¿Así que quieres ser escritor?

¿Por qué escribo? ¿Para qué escribo? ¿Qué razones o impulsos me mueven a ordenar o desordenar las palabras sobre un folio?
La primera sesión del taller la dedicamos a tratar de responder a estas preguntas. Y para arrojar algo de luz comentamos el artículo de Jesús Ruiz titulado "Por qué escribo" en el que cincuenta autores de renombre hablan de su experiencia creativa.
Pero también tratamos de despejar -con ayuda de Fernando Iwasaki-  qué oficio es el de escritor si ni siquiera Hacienda lo reconoce como tal entre los epígrafes del Impuesto sobre Actividades Económicas (IAE).
El título de la sesión se lo pedimos prestado a Charles Bukowski pues así título el poema que transcribimos a continuación "¿Así que quieres ser escritor?":

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo, / no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas, / no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras, / no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama, / no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez, / no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo, 
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.
Si primero tienes que leérselo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.
No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos. 
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,/ no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.


Propuesta de escritura

En la sesión mostramos una imagen de Rafael Pérez Estrada en un portarretratos. Pero detrás del cristal y de la imagen escondimos el autorretrato que él mismo escribió. De ese modo lo vimos y lo reconocimos dos veces.
En eso mismo consiste la tarea. Escribir unas líneas, a modo de autorretrato, sobre nosotros mismos.

Estos son algunos de los trabajos presentados hasta ahora


Autorretrato


Aquí estamos. Venidos de un 21 de junio de 1982. Salamanca, 34 grados, un taxi que llega por los pelos. Un parto difícil, y como consecuencia un bebé algo ahuevado, nada bonito. Salvo para el abuelo Félix, que empieza desde el principio a defender lo indefendible. Primer nieto chico, cosas de antes.
De 34 grados a 34 años. En el ojito derecho, abierto para que quepan, Alba, seis. Sonrisa de sol, oleada cabellera de mar, prematura profesora de magisterio, inteligencia. Y Santi. Dos años de escuela de seducción. Caras, guiños en el momento oportuno, lanzar un cochecito al mar y gritar “canasta!”: un genio. No se puede querer tanto sin preocuparse, por lo que quizá de ahí (y de los 34), las incipientes patas de gallo en torno al ojito. Por cierto, en Santander, donde yo vivo, ojito es gallo (el lenguado chico). Sabiduría de mar.
Los ojos han disfrutado con el cine. Mucho con Campanella, Allen, Sorrentino. También son muy de Mad Men, Juego de Tronos o True Detective, (primera temporada, el dos no siempre merece al uno). Se emocionaron en París, quedaron mudos ante la belleza del mar en Cerdeña, tiemblan de dignidad e indignación en el Sáhara. Pero sobre todo son ojos de leer. Conrad, Hesse, todo Sacheri, Lorca. Esperan ansiosos a Proust, Cortázar, Camus, Woolf. Nada más excitante que lo que queda. No hay camino, se hace camino al leer.
Por la nariz, abundante, herencia de mi madre y mi abuelo, respiro familia, incondicionalidad familiar. Concepto de cariño y compromiso, clan. Una madre, dos hermanas. La sonrisa incipiente tiene que ver mucho con ellas.
Hay un hoyuelo en la mejilla, de esos que la Súper Pop (dos hermanas) catalogaba como “de simpatía”. Y sí, ahí puede haber un tío simpático o que pretende serlo. También impetuoso, poco reflexivo, muy sentimental, contradictorio. Melancólico, y a la vez entusiasta. Constantemente fracasando en el intento de ser constante. Lo dicho.
El hoyuelo esboza alegría por ser de personas maravillosas. Las personas, siempre las personas.
Gente esencial que lo es y lo será, que está llegando o por llegar.
La barba, y toda la parte de la cara que tapa la barba, es mi padre. Que no está, pero que está siempre. Por debajo del pelo y de la piel.
Hay una oreja con pendiente y otra sin pendiente, que disfrutan escuchando a Mozart, Tchaikovsky, Verdi. También a B. B. King, Elvis, Los Enemigos. Quique González, Camarón, Peret.
Orejas hiperactivas, a las que sobre todo les gusta escuchar a la gente. A ello me quise dedicar, y acabé trabajando en lo que quiero y creo, apoyando a personas con discapacidad intelectual.
Las cejas, pobladas, intensas. Y la izquierda, siempre la izquierda, un recordatorio, un diagnóstico. Viene de abajo, como yo este año, pero sube y acaba arriba, como yo este año. Sufrir, llorar, rendirse, despertar, luchar, aprender, luchar, luchar, luchar, conocer, curar, volver. Todo eso dice la ceja guía.
Hay una expresión que no viene de arriba, pero sí de no querer estar abajo, De “aquí estoy”, preguntando preguntas y moldeando respuestas. Trabajando la ilusión de hurgar, de escribir, de saber.
Y un gesto final en el que estoy a punto de decir algo, quizá un “encantado de conoceros, es todo un placer. Gracias!”.

