Paisajes del infierno

La sesión del taller de escritura del lunes pasado estuvo dedicada al infierno. Señala Sartre que "el infierno son los otros". Aldous Huxley, por su parte, se pregunta: "¿Y si este mundo fuera el infierno de otro planeta?". Y Francisco Hernández toma prestado de sí mismo un verso para titular un libro: "El infierno es un decir".

Marco Deveni, Roberto Fernández Retamar, Jorge Guillén, Dante Alighieri, Luis Buñuel y José Emilio Pacheco nos ayudan a desvelar las claves del infierno. Veamos este microrrelato de Pacheco titulado "Problemas en el infierno":

Una vez cada cien mil años los demonios autorizan ochenta suicidios en el infierno. Nadie sabe quiénes serán los elegidos, y todos los habitantes bullen en adulación para los torturadores, intrigas y mala fe entre los torturados. El sector radical de los ángeles ha hecho pública su protesta a fin de que Dios, en Su Infinita Bondad, presione a los demonios. Porque no está bien que a la tortura de la infinitud se añada el castigo mediante la esperanza.

Hace años, los componentes de la tertulia taller "Atril" se plantearon la posibilidad de escribir a cerca del infierno. Para ello reunieron una serie de textos que completaron con las maravillosas ilustraciones, a modo de tarot, de Luis de Horna. El resultado fue un libro con el título de "Paisajes del infierno":



Transcribimos aquí dos de los poemas del libro, uno de Michele Giocondo, titulado "HCOOH" y otro de Sonia Betancort titulado "Como una pluma":

HCOOH

A Beatrice P

“Por supuesto –me dije– pero, ¿por qué?” U. Eco

Hace frío aquí dentro, ay, mi dulce drosophila melanogaster, ángel de vientre lechoso que besabas la pulpa de la noche, prodigadora de consuelo, de larvas, de zumbidos de cópula, sombra, con todos tus ojos, adónde me llevas, a qué sitio sin la punzada del ácido en la boca ni ganglios donde buscar un corazón, yo que te seguí por entrar en la noche cálcica y húmeda y fermentada y larga, llena de sonidos y de jugos, a qué recintos de la fiebre me estás llevando, ángel platelminto en los túneles del alba, ángel gaseoso en este lado de los párpados, ácaro de mi vida y de mi muerte, anopheles que te comías el musgo celular de la memoria, que jugabas en la jungla viva por donde corre mi sangre, que incubabas en mi carne blanda el amor y la tristeza, sombra, sombra, yo quiero tu camino en la tierra, tu vuelo desordenado, tu miel, tu veneno, tu cuerpo tembloroso, tu cuerpo de oscuridad y nervadura, himenóptero bueno, ángel de los médanos, quiero volver contigo al charco y a la vaca, quiero probar contigo el óxido de todos los minerales y los años, y abrir la madera, saberla con la lengua, con los besos, volver a la casa que por nuestro mediodía fue sudor, cáscara y abdomen, ángel perdido, sombra, no quiero venir a esta madrugada ingrata, a esta calle donde el hombre esparce las rígidas rosas del frío, los alcoholes de futuro y de placenta, los frutos muertos y lavados, ay, mi dulce tábano de la noche, éntomon y pneuma, con las manos extendidas, adónde me estás llevando, a qué mar de pétalos de llanto, ángel quebradizo, laborioso ángel, criatura del tejido conjuntivo, por qué me devuelves al silencio, sombra, por qué me devuelves al silencio.

***

Como una pluma

Pide bueyes que le arranquen el corazón
mientras revuelve los infiernos.
Juan Gelman. Ovidio

