Érase otra vez. Escribir para niños

La sesión del lunes, 5 de junio, la dedicamos a la difícil tarea de escribir para niños y jóvenes. Hablamos principalmente de álbum ilustrado y compartimos historias de los grandes, Lobel, Lionni, Sendack.



También leímos y comentamos varios artículos de Ana Garralón. Uno de ellos, el titulado "8 ideas equivocadas sobre lo que es escribir para niños" lo transcribimos aquí aunque también podéis encontrar, mejor vestido, en su blog:

Ya son muchos, muchos años, leyendo libros para niños. Leyendo libros de todo tipo y género, para todas las edades, sorprendiéndome cada vez que un libro logra conmoverme o me parece original. En todos estos años, y sobre todo después de haber comenzado este blog, me han llegado solicitudes para leer la obra de escritores que quieren comenzar sus pasos con libros infantiles. Lamentablemente observo una serie de “maneras de escribir pensando en los niños” que provienen de lugares comunes desde los que es difícil crear nuevos libros. Por este motivo me he animado a escribir esta entrada.
Conste que soy de las que piensa que escribir desde el “no” es siempre más fácil que desde el “sí”: quiero decir que no sé si, por ejemplo, me animaría a hacer una entrada titulada: 10 buenas ideas sobre lo que es escribir para niños.
Pero aquí va esta selección. Al menos habrá una sonrisa de complicidad en muchos. Decir por último que estas ideas se encuentran en originales sin publicar pero también –y muchísimo- en libros publicados que están en circulación.

1. A mis hijos les encantan las historias que les cuento antes de dormir
Por eso, a todos los niños en general, les debería gustar también, ¿o no? Esto se aplica igualmente a abuelos que se inventan el cuento, a docentes que hacen lo mismo en sus aulas, y a casi cualquier situación donde uno tenga rendidos a los niños, bien porque tiene que estar (escuela), bien porque necesitan ese momento (padres antes de dormir). Ese momento de complicidad absoluta y de afecto no se da de forma tan espontánea cuando la historia está sobre el papel y la van a leer otros niños en situaciones completamente diferentes (una biblioteca, una librería, un adulto leyendo el libro). En el relato espontáneo hay mucha tolerancia a las imperfecciones de la historia, absurdos improvisados o, simplemente, sentimentalismo.

2. Los cuentos para niños tienen una lección
Es una vieja demanda de la pedagogía, el aprendizaje de la lectura y la escuela. Ya que estamos aquí, pues que al menos aprenda algo. Por ese motivo se piensa siempre en el mensaje del cuento y se intenta ponerlo lo más clarito posible. ¿Lo literario? Bah, son pequeños, mejor que tengan muy claro lo que es correcto e incorrecto para poder reconocerlo en vida real. Según este principio, autores, editores y docentes premian libros donde se puede reconocer claramente cuál es el mensaje, dónde están los “valores” y de qué manera la lectura de ese libro va a contribuir a formar una buena persona.

3. Escribir para niños es más sencillo que para adultos
¡Claro! Total, tienen menos vocabulario, saben menos cosas y hasta hay que escribir menos palabras. Basta con juntar unas cuantas cositas y tienes el cuento. Escribir las cosas de forma sencilla es, por lo general, más difícil que no tener que seleccionar palabras ni niveles de lectura. Cuando no se tiene en cuenta aparecen libros llenos de frases simples, mucha acción, mucho diálogo, escasa experimentación y temas trillados.

4. Tengo una idea genial y necesito un ilustrador/a
Por lo general, una idea no es una historia. Repetimos: una idea no es una historia. Es difícil hacer ver este punto a escritores que quieren estirar una anécdota, basar una hisotira en un chiste, o simplemente, tener un momento de genialidad. Una historia tiene muchas capas, aunque no se vean, e implica una profunda reflexión sobre los personajes, las situaciones que viven, el tiempo, el espacio… Por eso muchos piensan que lo que necesitan es un ilustrador/a que les dibuje lo que a ellos les falta. Pero si un ilustrador no tiene el volumen necesario en una historia, apenas podrá interpretarla.

5. Los niños piensan en abstracto
¡A los niños les gusta mucho la fantasía! Esta es una idea que lleva a muchos escritores a descuidar la verosimilitud. Total, si los animales hablan, puede pasar todo. Pongamos ejemplos: una niña que conversa por las noches con su almohada, un niño cuya bicicleta le ayuda a sortear peligros, una abuela que vuela, las letras de un libro que se escapan para vivir su propia aventura, etc. En muchos casos, el autor no se toma la molestia de justificar esa fantasía y, mucho menos, pensar en por qué ocurren las cosas.