Néstor Valverde
Grupo A


Espejo en blanco

Hola (“hola”). No, quizás con algo más de entusiasmo: ¡hola! (“sí, bien, ¡hola!”). Verá usted, a falta de mejor espejo en que volcar mis entrañas, he de hacer uso, con su permiso (“suyo es, ¡mas con decoro!”), de este páramo níveo en el que me vengo a mirar, como casi todos los días (“vaya, su caso ¡sí que es serio!”).

(“Y… ¿con qué propósito… si no es mucho preguntar?”). Eso quisiera yo saber… Vicio por buscarme, ¿tal vez? –perro en bucle que se muerde la cola. Lo cierto es que fatigado –y aterido– de la Ciencia busqué sosiego a la lumbre de las letras, y fue entonces cuando –¿creo yo…!– contraje este mal de escritura (“¡Caramba!”).

La duda me queda de si tal dolencia me viene congénita o la adquirí entre las páginas de vaya usted a saber qué novelerías… Mi reverencia por las letras ha de tener algo heredado, pues precoces fueron mis desvelos y escarceos tras ellas…

(“Y… ¿dónde, la tal enfermedad!”). El quid de la cuestión radica en esta desgobernada vida de coleccionista de vivencias ajenas, que me azuza y arranca del natural deleite de mis propias rutinas. Desgobernada, digo, puesto que a la deriva voy por mi mar de las dudas, parapetado, a penas, por un puñado de letras descompuestas. Y así, de cuando en cuando, saco la cabeza para pegar una bocanada de realidad antes de volverme a zambullir en este torbellino imparable de fantasías, en el que enredo y desenredo, sin principio ni fin, sin metas ni planes preconcebidos, el laberinto de mis entrañas. Y me guiño en los ojos de la belleza y me deleito en la tragedia ficticia y me alivio en la pasión de mis carnes, para tratar de alinear el estruendo de toda esa constelación caleidoscópica en algún atinado tarareo en yo mayor.

(“Pues vaya… ¡Cuánto lo siento! Le acompaño en el sentimiento”). Bueno, de ser así, es más de lo que le podría pergeñar, puesto que, por mi parte, no hay ya cura ni redención que valga para mal de esta catadura. Como la vida misma, sigo empecinado en esta inconclusa carrera de absurdo hilarante, de tropiezos hacia ninguna parte. Y me conjugo en la rabia, la desazón, la locura y en cuantos feos vicios apetezco, modelados todos en figuras de barro difusas, figuras que nunca fueron o… tal vez sí, pero que desde el papel podrán seguir siendo conmigo, tal vez, un lector (“¡Gracias por su consideración!”). A usted…

Roberto Sánchez Nieto
Grupo A


Autorretrato

Supongo que mi autorretrato lo debo de empezar con mi nombre ,Lucio,nombre romano y patricio! Aunque solo por que no me conocéis si no sería superfluo.

Es lo segundo que he escrito después del sueño del lunes y como quería parecer escritor he encendido la radio, perdón el Spotify que palabrejas y he elegido una música que tiene como tema:Café,libros me he servido un jackie y ahora pienso que me tiene que venir a visitar las musas.

Lo único que se me ocurre es que decían las abuelas que me parecia a mi madre pero siempre que me miró a un espejo veo los ojos de mi padre; nunca somos lo que queremos; decían que era alto y un palillo y me llamaban zarabeto recuerdo más como era; no estoy mirando fotografías, ya me conozco aunque no me reconozca, por que aquí en mi nueva vida no tengo fotos antiguas ni modernas ni mías ni de nadie. Siento que he cambiado tanto que no puedo hacer un autorretrato actual pues como dice Benjamín Prado “este es el primer año del resto de nuestra vida”

Si queréis saber quién soy imaginarme en la infancia en el patio de mi casa y con un libro en la mano. Todo ha ido dando vueltas sin sentido para llegar a lo mismo sentado con un libro en la mano.