Infierno:

diálogo de la conciencia
tristumbre
calles de mentira
que
además
no van a ningún puerto

taxis-abeja
que nos dejan
como en una letanía

miedo que abraza el miedo
de otro miedo mayor

perros ladrando adentro

el dolor de Gelman
y la vida que continúa
como si nada hubiera pasado

columpios rotos de un lado
sentirse perdido roto
de un lado
otra baja de amor
tú que no llegabas
y ahora
si te vas
romperé todas las puertas

la casa donde no quisimos estar
aquel inconfesable
que nos humilla
lo inevitable
cruel
como la jaula de un pájaro
lo que no me atrevo a decir
la decepción que callo

los ojos de un niño apoyados en la muerte

la desconfianza
la inseguridad
a borbotones
papá destruido lloraba
de camino hacia la playa

todos los grifos de la mala muerte
abiertos a un ritmo imparable

la inconsistencia de un futuro
derramado en semillas
el viejo que pide perdón
por este mundo habernos dejado
mundo
sin ninguna garantía
todos los despertadores
chirriando al mismo tiempo

el peligro a ambos lados de mi mano
la compañía que robustece mi soledad

la palabra gente

dormida
la gente confundiendo
televisión con astros

rota la unidad
una broma
pensar que tiene que ser una broma
porque tanta sombra es imposible

la palabra esclavizada
la distancia 
la cama que compartimos
con náusea
el asco

aquella crueldad con que mamá
nos dibujó
la primera mano sobre la cara

el ogro
el odio que es uno mismo
el suicidio
el deseo de matar
boicotear
al ser querido
el sueño 
en el que nos persiguen
y no podemos correr

la huida
la desvalentía
el coágulo de sangre
en mitad de una calle blanca

los ismos
la crítica
los hospitales
el hambre
los homenajes
la extinción
el fracaso
la bosa de este cuerpo

el infierno
se enciende y se apaga
aquí
su ritmo parece imposible
se eleva y cae
como una pluma



Propuesta de escritura

El poeta mexicano Francisco Hernández tituló uno de sus libros de poemas “El infierno es un decir”. Di, en forma de microrrelato, poema o texto descriptivo o reflexivo qué entiendes por infierno o cómo es. Procura evitar los clichés y los tópicos y proponer una idea original del infierno.

Y estos son algunos de los trabajos enviados:


El infierno solo existe en esta tierra

Hay en la vida muchos
infiernos, solo un cielo
de bondad y de paz,
de amor que da alegría;
belleza y horizontes,
ideales en fruto,
y rosas encendidas
fundidas con los hombres,
en sagrada unidad .

En los infiernos múltiples
se pierden los caminos
y domina el gran tedio,
la desesperación.
El yo se halla perdido
en agujeros negros
que fabrica el dolor,
cuervo que el corazón espanta,
porque a los otros no molesta,
separados y ausentes.
Esclavos sin conciencia,
patean las cabezas,
en las guerras inútiles
que traman sin cesar;
adoran al dinero
y el sol no los conoce,
feudales tecnológicos,
satanes disfrazados,
que ahogan dulces niños.

Emilia González
Grupo B


¡Qué infierno!

Lamentos de vida,
marchitada en mi camino,
desgarran ilusiones,
bloquean el sentimiento.
Mi angustia se dilata,
perdida en el error.
Minutos se derriten
de análisis sincero.
Deshecha por la idea, no lograda,
deshilo el pensamiento
para tejer momentos de placer.
La imagen del presente
se oculta en mi cerebro.
Descubro otro pensar
que invade mis sentidos,
rompe el infierno de vivir
recuerdos encarcelados.
Minutos de paz
en el rincón de mis deseos.

Sofía Montero
Grupo B


Infierno, con O de Olvido

Se precipita,
punzante,
desde tu boca el
vértice que forman
nuestros labios
en cada beso.

E intenta sujetar,
mientras cae,
las imperfectas esquirlas
de plata
que acusan mi rostro
febril.

Oculto
queda ya en
la tierra blanda, aún desnuda.
La misma donde reside
la yedra, de hojas caduca,
que acostumbra a escribir
con líneas torcidas,
el silencio abrupto
sobre los muros de
mi soledad,
dibujando en él,
algo así como
la sombra perfilada
de una guitarra sin cuerdas,
de un poeta sin palabras,
de un músico sin voz.

Infierno, con O de Olvido.
Lugar  donde
arrojaste mi nombre
y
nuestros besos,
rincón donde
de manera inexorable,
el recuerdo fue derrotado.
Estación de la que ya
nunca jamás
regresará el calor
a nuestros labios.

Tina Martín Mora
Grupo A


¿Qué infierno?