6. El libro ideal para niños tiene acción, suspense y aventuras
Cuando se leen las contracubiertas de los libros tenemos la impresión de que se repite un modelo sin parar: por ejemplo, algo ha desaparecido (un cuadro en un museo, un niño, algo en el cole) o ha modificado su comportamiento (la panadería ha cerrado inexplicablemente, una niña de una pandilla ya no se habla con las demás) y la trama gira alrededor de este hecho de suspense. Se suceden entonces carreras, reuniones secretas, se aventuran hipótesis, se encuentran la solución al misterio. Es una manera excelente de crear futuros lectores… de novela policiaca. 

7. Soy cuentacuentos y los cuentos que me invento les gustan mucho a los niños.
Este punto se puede relacionar con el 1 con la nota de que, en la actualidad, hay muchos cuentacuentos que están publicando sus propias historias, y hasta reciben premios por ellas. El cuentacuentos tiene una práctica en las estructuras narrativas que le favorece a la hora de inventarse una historia. Pero un cuento contado no siempre funciona cuando se escribe, y mucho menos cuando se ilustra. El espacio imaginario que propone el contador cuando empieza su historia lo completa cada niño de una manera u otra y esa es la maravilla de la tradición oral. Verlo en un álbum a todo color con la interpretación que ha hecho el ilustrador empequeñece en muchas ocasiones una historia con matices y, por lo general, el texto queda reducido a una anécdota que no siempre se entiende.

8. No sé contar historias per tengo mucha sensibilidad
Sí, y los niños son seres con mucha sensibilidad. Esto quiere decir que a los niños vamos a hablarles de la luna y de las estrellas de mar y del viento y tal vez de las nubes, porque son objetos llenos de romanticismo y a los niños les encantan los momentos poéticos. Y en este caso no necesitamos ninguna historia porque ¿no es cierto que hablar de contemplar el cielo estrellado, y escribirlo en un libro, es una idea que les va a encantar? ¿A que vamos ayudarles a desarrollar su imaginación? Si a esto le añadimos que no hay que tirar basura en la playa, tenemos el libro perfecto. Sí

Hablamos también de este cuento de Quim Monzó titulado "La Monarquía":

“Todo gracias a aquel zapato que perdió cuando tuvo que irse del baile a toda prisa porque a las doce se acababa el hechizo, el vestido retornaba a la condición de harapos, la carroza dejaba de ser carroza y volvía a ser calabaza, los caballos ratones, etcétera. Siempre la ha maravillado que sólo a ella el zapato le calzase a la perfección, porque su pie (un 36) no es en absoluto inusual y otras chicas de la población deben de tener la misma talla. Todavía recuerda la expresión de asombro de sus dos hermanastras cuando vieron que era ella la que se casaba con el príncipe y (unos años después, cuando murieron los reyes) se convertía en la nueva reina. El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que. siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona?
Que el rey tiene una amante es seguro. Una mancha de carmín en la camisa siempre ha sido prueba clara de adulterio. ¿Quién será la amante de su marido? ¿Debe decirle que lo ha descubierto o bien disimular, como sabe que es tradición entre las reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica? ¿Y por qué el rey se ha buscado una amante. ¿Acaso ella no lo satisface suficientemente? ¿Quizás porque se niega a prácticas que considera perversas (sodomía y lluvia dorada, básicamente) su marido las busca fuera de casa?.
Decide callar. También calla el dia que el rey no llega a la alcoba real hasta las ocho de la mañana, con ojeras de un palmo y oliendo a mujer. (¿Dónde se encuentran? ¿En un hotel, en casa de ella, en el mismo palacio?) Hay tantas habitaciones en este palacio, que fácilmente podría permitirse tener la amante en cualquiera de las dependencias que ella no conoce.) Tampoco dice nada cuando los contactos carnales que antes establecían con regularidad de metrónomo (noche sí, noche no) se van espaciando hasta que un día se percata de que, desde la última vez, han pasado más de dos meses.
En la habitación real, llora cada noche en silencio; porque ahora el rey ya no se acuesta nunca con ella. La soledad la reseca. Mil veces hubiera preferido no ir nunca a aquel baile, o que el zapato hubiese calzado en el pie de cualquier otra muchacha antes que en el suyo. As¡, cumplida la misión el enviado del príncipe no hubiera llegado nunca a su casa. Y en caso de que hubiera llegado, mil veces hubiera preferido incluso que alguna de sus hermanas calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. Así el enviado no habría hecho la pregunta que ahora, destrozada por la infidelidad del marido, le parece fatídica: si además de la madrastra y las dos hermanastras habría en la casa alguna otra muchacha.
¿De qué le sirve ser reina si no tiene el amor del rey? Lo daría todo por ser la mujer con la cual el rey copula extraconyugalmente. Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.
La antigua cenicienta decide avenirse a la tradición y no decirle al rey lo que ha descubierto. Actuará de forma sibilina. La noche siguiente, cuando tras la cena el rey se despide educadamente, ella lo sigue de forma disimulada. Lo sigue por pasillos que desconoce, por ignoradas alas del palacio, hacia estancias cuya existencia ni siquiera imaginaba. El rey la precede con una antorcha.