Juan José Millas dice que escribe por que no se encuentra bien, este es mi autorretrato.

Que mierda de cuaderno cuadriculado, recordarme que tengo que escribir en uno de hojas blancas.

Lucio Gómez

Grupo A


Autorretrato

Te estaba esperando, ya te quería
Se “ve” que era feliz (marzo 68)
Con esta foto y este texto comienzo el álbum que le he hecho.
¿Verdad que transmite la ilusión de la dulce espera?
Sólo faltaban dos meses para la llegada de mi tercer hijo.
¡Me gusta mirar esta foto!
¡Me gusta mucho esta foto!
Transmite luz y paz. ¡Y estoy tan guapa!
Apoyada en un pupitre, pero parece que lo estoy sobre algodón, no hay rigidez.
Aquel día fueron al colegio a hacer la típica foto en la que los niños están delante del mapa de España.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A



¿Quién y como soy?
Cojo una foto de hace tiempo y no me reconozco. Todos los indicios me llevan a mil años atrás, y me paro a pensar.

¡Qué fue de aquel pelo que cubría mi cabeza! La caída del pelo, será o no casualidad, pero yo siempre lo he achacado al inicio del noviazgo con mi esposa, yo veía que ella cada vez tenía más y yo menos, y así hasta ahora.

¡Qué fue de aquel joven que tenía un tipo torero como José Tomás! Los kilos que he ido cogiendo año tras año, yo lo achaco a sus guisos, kilo a kilo, año a año.
¡Qué fue de aquel jugador de fútbol, que leía libros semanalmente, que pintaba cuadros para todos los amigos! Ahora veo el fútbol por la TV, leo el periódico, y no pinto nada, ni caricaturas.

Como me levanté muy temprano, contemplando la foto me quede dormido y soñé que el barco en el que viajaba apareció en una isla desierta, y yo era como un tal Robinson Crusoe, que estaba otra vez delgado, que practicaba deporte, tenía tiempo para leer los libros de la biblioteca del barco y que había vuelto a retomar los pinceles.

Oigo a mi mujer levantar y una voz que dice "Que haces levantado tan pronto"

Luis Iglesias
Grupo B


Autorretrato
Me llamo Paloma y me gusta mi nombre por lo que simboliza y con cuyo mensaje me identifico: ser mensajera de paz.

Nací en Zamora y pase mi infancia en un pequeño pueblo, Arquillinos. Mi familia vivía bastante más pobre que ahora (no había agua corriente, ni luz en el pueblo, ni papel higiénico, se compartía una naranja porque no había más…). Cuando todas esas cosas comenzaron a nacer, aprendí a dejarme sorprender por la vida. También he de decir que mi familia era muy amplia: mis padres, mi hermano, mis abuelos, pero además se añadían unos tíos mayores que pasaban varios meses con nosotros cada año, mi tía la monja y algún tío más que abría la puerta (nunca cerrada con llave) con su maleta para dar la sorpresa. De todo aquello, me queda el sabor de la generosidad, de la paciencia, de la hospitalidad, del trabajo, de la alegría. También momentos muy duros de invalidez, ceguera. Todo ello me ha hecho acogedora, poco apegada a las cosas que van y vienen, y según me dicen, con mucha capacidad para dar una palabra de ánimo y entrar en diálogo con la gente.

La juventud la viví en un internado en Salamanca. Era para niñas pobres por lo que había que hacer las tareas: fregar la escalera, barrer el patio, limpiar los baños… no disponíamos de dinero y la vida se pasaba entre ir al colegio, el estudio, las tareas, cantar y jugar en el patio y por supuesto la oración. Continué la vida religiosa que había comenzado en casa. Mi tía la monja me dijo que me pasaba la antorcha de la fe de la familia y ahí sigo, intentado mantenerla viva. Actualmente soy catequista y colaboro con la parroquia en lo que puedo.

En la Universidad estudié Geografía e Historia. Un año antes conocí al que es hoy mi marido y con el que tengo, para repetir el tópico, dos maravillosos hijos. Comencé a trabajar en la Universidad en un puesto administrativo y me olvidé de opositar a la enseñanza, mi gran sueño. Fue una decisión de la que no me arrepiento porque he podido ejercer la enseñanza con mis hijos y con muchas personas más. Con mi trabajo estoy encantada. En mi despacho siempre hay una galletita que ofrecer, caramelos o algún bombón; alguna flor sobre la mesa y mucha alegría con mis dos estupendas jefas. Me encanta el trato con la gente sobre todo, con padres, compañeros, alumnos… aprendo todo cuanto puedo del que pasa por allí.