Un día, cuando eras niñas tú decías,
el cielo es para mí nata con fresas.
Hoy te pregunto ¿qué es el infierno?,
¿qué infierno?, si no existe.
No está en el fondo de la tierra,
ni el cielo en lo alto, allá, allá arriba.
El cielo y el infierno nos rodean,
lo hacemos nosotros cada día.
El dolor, el hambre, la injusticia,
la soledad, las guerras, la mentira,
esos son demonios, tenedores y tizones.
¿Quieres sacar a alguien de su infierno?,
acércate a él, ¡dale tu mano!

Inés Izquierdo
Grupo B


El infierno de cada día

Según se acercaba, notaba el calor que se hacía más y más intenso.
Abrió la puerta de casa y entró en el infierno.
El demonio esperaba para darle su merecido.







Pensamiento de Khaled, refugiado sirio: “Jamás pensé que el infierno pudiera congelarse”.

Toñi Martín del Rey
Grupo B


Infierno

Caminaba despacio porque quería retrasar la llegada a su destino. El sendero era estrecho y lleno de piedras que dificultaban su caminar. Las nubes habían ocultado el sol dejando un cielo gris que adelantaba lo que él se imaginaba que podría ser el lugar donde le habían enviado.

Después de mucho caminar al final llegó y lo primero que vio fue la entrada a una cueva, antes de adentrarse en ella se paró unos segundos para tomar aire y notó como un escalofrío le recorría todo su cuerpo, en ese momento supo que la eternidad a pesar de lo que le habían comentado sería un lugar demasiado frío para él.

Se adentró en la cueva y a pesar de que estaba demasiado oscuro, para su gusto, tenía la suficiente luz para ver donde estaba entrando. Era un lugar con un pasillo largo en el que se podían ver puertas que conducían a diferentes lugares, en su parte alta había un letrero que las diferenciaba unas de otras. Desde dónde estaba no podía distinguir con claridad los textos que había en las puertas, por lo que decidió coger una antorcha de las muchas que había por toda la pared y acercarla una por una a cada puerta.

Cuando sus ojos tuvieron la luz suficiente para poder ver fue leyendo todos los carteles para descubrir que cada uno te orientaba hacia donde debías ir en función de tu castigo. Los males que habías hecho en vida no todos eran juzgados de la misma manera y había estancias para penar de diferentes formas tus pecados. Aunque todas tenían en común un mobiliario muy austero, un olor ocre y la mirada triste de todas las personas que por allí habitaban.

Una enorme tristeza le iba invadiendo mientras se iba adentrando cuando oyó unas voces:

- Despierta, despierta, despierta…Son las 8 de la mañana y llegarás tarde a trabajar.

Al abrir los ojos sintió una gran alegría de no estar en el infierno y sólo haberlo vivido en sueños.

Mª José Marín
Grupo A


Maldito infierno

Ni rastro de llama, ni tan siquiera rescoldos humeantes. Y, desde luego, nada de violentas pasiones… No, nada de eso, el Infierno no es tal como nos lo han pintado…

Intemperie, intemperie y oscuridad glacial y pegajosa, oscuridad que se mete hasta la médula de nuestros huesos. Un páramo, feudo inexpugnable de soledad sanguinaria.

Pero… ¿y qué, de Satanás…? Inexorable, azota en vendaval, creciente, brutal y despiadado. Así, así aúlla el vendaval del tiempo, sediento de vida, desbocado en su furia por arrancarnos hasta la última hoja de juventud. Y, mientras tanto, gota a gota, hondo, muy hondo, en nuestro corazón, escuece el eco de los gusanos, removiendo dolorosamente epitafios, postales y fotografías en blanco y negro.

Así… así, al otro lado del cristal de cualquier asilo, al otro lado del jardín en que hoy juegan y ríen los niños, en ese fatigoso marchitar, va muriendo, a fuego lento, este maldito infierno de aferrarse a la vida, en el exilio de un pasado que no habrá de regresar.

