes de ahora, modernísimas, que necesitan tener un oficio para sentirse realizadas, para estar a la misma altura que los hombres. ¡Vaya bobada! Yo en cambio, que mi Pepe me traiga el dinero a casa, que tanto él como yo estamos más a gusto si yo me ocupo de las tareas del hogar. Además, a él le gusta así y a mí salir a tomar un cafelito con mis amigas, la partidita, el pádel, en fin, disfrutar de mi tiempo libre y hacer con él lo que quiera, tú ya me entiendes. Total, con lo que gana mi Pepe en el Ministerio, nos da para llevar una vida más que desahogada. Bueno, pues lo que te decía, que trabaja, pero todavía no he logrado saber en qué. Sale por las mañanas de casa tempranísimo y vuelve a eso de las tres. Unos días más pronto, otros más tarde. Después se mete en su hura y no volvemos a saber nada de ella. No da un ruido, la chica, eso sí. Alguna vez he oído música, pero muy bajita, muy bajita, que no me entero ni de quién canta. Seguro que no es mi Pantoja, porque si lo fuera… ¡claro que la hubiera escuchado!. Su música y su voz, son inconfundibles. La pobre. Hay que ver lo que le están haciendo a la pobrecilla, en la cárcel, ya ves tú, como si fuera una delincuente. Y eso que lo único que ha hecho en su vida ha sido trabajar duro para salir adelante, después de la muerte de su marido, que tuvo que sacar ella solita a sus hijos adelante. No hay derecho, oyes. Lo de ella y el Bárcenas, me tiene desazonada. ¡Adónde vamos a llegar!. Que a gente decente la metan entre rejas y luego anden por ahí esos melenas, perroflautas, gente de izquierdas y de mal vivir que no hacen que meter malas ideas a los demás en la cabeza. Fíjate que ahora está el coletas ese, que como salga en las próximas elecciones, nos va a dejar el país peor que con los socialistas, ¡qué ya es decir! Fíjate que dice que la gente con dinero tenemos que pagar más impuestos. Ni que tuviéramos que trabajar para esa chusma que no es más que un grupo de vagos. ¡Adónde vamos a llegar, hija mía!

Pues lo que te decía. Que se pone a escuchar música y no sale de casa. Bueno, los fines de semana sí. Tarde, eso sí. Las mujeres decentes no salen a esas hora, no señor. Si hiciera eso yo, el mi Pepe me iba a hinchar a hostias. Perdón por la palabra hija mía, pero es la verdad, que son unas horas que pa’ que. Y a veces viene con compañía masculina. ¡Habrase visto que golfa! También femenina, según toque. Pa’ mí que le da a los dos palos. Pero no he descubierto si tiene pareja formal. Si es hombre o mujer, ya me entiendes. Eso que estoy siempre al acecho a ver si veo algo que me de una pista sobre ella, no te creas; pero nada. Tengo la mirilla desgastada, hija. Pero nunca la he visto subir por la escalera con nadie fijo. Claro que con esas pintas, quién va a querer estar con ella. Además, tan escuchimizada como está. No sé qué comerá. Un día me la encontré en el supermercado de la esquina y tenía el carro vacío, un poco de pan, bastante fruta y verdura, algo de queso y carne. Ni unos bombones, ningún dulce, ¡ay! con lo ricos que están. Mira, ella se lo pierde, que bien que necesitaría unos quilitos de más. ¡Ah! y unos tampones. Es rara hasta para eso, hija, ¡dónde estén unas compresas que se quiten esos inventos nuevos! A mí sólo mi Pepe, ya sabes, casta y pura hasta la sepultura. Pero, ya ves tú cómo son las jóvenes de hoy en día, aquí todo el monte es orégano.

Me han dicho que todo su dinero se lo gasta en libros. No sé para qué querrá tantos. Yo la he visto leer muchas veces cuando tiene un poco las cortinas corridas. Pocas veces, no te creas, porque es muy celosa de su intimidad. Pero te lo digo de verdad, que tiene las paredes del salón llenas de estanterías con miles de ejemplares. Y la entrada también, que yo lo he visto. Además parece que son de todos los tipos, tú ya me entiendes, grandes, pequeños, gordos, delgados, nuevos, de segunda mano, viejísimos. Serán de esos raros, como ella. Hija, donde esté la Santa Biblia, que se quiten todos los demás. Y digo yo, para qué leerá tantos si luego no habla con nadie. En el portal, sólo “hola” y “adiós”; ningún vecino le ha sacado una palabra más. Con lo bonito que es llevarse bien con los vecinos. Ves, como tú y como yo, que nos vemos de vez en cuando y hablamos de los más y de los menos, ¿verdad? ¡Uy!, pero que tarde se me ha hecho con tanta cháchara. Me voy que va a llegar mi Pepe y no le tengo hecha la comida y luego se pone de morros, que le duran por lo menos una semana. Te dejo, te dejo. Ya me contarás qué tal os fue en la operación de tu Antonio, que no puedo pararme. Si eso se paso yo por tu casa una tarde de estas y me cuentas. Madre mía, ¡hay que ver cómo corre el tiempo!, no le da a una ni tiempo para hablar con las vecinas….