De las cosas más duras que he vivido destaco la muerte de mi padre en 2003. Nunca lo hubiera imaginado. Las consecuencias han sido positivas y negativas. La peor fue el miedo, terror, pánico a la enfermedad; cada día tengo la lucha conmigo misma para poder vivir. Es verdad que he mejorado mucho desde los primeros momentos pero me he convertido en mi peor enemiga. Pero hay que ver lo positivo y es que a partir de esa pena comencé a vivir buscando. Me gustan muchísimas cosas y procuro disfrutar de lo más simple; he probado actividades de todo lo que he podido: pintura al óleo, baile latino, danza creativa, cerámica, bici, yoga, estudiar literatura, montar en canoa… y dentro de la música me gusta desde el rock, flamenco, religiosa, pop, clásica…

Crecer con mis hijos también ha cambiado mi forma de ver la vida. Me han puesto en un ángulo que yo nunca hubiera imaginado, acepto cosas que jamás pasaron por mi mente. Las dificultades con ellos las he convertido en desafíos. Las conversaciones en la camilla (cosa antigua pero que me encanta y no quitaré) o en la cama pueden durar horas. He tenido la suerte de que comparten conmigo muchísimo, comentan desde sus clases hasta sus líos, problemas sociales, sueños. Son adolescentes y sueñan con cambiar el mundo (tienen 16 y 20 años).

Mi marido es fundamental en mi vida porque él es mi contrapunto. Somos muy diferentes pero nos complementamos. Entre tanta filosofía de los chicos y mía él pone lo cotidiano, los píes en la tierra; frente a la religión, la naturaleza, sentir los pájaros, los ríos; frente a la creatividad, el deporte (bici de montaña sobre todo); él de Ciencias, yo de letras y los hijos por artes. ¡Todo un reto de convivencia!

Y mi última apuesta es “Taller de escritura creativa”, sencillamente porque tengo muchas vivencias que me gustaría expresar y desearía poder ver el otro lado de las cosas, observar la realidad de otra manera. En pintura descubrí que el tronco de los árboles no es marrón y que el cielo no es azul y ¿de este taller?... En este punto de mi vida me quedo.

Paloma Rodríguez Prieto
Grupo A


Autorecuerdo

Despliego mi existencia.
Caminos de mi mente
despiertan el sabor de la palabra.

Juegos de imagen invisible
desatan lo real
para hilar el sentimiento.

“Ojal para la magia” y “Silente”
desnudan mis recuerdos,
modulan los sonidos del pensar
para cantar metáforas a la vida.

Música y poesía
dilatan mi emoción,
navegan con el gesto.

Cultura cotidiana,
en el perfil de mi ser,
enhebra el paisaje
para coser objetos
prendidos en la naturaleza.

Sofía Montero García
Grupo B


No sé decir que no porque no sé decir que sí.

Tania Hermida
Grupo A


Autorretrato
Las navidades pasadas mi consuegra me hizo un regalo muy especial, un pajarito construido con adjetivos calificativos de mi persona, por supuesto todos eran agradables pero hubo uno que me llamó la atención "todoterreno ", supongo que por mi capacidad de adaptación y el gusto por todo y todos los que me rodean, usando como puedo mi energía apasionada y mi inteligencia básicamente emocional en pos de esa tarea . Lo que no decía mi consuegra en el pajarillo es que ser " todoterreno" me lleva a veces a situaciones caóticas, surrealistas y a despistes de traca y que la única solución a estos avatares es el buen humor y reirse de si misma.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Autorretrato
Lo que más me gustaba de pequeña, era descubrir mundos y misterios, por eso quería ser escritora o periodista.
Me gustaban las personas inteligentes, que saciaban mis ansias de saber. Hoy prefiero a los azacaneados por la vida. yo estaba condenada a ser la buena niña, la de las buenas notas.
Estaba muy adherida a mi familia y creo que debía de haber leído menos y jugar más.
Físicamente era delgada y pálida, de talla mediana y piel trigueña como decía mi abuela y facciones moderadas delicadas con el pelo castaño y espeso.
En la facultad solía llevar ese pelo cortísimo quizá como símbolo de que quería dedicarme a lo intelectual (siempre los deberes).
Un día decidí que comenzaba mi etapa de dejar crecer la melena y desplegar el pelo: amigos primeros novios, resulta que era una romántica reprimida.
Mientras tanto no dejaba de escribir, sobre todo poesía. Gané algún premio importante, fruto seguramente de tanta lectura
Al fin caí en la ignominiosa costumbre de casarme, falté a las nomas de lo que entonces llamábamos “sistema” y tuve un hijo. Aquel mayo fue el mejor de mi vida; para entonces era profesora de instituto, y comenzaron las verdades terribles:
Murieron mis padres y se me impuso la verdadera realidad del dolor. Mi cara tiene, indelebles las señales en forma de ojeras.
Comenzó el tiempo de enfermedades e hipocondrías, como si la vida lo mereciera: esto de la edad madura es una filfa. Se aprende demasiado tarde pero, a pesar de todo, siempre habrá libros en mi mesa.