Roberto Sánchez
Grupo A


Letanías del infierno

El coche está empotrado en la cerca de piedra de una carretera comarcal. El motor humea todavía y poco a poco se van recuperando los sonidos del campo. El conductor ha abierto los ojos pero no puede ver más que una luz negra, sin formas. Siente un dolor insoportable. Está aturdido, y no se puede mover. Ni un solo dedo. En estado de shock, confusamente recuerda. La despedida de su mujer, ¿o no se despidió?, el coche, la llamada, el golpe. Imágenes deshilachadas, fogonazos. Un dolor terrible, sin tregua. Firmó el documento, el testamento vital, cuando?. Su mujer no le dejó entregarlo. Se lo quitó, lo guardó en su bolso. Perdidamente enamorado, reconoce en su mujer ese defecto inadmisible, esa abominación espiritual: El dolor redime. Purifica. Valle de lágrimas. Camino de santidad. Es un lenguaje impío, para él. Letanías del infierno.

Guardó el papel en su bolso negro, granulado, con improntas de lunas en diferentes fases. El conductor está paralizado. Ciego. Desesperado. Se siente abandonado en esa carretera en medio de ninguna parte. El dolor, el dolor.

Ama a su mujer. Es la luz de su mundo. Moriría por ella. Días y días sin final. Atado a una cama, rodeado de cables, ciego, inmóvil, percibiendo vagamente su compañía. Su tutela. El documento está firmado. Es válido. La imagen de su mujer guardándolo en el bolso. Nadie es perfecto. Para empezar, un pequeño defecto de fábrica. Somos mortales. A él no le importa lo más mínimo. Ahora sería una buena noticia.

Si al menos le hubiera dejado entregar el documento. Está preparado para descansar en paz. La levedad de la tierra. Es lo único que desea en este momento. Este momento que es sólo dolor y desesperación. Oscuridad. A través de la cual se empieza a abrir una pequeña rendija. Se va acomodando la visión. Formas. Colores. El conductor empieza a moverse. Volviendo poco a poco a dominar su cuerpo, a tomar el control. Al alcance de la mano, su teléfono. Su teléfono. Junto al bolso negro, granulado, con improntas de las fases de la luna. Sobre el regazo de su mujer. Muerta.

Ignacio Aparicio
Grupo A


Una habitación en el infierno

En el almacén, queda alimento suficiente para los próximos doce años. Al doctor Brandon le consta. Como observador crítico del mundo, el doctor leyó las señales del inminente apocalipsis mucho antes de que llegara el Día Cero. No hizo nada por evitarlo. No escribió artículos que alentaran a detener la debacle. No habló sobre la carestía que se avecinaba. No alertó sobre los virus que se diseñaban en los laboratorios. No firmó las peticiones en contra de los campos de readiestramiento, como lo hicieran tantos otros de sus compañeros y hasta su propia hija. El doctor Brandon se acomodó en el resquicio más cálido del vientre del poder y asintió a todo lo que le pidieron. Por eso, fue uno de los elegidos para ocupar una habitación en el Infierno.

Él mismo ideó el nombre clave. Por aquel entonces, se desarrollaban múltiples proyectos secretos: misiles, plagas, cámaras de vigilancia ocultas. Cualquiera admitía el nombre clave Infierno, y sin embargo, este sería el lugar reservado a la élite. Cada cual tendría su celda privada en el refugio subterráneo, que contaría con provisiones para quince años, pozos protegidos de la contaminación, un sofisticado sistema energético y una red interna de comunicaciones. Funcionaría como una réplica de lo mejor del primer mundo, oculta en lo más profundo de las entrañas de la tierra. El doctor Brandon presiente que al tiempo que él elige los mejores pimientos en el depósito, afuera, los bombardeos continúan. Quizás Joseph, Rebeca y los niños sigan allá, afuera. O quizás no.

Solo aquellos en las más altas esferas podrían agenciarse un espacio. Por supuesto, podrían partir junto a sus seres queridos. El general Dungworth, por ejemplo, emprendería una nueva vida de la mano de su amante, Sunny, a la que había conocido en las Vegas. Brandon sonrió para sus adentros al enterarse. Una cosa era fingir ser un esposo ejemplar cuando el protocolo lo exigía y otra, muy distinta, quedarse encerrado con su mujer durante quince años, le había confesado Dungworth. El doctor Brandon tenía una perspectiva diferente. Él sí había amado a su esposa, fallecida hacía ya muchos años. Se llevaría consigo a sus dos hijos, jóvenes adultos, y a sus respectivas familias. Brandon estaba convencido de que todo lo que hacía venía justificado por la meta última de salvar a los suyos. Su hijo Joseph lo abrazó con lágrimas en los ojos cuando supo del refugio. Rebeca fue de otro parecer.