Finalmente se encierra en una habitación y ella se queda en el pasillo, a oscuras. Pronto oye voces. La de su marido, sin duda. Y la risa gallinácea de una mujer. Pero superpuesta a esa risa oye también la de otra mujer. ¿Está con dos? Poco a poco, procurando no hacer ruido, entreabre la puerta. Se echa en el suelo para que no la vean desde la cama; mete medio cuerpo en la habitación. La luz de los candelabros proyecta en las paredes la sombra de tres cuerpos que se acoplan. Le gustaría levantarse para ver quién está en la cama, porque las risas y los susurros no le permiten identificar a las mujeres. Desde donde está, echada en el suelo, no puede ver casi nada más; sólo, a los pies de la cama, tirados de cualquier manera, los zapatos de su marido y dos pares de zapatos de mujer, de tacón altísimo, unos negros del 40 y otros rojos del 41.

Propusimos como tarea escribir una historia a partir del final de un cuento clásico, al estilo de Monzó. ¿Qué ocurrió después? ¿Qué fue de los protagonistas de la historia pasados veinte años? ¿Vomitaron las perdices que comieron? ¿El final fue verdaderamente feliz?

Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora


Blancanieves sin Príncipe

-¿Y por qué siempre dices, colorín colorado este cuento se ha acabado? No se han muerto así que no ha terminado ¿Y por qué tiene que ser así el cuento?-

-¿Qué te gustaría entonces?-

- A mí me gustaría saber qué harán los enanitos después, si van a seguir trabajando en la mina, si seguirán viviendo en su casita del bosque y si Blancanieves y el Príncipe tendrán hijos. O podía haber pasado otra cosa-

-Pue siéntate, aquí tengo este libro que nos lo va a contar-

-¡Pero mami si está en blanco!-

- Pues empecemos a escribirlo nosotros-

Cuando el cazador entregó a la reina el corazón del corzo, la duda quedó en el suyo, ¿quedaría ya a salvo la princesa, o la maligna reina descubría el engaño? Su misión iba a ser, cuidar de Blancanieves.

El cazador tenía dos hijos, ellos se encargarían de vigilar la casa de los enanitos, mientras, recogerían leña y los frutos del campo. Rufo protestaba mucho, no le gustaba ser cuidador de una princesita, Leandro al contrario, estaba muy contento pensando en salvar a la princesa de su madrastra, podría ser un héroe. Cuando Blancanieves terminaba sus tareas y hasta que volvían los enanitos, salía a jugar con ellos, le enseñaban el nombre de los árboles, a reconocer los cantos de las aves, a imitar los sonidos de los animales, ella les contaba bonitas historias. Se hicieron buenos amigos.

Una noche, el cazador vio cómo una viejecita salía del castillo, él bien sabía que era la reina. En aquel momento la luna se escondió tras una negra nube, un gran estruendo retumbó, todos los animalitos del bosque empezaron a revolotear, a trotar, piaban, graznaban, zureaban, rebuznaban, ululaban, relinchaban, hasta un cocodrilo lloraba, un enjambre de abejas zumbaba y revoloteando a su alrededor empezaron a clavarle su aguijón, le inyectaron su veneno, cayó víctima del final que había preparado para Blancanieves. En el castillo hubo un gran estallido, el espejo mágico cayó al suelo, ya no volvería a tener poderes.