- No, si aquí, cada loco con su tema, cariño, suelta su mierda y no quiere saber nada de los demás. Mejor, así no se entera todo el vecindario…

Toñi Martín del Rey


Lo que te conté, Manuela

Mucho me temo que a mis cuarenta y seis años (nací en el 38), ya no tenga mucho juicio que perder.
Recuerdo que antes de que me trajeran a este sitio desde el que ahora escribo, yo vivía en una casa de piedra, con chimenea y balcón. Allí tenía un periquito azul y un pez naranja. No jugaban entre ellos, pero sí yo con los dos, más con el periquito que con el pez, que no se dejaba coger ni cuando lo echaba en el cubo grande de zinc que tenía mi madre guardado en el bodegón para cuando hacía el jabón de sosa una vez al año, por los Santos casi siempre. También tenía una radio del tamaño de una máquina de coser, de color granate. Un día la abrí porque me gustaba mucho una canción de Marisol, que cantaba en aquel momento, y yo quería conocerla, que me habían dicho que era muy guapa, rubia con los ojos azules, como las alemanas. Así que, cogí un cuchillo que había en la cocina y me dispuse valientemente a desollar la susodicha como si de un conejo se tratara. Separé cabeza de tronco y pie de pantorrilla, y al fin, cuando todo estaba más o menos flojo, salió una mano sosteniendo un clavel por el hueco que había dejado el altavoz, y detrás de la mano, el clavel, el codo y el hombro, apareció la cara más risueña que nunca había visto. Era Marisol en persona, con su altísima coleta rubia y larga, su sonrisa y su canción. Estuvimos un largo rato cantando, hasta bailamos por Soleá la canción que sonaba en el momento, y tras despedirse, me dio un abrazo y se volvió al interior de la radio. A saber si en alguna otra casa también la estaban esperando.

Dice mi madre que, a veces, me invento historias. No es verdad.

La otra tarde, cuando fui a pasear por el sendero que lleva hasta el bosque que hay detrás de la casa de mi tía Margarita, me encontré con la puerta abierta, (del bosque, digo) y me quedé mirando por si alguien me veía. Como en aquel momento nadie pasaba por allí, me atreví a pasar y me colé hasta el interior. Lo primero que hice fue encender la luz, no quería que me sorprendiera nadie y me asustara, que lo paso muy mal después. Además, pensé que así, tal vez, podría encontrarme con los animalillos que salen en los cuentos. No fue así. La puerta estaba abierta, precisamente hacia afuera. Eso quería decir, (que yo no lo sabía) que había sido abierta desde dentro. Nada más traspasar el umbral del bosque, sentí sobre mi cuerpo un leve escalofrío. El viento despeinó mi pelo, descolocó mis ropas, desdibujó mi sombra ahora más alargada por la luz artificial. Me encontré frente al árbol más alto que jamás había visto, y en cuyo interior tomaba café una liebre y un corzo. No quise tomar nada, no tenía ganas y, es que tengo que reconocer, que desconfié de ellos y por eso me fui. No por nada pero, tenían sobre la mesa una especie de botellas pequeñas que contenían líquidos de distinto color. A saber qué era aquello.

Total que, me empezó a entrar hambre y decidí irme a casa. Eso sí, apagué la luz del bosque y no olvidé cerrar la puerta al salir. No quería que el viento, que allí empezaba a encrespar las hojas de los robles, llegara hasta mi casa, se colara aventurándose por la chimenea y pudiera desordenar mi habitación, mis papeles sobre la mesa, que son tantos, mis cortinas recién almidonadas. Más que nada, porque estaba pendiente de venir a visitarnos W. D.

Ah, que tengo que contar quién es W.D. Bien, su nombre completo es WALTER DATSON. En la casa de la esquina, justo al lado de la casa de mi mejor amiga Rose (se llama Rosa, pero siempre la llamo Rose), vive una familia extranjera, creo que de New Jersey, me hace gracia porque es como la prenda de vestir, por eso nunca se me olvida. Llevan poco más de un año viviendo aquí. Hace unos días, hablando con Bruno, uno de sus hijos, me contó que había venido a visitarles un viejo amigo de la familia, Walter Datson.

– ¡No cuentes nada, Augustine! Ha venido a investigar el pasado de su familia que, según cuenta descendía de aquí, y más aún… La casa donde vivieron sus antepasados, que casualmente es la casa donde ahora vives tú.

Para ser más exactos, me dijo mi madre que pasaría una tarde de éstas con intención de que le enseñara la casa, en especial mi habitación donde, por lo visto, nació su abuela. Todo esto me suena un poco raro… Creo que conoce el secreto que está bajo la pata de mi cama, ese lugar en el que encontré el diario de Miss Geraldine BROSS. No pienso decirle nada al respecto. Nadie sabe de su existencia. Precisamente, para eso salí al bosque la otra tarde, para esconderlo en un lugar seguro.

_ ¡Despierte, señora Agustina! Se ha quedado demasiado tiempo dormida aquí fuera. La enfermera ha estado buscándola por toda la clínica, debe tomar sus pastillas cuanto antes. Venga conmigo a la enfermería. Por cierto, ha venido a visitarla un hombre algo más joven que usted, no me dijo de dónde es, pero por el acento y el nombre es extranjero. Dice que su padre le hablaba constantemente de usted. La está esperando en el salón que da hacia el Sur, su preferido. Ah, y que no me olvidara de decirle su nombre: WALTER DATSON JR.

Tina Martín Mora