Todos los días el doctor Brandon revisa el sistema de comunicaciones. No es muy diferente a lo que era la Internet. De haberlo deseado, el doctor habría podido acceder a mil y una recetas de chuletón a la brasa. Sin embargo, no hay forma de establecer contacto con el mundo exterior. Enviar un mensaje a la superficie es un ejercicio fútil. El doctor Brandon sabe que, en teoría, podría comunicarse con los otros habitantes del refugio, con el general Dungworth, tal vez. En cualquier caso, no hay garantías de que el general haya sobrevivido. Brandon tampoco ha hecho esfuerzo alguno por averiguarlo. La evacuación no resultó como se había esperado.

Cuando su padre le contó del confortable destino que le esperaba en el centro de la tierra, Rebeca lloró de rabia. Lo llamó inmoral. Lo llamó monstruo. Ella era una idealista, como él lo había sido en su juventud. Ella siempre había sido muy distinta a su hermano Joseph. En tanto que este había conseguido un buen trabajo y formado una familia, Rebeca se la había pasado dando tumbos. Había estudiado en las mejores universidades, pero nunca se había casado, no tenía hijos y, en vez de un empleo formal, iba de un sitio a otro tratando de salvar el mundo. El doctor Brandon sabía que el mundo no tenía remedio. Lo que no sabía era que su propia hija echaría a perder sus planes. A pesar de todo, era la persona a la que más quería.

El doctor Brandon rebana con esmero los vegetales que trajo del almacén, siempre le gustó cocinar. Los olores que salen de la olla le despiertan sensaciones que creía olvidadas. Antes de descender a lo más profundo, él troceaba zanahorias mientras su esposa se acodaba en un sillón y los niños corrían por el vecindario. A veces Rebeca irrumpía en la casa, se acercaba a la olla y se sumergía en los aromas del guiso, miraba al doctor con ternura. Ahora, el calor que inunda la cocina distorsiona los objetos. El doctor Brandon observa el cuchillo que sostiene en la mano. Es un cuchillo de excelente calidad perfectamente afilado. Hasta en esos nimios detalles pensó el comité de diseño.

Con ese mismo cuidado, se estableció una fecha para la evacuación. Sabían que si esperaban a que ocurriera un cataclismo se corrían el riesgo de no conseguir escapar a tiempo. También comprendían que no podrían mudarse hasta no contar con los suministros suficientes. Fue así como se estipuló el Día Cero, día en que daría inicio el descenso. Una vez todo estuviera en orden, se bloquearían las puertas que separarían el caos del orden.

El doctor Brandon notificó a sus hijos. Rebeca le repitió que ni en un millón de años se iría a vivir allí. Intentó convencerlo de que desistiera de ser parte de aquella barbarie. El doctor Brandon se puso de rodillas, le aseguró que movería los hilos, que podría llevarse a alguno, a algunos de sus amigos activistas si era lo que deseaba, si al fin y al cabo, era a ellos a quienes ella consideraba su familia. Familia. La única palabra que aún significaba algo para el doctor Brandon. Rebeca no solo se negó, informó a los medios. Esa fue la catástrofe.

Salieron a relucir nombres, se desataron las protestas, los asesinatos. Hubo que adelantar las fechas, obviar la coordinación, hacerlo todo a la carrera. Al doctor Brandon lo sacaron de su casa en medio de una muchedumbre que gritaba y golpeaba su vehículo, entre disparos. No tuvo tiempo de llamar a nadie. La masa de los elegidos atravesó el umbral entre empujones, en medio de la oscuridad. Por un instante, el doctor deseó correr en la dirección opuesta, pero no pudo. Se cerraron las puertas.

Ahora el guiso burbujea, hierve. El doctor Brandon no baja la temperatura. Levanta el cuchillo más de lo necesario, como si de un teléfono se tratara, como si con él pudiera llamar a alguien. Así permanece por un lapso que se asemeja a la eternidad. Finalmente, lo coloca junto a los trozos de calabaza, echa estos a la olla y baja el fuego.