Emilia González
Grupo A


Autorretrato
Tengo , entre mis manos, una foto de una niña de rostro celestial, hermosas trenzas, mirada límpida y tímida sonrisa .La miro detenidamente y observo, a continuación ,la imagen que me devuelve el espejo que tengo frente a mí..
¿Es posible que se trate de la misma persona?¿Soy yo? Veo ahora un rostro marcado ya por el paso del tiempo ;unas incipientes arrugas van haciendo mella en él, los ojos ya no tienen aquél brillo; ahora, miopes, parecen cansados ( creo que mi vida de docente ha contribuído a ello en gran medida..) Del pelo, mejor no hablar..he perdido mucho en el camino y ya no puedo lucir aquélla hermosa melena que me caracterizaba....Creo que mi sonrisa actual es la que guarda más parecido con la de la niña de la foto..
¿Dónde fueron los sueños y quimeras de aquélla niña?¿ Dónde quedaron las risas que inundaban la casa familiar cuándo cualquier excusa era una fiesta?
Mi vida ha transcurrido muy diferente a la que yo imaginé un lejano día; varios proyectos que anhelaba llevar a cabo se vieron truncados por diversos motivos; profesionalmente no me ha ido mal, he tenido una trayectoria bastante satisfactoria y creo que el estar rodeada tantos años por gente joven, me ha conservado más vital y optimista.
.Sentimentalmente, tampoco me ha ido muy bien ,y afronto en soledad, aunque sintiéndome muy querida, esta última etapa del camino “… debes ser muy exigente”me decían..y sí, lo soy , lo asumo, y por eso, sigo soñando…
Y ahora, en este momento de mi vida, me planteo nuevos retos; uno de ellos, dedicarle más tiempo a “ los desfavorecidos”, aportar mi granito de arena en este campo y también a la escritura ; quiero volcar en el papel todo lo que siento..quiero seguir viviendo con un poco de locura, un algo de misterio y me temo que con una buena dosis de melancolía…

Rosa Celia González
Grupo B


Relato de mi autorretrato.
Si contar los días no puedo,
pues me falta el amanecer de ayer
que brotó yermo,
dirijo mis ojos
hacia la luz de mañana,
que vive en el horizonte
más cercano de mis pensamientos,
aún no nacido,
pero recreado a la manera
en que lo deseo.

Escribo.
No quiero ninguna otra riqueza
más que millones de sensaciones
a mi alrededor
que hagan bailar a mis manos
como lo hicieron los bolillos,
en otros tiempos no lejanos,
entre las manos de mi madre:
Cruzando hilos, creando encajes.
Será, en mi caso,
la pluma de Napoleón,
aquella con la que aprendí a hacer
giros sobre el papel
hasta reconocerme en cada letra,
la que mostrará todo aquello
que fluye en mi interior.

“Fugaz atardecer,
ventanas entreabiertas,
noche donde asoma
cada estrella con su letra…”

Vivo y muero por dar forma
a mis sentimientos,
a la luz que baila
alrededor de mi cuerpo.
Y mientras lo hago,
me asomo al espejo
y veo a la niña
que aún sigo siendo.
Olores del campo,
música de viento,
mimetizo con la flor de jara
en un único reflejo.

Tina Martín Mora
Grupo A


Autorretrato
Me llamo Toñi, llevo un día sin escribir, años de terapia y constantes recaídas. Hoy por hoy, no me veo capaz de abandonar mi adicción a la escritura. Sería mutilar mi cuerpo, pues os confieso: mi corazón y mi cabeza se encuentran situados en mi mano derecha.