El cazador fue a buscar a Blancanieves, muy contentos todos volvieron al castillo y allí vivieron muy felices muchos años.

-¿Podemos poner que Leandro y Blancanieves se casaron y tuvieron siete hijos?-

Blancanieves y Leandro se enamoraron, se casaron y tuvieron siete hijos.

Inés Izquierdo
Grupo A


El osito de la tele

- Inconcebible, mi niña. ¡No te lo vas a creer!. Mi maestro me ha mandado escribir un cuento.

- No, claro, no lo voy a hacer. Los dos sabemos que los cuentos son mentiras que inventan los mayores para engañar a los pequeños. Está fatal engañar a nadie. Mi mamá me enseñó a no mentir la tarde en que Ali y yo subimos a la rama alta del chopo de la Vega y le juré dos veces que venía de casa del señor Tino. Cuando acabó, se colocó de nuevo la zapatilla y con su dedo apuntó a papá y a la vara de mimbre colgada junto a la puerta del corral.

¿Sabes?; voy a relatarle nuestra aventura con el osito. Lo mismo cree que es un cuento y me libro de su mala nota y, sobre todo, de su mala cara…

No te he dicho que naciste en un hospital muy grande. Un hospital es una casa enorme, con paredes de cristales, donde llevan a las personas malitas para curarse. A la mayoría de los niños les gusta nacer allí. Mi mamá también me nació en uno de ellos, aunque engañado. Yo quería haberlo hecho en el pueblo del Teso Alto, como mi amigo Canito,

A Canito lo encontró su papá al lado de un haz de trigo, en la estación de los calores. Dejó la hoz en el suelo, lo metió en unas alforjas y lo llevó a casa. El sol ya había dado las buenas noches y se marchaba a dormir. Al llegar, encendió el candil de carburo de la cocina, le calentó un buen plato de patatas y lo puso a mamar de la teta de la cabra.

En el hospital, los curadores se llaman médicos. Algunos entrecierran los ojos y fruncen el ceño. Si no eres valiente hacen un poco de miedo. Otros no, otros te sonríen y son simpáticos. Las curadoras son las enfermeras. Casi todas son buenas y guapas, menos alguna que, para que te hagas una idea, son tan brujas como la Joaquina del Pueblo Forastero, que le cortaba la cola a las lagartijas. Esas, al regresar a casa, seguro que le pegan pescozones a los maridos.

Cuando tú naciste, llegué al pasillo de la casa de los nacimientos acezando por subir de cuatro en cuatro los peldaños de la escalera. Me acababan de comunicar que habías llegado y te iban a asignar familia para la vida. Te tenía mama en brazos y no tardó en hacer tu presentación oficial. Había mucho ruido e intuí, más que escuché:

- Aquí una niña (y miró para ti).

Luego giró su cabeza hacia nosotros, nos señaló con la palma de la mano y dijo:

- Aquí una familia.

Se me encogió el alma al pensar que de haber subido los escalones de dos en dos no habría llegado a tiempo y no seríamos más que dos desconocidos.

Pasamos juntos un buen rato. Tres veces me guiñaste con los dos ojitos a la vez. Te contesté levantando los dos pulgares con disimulo. Nadie se enteró. Acabábamos de forjar una amistad para toda la vida.

Cuando regresé a casa me senté a ver la tele. Había un osito que se empeñaba en salir por la pantalla para morderme un brazo. Por más que le expliqué que yo era buena persona y amigo de los osos, siguió en su empeño de abrir la boca y enseñarme los dientes. Me enfadé y de un salto la apagué con rabia, así al quedarse a oscuras marcharía a su casa.

Me puse a leer un cuento. Al pasar la primera hoja se me cerraron los ojos y el osito, que aún no había marchado, aprovechó para salir de la tele.

En la casa solitaria sí había palos, pero en la del Pueblo Grande solo teníamos el palo de la escoba, que no vale para nada. Corrí a cogerlo a la cocina, pero al volver se me atravesó en el pasillo y se rompió. El osito se reía y me enseñaba los dientes. Yo no sabía qué hacer, si llorar o correr. Llorar es de gallinas, pero consuela, y a correr me iba a coger, porque aunque parecen lentos, dan saltos engañosos y te atrapan.