Mientras espera a que se cuezan las verduras, vuelve a revisar el sistema de comunicaciones. Lee en la pantalla: “Bienvenido, doctor Brandon. No tiene mensajes nuevos”. Cuando todo está listo, se sienta ante el plato de comida y repite esas palabras en voz alta: “Bienvenido, doctor Brandon”. Tras un breve silencio, añade: “Buen provecho, doctor Brandon”. Comienza a dudar del sentido de esa combinación de caracteres, de los sonidos que salen de su boca, “doctor Brandon”. Hace ya 1,092 días que nadie más pronuncia su nombre.

Ismarie Díaz Flores
Grupo B


Infierno Elegido

Ana no pretendía que nadie entendiera que vivía cómodamente en su infierno interior. Que era feliz jugando dentro de su territorio. Que su espacio lo había hecho propio y segura, podía caminar con los ojos vendados sobre sus caminos empedrados porque casi se sabía de memoria el laberinto que formaba sus calles estrechas y angostas. Sus plazas amplias y soleadas Sus avenidas con altas farolas que iluminaban las noches.

Pocos sabían que ese dulce infierno como a ella le gustaba llamarlo, realmente era el lugar donde él habitaba No podría haberlo denominado cielo, sonaba demasiado blanco , demasiado bueno . Y él y ella eran todo menos algo que despertase esa sensación de aséptico.

Lo suyo, su amor, era oscuro y ardiente. Estaba lleno de cuevas donde quedarse por horas , sin sentir nada más que el olor a tierra mojada, donde abrazados se llenaban mutuamente de esa humedad que hace reblandecer los huesos , hacer que el cuerpo se vuelva etéreo y al final fundirse en una misma materia sin saber dónde empieza el principio y el fin.

Algunas mañanas soleadas ese amor oculto, se hacía libre y se dejaba inundar por un mar embravecido donde la sal curaba heridas, antiguas y recientes. Pequeñas heridas que cubrían el alma de Ana. Herida por la ausencia, por la distancia impuesta por el destino y las circunstancias.

Bendita distancia pesaba muchas veces con la cordura que la ataba a su realidad, porque si no, en un arrebato de nostalgia todo su mundo hubiese saltado por los aires, hubiese dejado todo atrás para encontrase con ese hombre del que sólo conocía su imagen, sus palabras y si cerraba los ojos su olor a sal y mar.

No conocía nada más y nada menos. Para que más, se preguntaba y se sobresaltaba cuando se daba cuenta de que empezaba a hablar en voz alta y los pensamientos que ella había conseguido durante tanto tiempo resguardar, ahora se estaban volviendo furtivos y desobedientes y sin permiso se estaban haciendo delatores y los encontraba en sus ojos vidriosos llenos de deseo, los sentía en sus labios hinchados, podía tocarlos en sus manos hambrientas de caricias. Esos pensamientos se estaban volviendo rebeldes, no conseguía manejarlos a su antojo, sacarlos y meterlos de ese armario con cajones en que había convertido su mente.

Como podía guardar tanto sin sentir la asfixia de ese amor. Como revelarse? Se conocían hasta el extremo de haber llegado a esos recovecos que quedan ocultos y sellados. Se sabían de memoria el mapa de sus pieles, las palabras adecuadas para llevar al otro de un estado a otro y pasearse despreocupados por la sensatez y al poquito por la locura. Perderse en largas batallas dialécticas en que cada uno describía al otro sus mundos distantes. Tan diferentes y tan iguales. Que al final, exhaustos caían abrazados, parecían habitar bajo el mismo cielo, acortando la distancia, sintiendo que un océano no era capaz de separar sus almas.

Habían creado un mundo propio donde resguardarse cuando el resto fallaba.

Bueno, seguramente era Ana la que refugiada en esa irrealidad, vivía en su infierno elegido, porque el cielo en que sobrevivía no le era suficiente para ser feliz.