Aunque para algunos ojos pueda parecer algo amorfa, para otros soy Doña Perfecta: toda seriedad, toda rectitud, toda corrección. Sin embargo, esta perfección, tanto inofensiva como irreal, tiene también, muy escondido, su corazoncito y, más escondidos todavía, sus pensamientos y sentimientos. Sólo algunas veces me atrevo a hacerlos públicos en “petit comité” ayudándome de los dedos pulgar e índice y de mi inagotable pluma.

Leo y escucho historias de un sitio y de otro. Aquello que me gusta o me disgusta, lo que es obvio, lo que se puede reconocer, lo que me aburre o me divierte o, simplemente, lo que me viene a la cabeza lo cocino hasta encontrar su punto de cocción. Añado un poquito de ortografía por aquí, una pizca de gramática por allá, un puñadito de sinónimos por acullá, agrego un chorro de puntuación, lo remuevo y “voilà”: una “nouvelle histoire” que pretende hacer las delicias de los más selectos paladares.

Mi ego se debate ente el Yin y el Yang aunque depende de los días y no de las estaciones. Así, existen días veraniegos grises, muy oscuros, casi negros, en los que todo se derrumba, que invitan a mi ego a permanecer bajo el calor de las sábanas. En cambio, hay otros invernales, de color de rosa, en los que la vida sonríe incluso fuera de los sueños; mi ego siente entonces que las sábanas le queman la piel y las abandona a toda prisa. Y entre el calor y el frío, escribo.

¿Y por qué lo hago? Porque sí. Pero yo respondería mejor: ¿Y por qué no? Motivos hay muchos, pero quizás el más importante es que no me imagino un “yo” decapitado a lo jinete sin cabeza, descorazonado como el hombre de hojalata o manco cual caballero de Lepanto.

Toñi Martín del Rey
Grupo A


Un autorretrato

Me hubiera gustado llamarme de otra manera como por ejemplo, Olivia o Violeta pero no, me llamo como mi tía y mi bisabuela. Me llaman Antonia, Toñi, Toñita, Tiato, Niní, Anto. En fin, los apelativos se las traen. A veces unen a mi nombre la O por la que comienza mi apellido y me nombran Antonio pero solo cuando no me tienen delante por que no tengo aspecto hombruno, si no más bien soy dulce y delicada como una amapola.

A fecha del retrato diré que tenía la edad suficiente como para no tener pudor de desnudarme. Aprovecharé estos momentos en que la luna pasa por Libra por que acostumbro a moverme de la timidez al atrevimiento sin hacer escalas intermedias.

Sueño en verde y mi color favorito es el verde de las hojas de oliva también es para mí el color más apetecible y saciante y necesito respirarlo por que si no pierdo la savia. Hasta me inspiro en verde. Sin embargo, cuando es preciso arrojar mierda, la bilis la vomito en blanco lechoso. El verde es un envoltorio sorpresa, la guía, el escudo protector y el color de los momentos especiales.

Estudiar, estudié toneladas, tantas como número de neuronas se volatilizaban en cada trance. A pesar de toda la masacre, el final fue exitoso y hoy día puedo disfrutar de un empleo en el que intento exprimir al máximo posible las que me quedan. He de destacar que voy al trabajo cargada con un fardel de buenos propósitos aunque algunos días no llego a desatar el lazo.

Como anecdótico en mi vida es que soy una persona con suerte, vamos que doy un salto al vacío y me ponen un colchón debajo, también encuentro anillos en el fango. Y cuando he necesitado plazos de tiempo para cualquier asunto de burocracia, siempre los movieron hacia dónde me convenía, sin conocerme claro está. Gracias a un aplazamiento imposible que no lo fue, mi retrato es este y no otro peor.

Antonia Oliva
Grupo B


Autorretrato

Después de hacer la limpieza en el cajón, abro el álbum de fotos, me veo distinto a como era antes.
Viendo las fotos, en aquel momento el pelo lo tenía media melena, cosa que ahora me veo distinto, viendo las fotos el cuerpo lo veo de una forma distinta, con el paso del tiempo el cuerpo me ha envejecido, mirando otra foto en aquel momento me veía gordo cosa que con los años me ha cambiado la barriga, haciendo ejercicio y haciendo una dieta adecuada, ahora me veo mejor que antes por los años que han pasado.