En un despiste suyo quité la tapa trasera de la tele, a ver si volvía a entrar. ¡Ni hablar!, Se enfadó aún más y abrió la boca cinco veces, cada vez una cuarta más y cada vez con peores intenciones. Me escondí detrás de la puerta y me hice el muerto. Menos mal que apareciste tú, no sé cómo, con alas de ángel y cara de cielo, que si no sí que lo estaría de verdad.

Fuiste tan valiente que tú solita lo agarraste y sujetaste por una oreja mientras yo marché a toda velocidad a quitar la cuerda del tendedero para atarle las patas. Tan rápido quise ir que se me salió una zapatilla y caí de bruces contra el mueble de las cucharas, que se puso a gruñir.

Mientras con tu ala le tapabas los ojos, yo le até las patas de adelante primero y las de atrás después. Luego pasé el extremo de la cuerda por una de tus alas y la anudé. Contamos juntos: uuuuno, dooooos y a la de tres, diste un pequeño salto y con un empujón mío lo encerramos en el televisor. Tú apretabas la tapa, mientras yo enroscaba fuerte los tornillos, para que no volviera a salir. Todavía lo intentó dos veces, pero le di en el hocico con el palo roto de la escoba y despareció. ¡Se iría para su casa!.

Te di un abrazo muy fuerte y regresaste al hospital con mamá. Me desperté. Aquel día decidí que siempre me tendrás a tu lado y no consentiré a ningún oso atrevido intente morderte el brazo, como quiso hacer conmigo el Osito de la Tele.

Evaristo Hernández
Grupo B


El traje del rey
Hace mucho, mucho tiempo, había un rey llamado Juan Carlos, al que le gustaba vestir bien, a pesar de que su cuerpo estaba desproporcionado. No encontraba sastre en el reino que le diera gusto y acertará en las medidas. Por lo que decidió poner un anuncio por internet, ofreciendo el oro y el moro, al sastre que acertara en sus deseos.
De todos los sastres que desfilaron por palacio con sus catálogos de telas y colores, uno fue el elegido por su atrevimiento, al comunicar al rey que los tontos no serían capaces de ver los trajes que el confeccionaba, estaban hechos solo para ser vistos por los más sabios del reino, sus trajes tenía la propiedad de ser únicos y mágicos.
El rey dotó al sastre de todo lo que le pedía, hilos de oro, telas, espejos y ayudantes. Impaciente el rey por ver sus trajes, envió al ministro de cultura, para que viera como iban sus nuevos trajes, pues pronto era se cumpleaños y saldría del palacio para que le vieran sus súbditos.
El ministro al hablar con el sastre, no consiguió ver ningún traje, este le explicaba el traje imaginario, como había quedado, su tamaño, su textura, su color, incluso se lo probó a él, y le hizo mirar al espejo para que se viera, por lo que dándose cuenta que los tontos no lo verían, a todo contestaba afirmativamente.
Llegó el día del desfile por el reino, y el sastre vistió al rey con su traje imaginario, y como los súbditos estaban avisados de que solo los más listos serían capaces de ver las telas mágicas con las que estaba confeccionado el traje, nadie se atrevía a decir nada , todos vitoreaban al rey a su paso, solo los niños decían la verdad, "El rey va en pololos, ja, ja, ja".
El sastre desapareció con todo el oro que pudo llevarse, y dicen las malas lenguas del lugar, que los reyes cuando tienen que comprarse algún traje, acuden a Zara o al Corte Ingles, pero no dicen que son reyes, para que el dependiente que les atienda les diga la verdad de como les sientan las prendas que compren.

Luis Iglesias
Grupo B


Érase que se era un viejo poeta. Un día de tormenta alojó en su casa a un niño bello como un querubín, pero muy extraño, estaba desnudo y su cuerpo temblaba de frío. El poeta le abrigó y lo alimentó.
Aquel niño era extraño, llevaba un bonito arco, deslucido por la lluvia, que el poeta secó y restauró. EL niño comía con avidez, mientras le decía al poeta que se llamaba Amor.
El poeta observó que una hermosa muchacha pasaba por la ventana y acto seguido el niño, falsamente ingenuo, disparó una flecha y con un disparo de rayo atravesó el corazón del poeta
Ese niño falso persigue a todo el mundo…y vive sin crecer. Las arma buenas, hasta a una abuelita  le atravesó también el corazón.
Y no para ni parará nunca, y como ya lo conocemos, tengamos cuidado

¿Es malo el diosecillo Amor?