Olga Jerez
Grupo A


El infierno a veces

El infierno a veces no es ese lugar lleno de fuego donde hace tanto calor son casa donde cortan la luz y el gas en pleno invierno o campos de refugiados donde los niños mueren de frío.
El infierno a veces no es ese lugar donde reina un diablo rojo con cuernos y rabo es un país donde el diablo es rubio y alto y se ríe de personas con deficiencias físicas o denigra a las mujeres.
El infierno a veces no es ese lugar donde vas cuando eres malo sin importar tu genero, raza o religión es un mundo donde por la misma acción eres malo o no dependiendo de esos "detalles".
El infierno a veces no es ese lugar donde se acumulan almas son pasillos de hospital donde se acumulan cuerpos.

Beatriz Gorjón
Grupo B


El infierno es un cuento chino

Recuerdo al cura que me dio clase de religión, dijo muy claro "Dios es bueno y no puede permitir que nadie se condene". Al morir todos al cielo.
Con estas premisas, el limbo y el purgatorio, deben estar destinados a todas las personas que pasan desapercibidas, les falta algún tornillo o no son capaces de hacer mal a nadie.
El infierno, como tal infierno por deducción está aquí en la Tierra.

El infierno terrenal, lo sufren todas las personas que desde que nacen hasta que se mueren, pasan todo tipo de calamidades, enfermedades, vejaciones, maltratos, miserias, etc, etc...

Si esto es verdad, Dios no es justo, pues no se puede tratar a todos de la misma manera, habrá personas que disfruten en la tierra y en el cielo y otras no disfruten nunca.
A ver si en el cielo va haber niveles de confort, y los curas no nos lo están contando.

Para todo lo que no logramos entender, la iglesia saca de la manga la palabra "fe", y yo lo que es "fe" no tengo, y sobre la palabra "infierno", doy la razón a los chinos.

Luis Iglesias
Grupo B


El infierno

El infierno es la manzana que pudre el cesto
La maldición del lobo
El bautismo del rebaño
El coro de cuerdas que mutila el pulso
La plaga silente que castra la vida
El cepo furtivo que decapita brotes
El alambique funesto que endurece el vino.
La colmena donde se purga el polen.
El enjambre sacro que de la miel hace hiel, y del alma, arma caníbal.

"Bendito es aquel que vibra al escuchar su canto
y renuncia al artificio fugaz de un espejismo mundano
Bendito es aquel que sin dudarlo suma su voz a la Verdad de sus salmos
y amordaza la razón con fe
y encadena el corazón al pálpito de la palabra.
Bendito sea aquel que así hace
porque el paraíso vive en él
y eĺ , y solo él
conocerá sus manjares"


El infierno es la manzana que pudre el cesto
La maldición del lobo
El bautismo del rebaño
Un fuego cruzado de rezos
La legión de ritos que sostiene la batalla
El lupanar que prostituye al Verbo.
El altar proxeneta que consagra la ablación de lo ajeno.
El sermón que abandera la piedad y enfrenta los pueblos.
La noria que profana el curso de los ríos con giros de sangre y miedo

"Bendito es aquel que vibra al escuchar su canto
y renuncia al artificio fugaz de un espejismo mundano
Bendito es aquel que sin dudarlo suma su voz a la Verdad de sus salmos
y amordaza la razón con fe
y encadena el corazón al pálpito de la palabra
Bendito sea aquel que así hace
porque el paraíso vive en él,
y él, y solo él
conocerá sus manjares"


El infierno es la manzana que pudre el cesto
La maldición del lobo
El bautismo del rebaño.
La hierba estabulada que de un hombre hace un cobarde.
La llama que atormenta el día con el tridente bufo de una eternidad atormentada
El estribillo verdugo de un coro de cuerdas
Un fuego cruzado de rezos
La plaga silente que castra la vida

Benditos sean los sordos a la trompeta que endurece el vino
Porque ellos, y solo ellos
crearán el Paraíso.

Ana Isabel Fariña
Grupo B


Infierno

a David Martín Alberca

Es mi infierno no estar contigo, no ayudarme a ahuyentar todo aquello que me da miedo.
Es mi infierno no ganar batallas, no abrirme caminos, no mirar al frente. No cruzar fronteras. No descubrir mentiras.
Es mi infierno que no me guíes como mi estrella que eres, en tan malos momentos.
Es mi infierno David, no protegerte y dejar que otros te lastimen.
Es mi infierno no quererte y dártelo todo y más cuando digo y pienso.
Es mi infierno que no estés cuando apruebe y gane, de nuevo, y una vez más a tu lado.
Mi infierno de quererte y no estés.
De buscarme y preocuparme.
Es mi infierno, demostrarte que quiero pero no puedo.
Y entre todas estas palabras que arropo en estos versos, me queda decirte.