David Álvarez
Grupo B


Autorretrato
Hace unos meses fui a una exhibición de la fotógrafa Vivian Maier. La última sala estaba dedicada a sus autorretratos. En su obra, se percibe que era una mujer que andaba por la vida sola y feliz. Consciente de que nadie más la retrataría, aprovechaba cualquier superficie que le devolviera su reflejo --así fuera curva, pequeña o borrosa--, acurrucaba la cámara contra el pecho y se retrataba. En sus autorretratos, aparecen niños, trabajadores, gatos o bien una amalgama de cachivaches que parecieran estar ahí solo para distraernos de su mirada. A veces, apenas se asoma un pedazo de su sombra sobre la hierba.

Sin embargo, ella siempre está presente, aun en esas fotos no llamadas autorretratos. Sobre todo, en esas fotos no llamadas autorretratos.

Así deberían ser los autorretratos de los escritores, no burdos selfies con alguno de esos filtros de moda. No sé cuál me parece más estúpido, si el de las florecitas en la cabeza o el que hace que todo luzca “como una obra de arte”. La belleza que vale la pena inmortalizar no está cubierta de artificios.

¿Cómo luce mi autorretrato entonces? No quiero una imagen posada, así que busco otros modelos. He observado que en esas fotos que me han tomado sin previo aviso salgo siempre con los labios fruncidos. No de manera sensual, en todo caso, parece que estuviera molesta, ensimismada. Tal vez sea que estoy preocupada. ¿Por qué? Pues por el futuro, por el pasado, por un silencio injustificado o por algo que dije ayer o hace cinco años y que tal vez haya sido malinterpretado, por haber parecido distante o por haber cruzado una línea invisible, por no haber dado el grado o porque quizá los demás piensen que me creo la gran cosa. Por todo eso, entre otras cosas.

No obstante, recuerdo una foto diferente. En mi país, hay una entidad que organiza recorridos sobre arquitectura a diversos lugares históricos. Yo he asistido a casi todas sus actividades. En una ocasión, nos adentrábamos en el casco urbano de Río Piedras, la ciudad en la que cursé mis estudios universitarios. Entonces, nos dejaron entrar a una residencia privada, una casa antigua muy bien cuidada. No era parte del itinerario, sino una oportunidad que surgió de repente. La casa de al lado, la que se suponía que visitaríamos y no pudimos, es mucho más vistosa, de color bermellón, y además cuenta con el reconocimiento de ser la más antigua de la ciudad. La que visitamos, de color verde menta, es elegante en su sencillez. Debo haberla visto mil veces en mis años de estudiante sin haberle prestado atención. Era una historia por descubrir. Dentro de esa casa, me tomaron una de esas fotos sin previo aviso. Desde entonces, la utilizan para promocionar ese tour.

En la foto, aparezco al fondo, por lo que supongo que muchos conocidos la han visto sin reconocerme. Lo prefiero así. En primer plano, resalta un arco de medio punto de ladrillo desnudo, oscuro, delante del cual pende una araña. Adentro, la habitación en la que me encuentro, iluminada. Detrás de mí, un arco exactamente como el otro, pero tocado por la luz. Sumergida en la escena, me apropio de aquel rincón hasta entonces desconocido: de sus soles truncos, de las vigas del techo, de los balcones. Soy solo un detalle, pero sonrío.

Ismarie Díaz Flores
Grupo B


Autorretrato
Si lo que cuenta la leyenda es cierto, soy mestiza de tez clara. Parece ser que un guajiro, un cubano de piel café y aliento dulce, cubrió de sol un alalá, ya sabéis, esa melodía triste que en ocasiones roza el río, ese remolino de niebla que entona un aria enferma de morriña, ese lamento profundo que el corazón solo sabe interpretar en clave de saudade. Cuando llegó la cosecha, un aturuxo alegre inundó la vega. En una cesta, envuelto en sábanas de tabaco seco, dormía una nota, era un chamaco. La criatura tenía el cuerpo de un tamarindo y el alma llena de brumas. El viento que nunca para, agitó sus ramas. En un bosque de habaneras se escuchó el eco de una gaita. Como veis, todo era perfecto.