Emilia González
Grupo B


El mundo de Cenicienta
Cenicienta se encontraba muy feliz, gracias al hada madrina: su barita mágica, la transformó en princesa con una bella carroza para ir a palacio, bailar y casarse con el príncipe de sus sueños. Su vida estaba llena de sorpresas que acariciaban su rostro. Sus vestidos olían a jazmín. Envuelta en su piel de porcelana, paseaba por el palacio y sus alrededores con el encanto de una princesa querida por todo el universo.

Su amor hacia el príncipe Daniel era tan intenso, que ambos decidieron tener su primer hijo, David. Su rostro era tan bello como el de Cenicienta, pero su miedo le invadía todas las noches en aquel palacio tan inmenso y misterioso. Una noche, Cenicienta se acercó a la cama de su hijo, le cantó una nana y David se quedó profundamente dormido. Al ver que su hijo dormía, decidió que debía repetirlo todas las noches. El príncipe Daniel pensó que esto no podría durar para siempre , aunque sería el remedio del momento. Otra opción podría ser cambiarse a una casa cerca del palacio rodeada de luz, con ventanas hacia un jardín, lleno de vegetación y de flores. Habló con Cenicienta sobre esta idea. Ambos decidieron trasladarse a una casita cercana, junto a un río, donde podían disfrutar de las maravillas de la naturaleza.

La estancia en la casita fue verdaderamente deliciosa. David ya no sentía miedo, sus sueños eran muy placenteros. Al despertar, se encendía su cara con un volcán de ilusiones. Los tres vivían momentos muy felices. El palacio no estaba abandonado, el rey Federico tenía fe en el príncipe Daniel, quien controlaba sus pertenencias y también a las personas que trabajaban bajo su mando.

David creció con mucho cariño y protección. Cuando cumplió dieciocho años, trabajó en palacio como coordinador de los diferentes cargos regentados por su abuelo el rey Federico , que se encontraba enfermo.

A raíz de su muerte, Su padre, el príncipe Daniel, se convirtió en el rey más poderoso y bueno del universo.

Cenicienta intentaba mantener la armonía de su familia para vivir con la mayor intensidad los sueños de cada día.

Sofía Montero
Grupo B


La Cenicienta
Después de haberse casado la cenicienta descubre que está embaraza. Está contenta, así que le comenta a su marido que van ha ser padres.
Lo celebran en familia.
Semanas después a la cenicienta y a su marido les dan la noticia de que el bebé que esperan es un varón.
Pasan los nueves meses y por fin la cenicienta da a luz a un niño al que le ponen el nombre de Jaques.
Han pasado siete años y Jaques es un excelente estudiante. A veces rivaliza con su primo Adolfo pero se llevan bien. Van a la misma clase y son excelentes estudiantes para alegría de sus padres.

David Álvarez
Grupo B

2 comentarios:

  1. No creo que pueda asistir el lunes así que aprovecho el blog (que espero que lean más de los que comentan) para despedirme. Este año no he podido asistir ni la mitad de lo que querría, principalmente por causas laborales. Y el tráfico de Salamanca cada vez me pone más complicado llegar a la hora y relajado (que yo al menos lo necesito para escribir). Donde había algunas compañeras que me facilitaban antes determinados cambios que no les gustan ahora no tengo tanta facilidad. Por ello creo que después de ya unos cuantos años (con el paréntesis del curso pasado), pongo punto final a mi participación en el Taller. Muy orgulloso de haber formado parte de él, con mucho que agradecer a Raúl y a varios compañeros que no voy a nombrar porque me dejaría a alguien seguro y es peor. Me despido con especial cariño de los más veteranos, para el resto creo que sólo soy esa sombra que llega tarde y no habla y al que "los más viejos del lugar" saludan con familiaridad. Ha habido años mejores y peores en mi periplo pero no me arrepiento de haber estado ahí estos años, incluso cuando en algunos momentos no he encontrado mi sitio. A los que me conocen, saben cómo localizarme y creo que saben que pueden contar conmigo.
    Un fuerte abrazo.
    Salud y letras.

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  2. Quiero entender "un hasta luego"; tu sabes que aquí tienes tu sitio, y queremos seguir leyendo tus relatos, siempre profundos, inconfundibles, aunque puede que sea hora de que escribas nanas y las cantes. Un abrazo muy fuerte y hasta siempre

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