"Que sería mi infierno muchas veces si no llegas a estar ahí".
Te quiero David Martín Alberca.

Iria Costa
Grupo B


Desde el infierno

Siempre he pensado que el infierno lo tenemos dentro. Se presenta en forma de dilema. El infierno está edificado sobre sentimientos de lucha sobre qué camino tomar. Todos conocemos nuestro infierno de cerca. A veces aflora de repente y nos sorprende lo cerca que estaba. Se puede elegir cultivarlo y que crezca, o resistir y ponerlo en su lugar, lejos. El infierno va más allá de situaciones concretas – catastróficas, desesperadas – porque él mismo es el motor que las ha puesto en marcha.

Es paradójico, porque el nacimiento del infierno tiene mucha de la pasta que forma ese tipo de situaciones desesperadas. Ahora mismo me encuentro colgando de un pétreo precipicio y no se me ocurre otra cosa que ponerme a teorizar con pluma y papel. Pero me sirve para ordenar mis pensamientos.

Estoy en el mismo centro del infierno: este precipicio separa un abismo tentador, cómodo y cínico, de una superficie pedregosa, dura, empinada. Me da miedo aflojar los brazos. “¿Resistirá mi conciencia tal batacazo?”, me pregunto. Si acepto dejarme caer, no podré decir la tengo limpia; es probable que los remordimientos me acompañen siempre, aunque los domine con un nivel de vida con que jamás habría soñado. Si ocurre, la vida sigue. Eso está claro. Pero qué fácil es dejarse llevar.

Me están empezando a doler los dedos de tanto pensar y me cuesta mover las piernas para intentar incorporarme y volver a la senda recta... ¿Cómo he llegado a esta situación? Yo me había hecho una promesa a mí mismo: nunca repetiría los errores de siempre, de sobra conocidos. Si es que íbamos a hacer las cosas diferentes, yo el primero. Cuando empecé esta empresa, el infierno estaba lejos. Éramos inmunes. Ahora, todo encaja: el infierno solo se había disfrazado de promesas de cambio. Ya lo noto acariciando mis pies, empujándome a aceptar, a dejarme llevar, a asegurar mi futuro. Fácil, de golpe, sin más miramientos. Un leve movimiento de dedos y la inercia haría lo suyo…

Tiré la pluma en la mesa y me levanté, empujando la silla hacia atrás con un golpe seco. Me llevé las manos a la cabeza. Mis sienes palpitaban. Di vueltas en la habitación del todavía humilde apartamento. Suspiré y me apoyé en la mesa, mirando los papelajos desordenados que había encima: folletos encontrados en el buzón, folios manuscritos con los que intentaba ordenar mis ideas, tickets de la compra…

Si es que… ¿Para qué escribía? No tenía sentido divagar. O aceptaba la operación o me despedía. O caía o me incorporaba preservando una ética, pero iniciaba un enfrentamiento directo con todos, con el mundo. ¿De verdad no había otra salida? Estaba tan cerca del infierno… tiré todos los papeles al suelo con rabia. Solo uno quedó en la mesa, era un folleto empresarial al que no había prestado mayor atención:




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Ya me habían localizado.

Beatriz González
Grupo B


Cuentos cerrados.

La sed, la sed, la sed.
Siempre la sed;
sin principio ni fin,
ni antes ni después;
ni cerca ni lejos.
Para siempre.
Desde siempre.

Y tus ojos sin agua
y mi risa sin voz,
los labios sellados,
ciegos, huecos, sin tu sol.

Nunca, nunca más.
Ni antes ni después;
ni cerca ni lejos.
Nunca más.

Eterna vuestra ausencia,
las camas vacías,
los cuentos cerrados,
Pepa y Pocoyó enmudecidos.

Eterna, eterna sin más.
Ni antes ni después,
ni cerca ni lejos.
Por siempre jamás.

¿Infierno me dices?
Siempre
Nunca
Jamás
Silencio. Silencio. Silencio.

¿A qué más?

Javier Portilla
Grupo A

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