Pero un día, en plena noche, el tocororó entró en la alcoba del campesino, se posó en su almohada y derramó ron en su oído. Sucedió lo inevitable. Un hambre más grande que el hambre arraigó en sus entrañas. El antillano deseo un imposible: fundir las cadenas que pisaban sus alas. Borracho como estaba, se desnudó del miedo y se adentró en el laberinto. Poco a poco, sin saberlo, se acercó a la playa. Escribió libertad en su arena. Brilla tanto esa palabra, que la oscuridad, ordenó a la mar que la borrara. Rugió la tempestad más clásica. Dicen que la tierra lloró mientras lo abrazaba.

Si lo que cuenta la leyenda es falso, poco importa. Beber de su aroma, despertó mi olfato a la araña que con conceptos de apariencia inmaculada hila murallas, ese ser de patas finas y largas que regenta telares puros de corazón ciego. Nunca hubo puertas cerradas en mis ojos. Yo podía ser el mismo que el que me miraba.

Nací huérfana de montañas en un lienzo tan blanco como duro. Un colchón de trigo fué mi cuna. La sombra de las encinas, mis nanas.

Gateé entre la religión y la magia. A mi decálogo de piedra talar, se sumaron los preceptos apócrifos de una orden primitiva. Una cofradía clandestina donde las meigas maldecían y conjuraban por igual. El universo de lo invisible vivía en sus manos. Luego llegó la ciencia con su escoba de razón pulida y me postró en la duda. Una dolencia común que normalmente cursa con uno o varios brotes agudos y pasa, pero que en mi caso, se cronificó. Desde entonces navego a la deriva. Sé que hay puertos, donde recalar. Dársenas que prometen certezas. A veces, la tentación de atracar en ellas es tan fuerte que corrijo el rumbo y me emboco al muelle. Hasta el momento, todo ha quedado en un intento. A la hora de dar el último paso, hay algo en mi argamasa enferma que me impide desembarcar. No quiero pagar el peaje. No quiero tatuar mi aliento con pócimas que dicen igualar y separan. Por muy luminoso que sea un dique siempre es oscuro. Hay arañas en todas partes.

Y poco más puedo deciros.

Como veis, entre tentación y deriva, he hecho lo mismo vosotros, pintar un cuadro. Ser pincel entre pinceles. Buscar color entre colores. No siempre ha sido fácil. A estas alturas del viaje, todos sabemos que el brillo de la alegría es fugaz, que la tristeza es el humo de una brasa de dolor que no se apaga y que cuando su hollín se extiende la peste de la pincelada opaca trasforma el lienzo en mortaja.

Si lo que cuenta la leyenda es cierto, soy mestiza de tez clara.

Si lo que cuenta la leyenda es falso, poco importa. El hedor de los telares. El viento que nunca para. La religión. Las religiones. La gravedad. Lo absoluto. La relatividad. La ciencia. La magia... Tinturas

Hace tiempo que un ave desconocida se posó en mi almohada. Habla de un malecón olvidado donde duerme una palabra. Afirma que es tal su textura, que allí, al sonido de su voz, la tempestad calla. No sé si será cierto, y si lo es, no sé si sabré encontrarla, pero desde que escuché su trino, he desplegado mis velas y navego en un laberinto. Tal vez, antes de que la tierra me abrace, pueda encontrar una playa donde dibujar su alma, mi alma.

Ana Isabel Fariña


Autoretrato
Me llamo Iria Costa nací en León en 1989, aunque con 3 años vine a Salamanca, mis padres estudiaban aquí con 18 años. Tengo descendencia gallega, catalana y castellana. Me considero de las tres igual. Estudié bachillerato de ciencias en el Machado. Mi gran pasión por escribir comenzó a los 12 años conocí a mi primer amor en un club de piragüismo en Pontedeume, Carlos. El siempre creyó en mi. Intenté estética de grado superior en Ponferrada sin éxito 2008-2009. Intenté dietética de grado superior y salud ambiental en el Uribarri, sin éxito. Seguí escribiendo, en las clases, ratos libres. Hice un curso del paro de Atención sociosanitaria a personas dependientes y supe que era lo mío. Hice una FP de grado medio en el rojas de lo mismo durante dos años turno de tarde 3.30-diez de la noche, menos Jueves y viernes que salíamos a las 9 y a las 6. Hice auxiliar de biblioteca un grado superior intensivo durante 4 meses. He echado curriculums hasta en supermercados sin conseguirlo. Espero algún día encontrar trabajo. Escribo a ratos libres también me gusta leer, cantar, Body combat, salir con los amigos, dibujar, y sobre todo, crear mis propios anillos, pendientes y pulseras.

Iria Costa

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