Flor de azar

La sesión del lunes pasado ocurrió por casualidad, ¿o fue por causalidad? Entre estas disquisiciones nos movimos. Hablamos del azar, de la casualidad, de la búsqueda y de la serendipia. Y el tema dio de sí y de no.
Gracias a la serendipia, palabra que nos gusta, hoy disfrutamos de muchos avances científicos. La penicilina, la fotografía, el velcro... son solo algunos ejemplos de descubrimientos casuales. O quizá causales, pues son muchos los científicos que analizan pormenorizadamente las causas de las cosas y los efectos que producen esas causas. Y en esa búsqueda, y en esa forma de mirar, a veces salta la liebre y nos topamos con un gran hallazgo.

Nos acercamos a la casualidad de la mano del amor. Ay, esos amores a primera vista. O esos amores a los que perseguimos y se malogran de la forma más ridícula.
Buen cortometraje el que disfrutamos antes de pasar a los textos. Aquí lo dejamos, para disfrute del común. Su título "Convergentes". Su autor Alejandro Portaz.

Por cierto, una buena amiga tiene una bicicleta igual a la de la protagonista. Qué casualidad.





La casualidad es la semilla de la flor de azar, título que le dimos a la sesión.

Qué hermoso el texto de la Szymborska (versión Abel A. Murcia) en el que nos cuenta cómo es el "Amor a primera vista": 

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.


También hablamos de la película "La casa Emak Bakia" de Óscar Alegría y de la importancia del azar y la búsqueda en el guión. Aquí puedes ver el trailer.

Leímos algunos textos como el de Eduardo Sáenz de Cabezón en el que se nos explica el origen de la palabra "serendipity", relacionada con la historia "Los tres príncipes de Serendip". Y también el poema "Seguro azar" de Pedro Salinas.


Propuesta de escritura:

Escribe un texto que gire en torno a las dos palabras que obtendrás al azar tras arrojar dos dados al tapete. Dichas palabras no tienen que aparecer solamente enunciadas sino que constituirán el núcleo del relato o el poema. 
Destácalas en negrita siempre que las menciones en tu texto.


Y estos son algunos de los trabajos recibidos hasta ahora:


Efectos físicos de la química amargo-nostálgica

Al parecer, me había levantado con el pie cambiado, sin nada en la nevera, forzoso era salir a tomar algo fuera.
Una vez aseado, me decidí por una librería café, cercano a la casa en la que me hospedaba y que excitó mi curiosidad el día anterior. No había mucha gente y el aroma a café y chocolate, mezclado con el olor a libro viejonuevo, azuzó mi sensación de hambre.
No caí en la cuenta de que el chocolate que se me ofreció, como especialidad de la casa, era puro negro y al primer sorbo, sentí una ola de amargor que resbalaba por mi garganta, para alojarse en mi interior. No era esa mi expectativa y dude en anularlo y pedir otra cosa. Resolví tomarlo.
Momentos después y con el estómago protestando, decidí aventurarme por las repletas y tórridas calles de Cartagena de Indias.
Sin rumbo fijo, con la camisa como una húmeda, segunda, pegajosa piel y mi digestivo recordándome lo equivocado de ciertas decisiones, de repente, me encontré ante la muralla de la ciudad y supe, con certeza, adonde se dirigían mis pasos.
Subí la rampa hasta lo alto de la muralla encaminándome al Café del Mar y La busqué, con la emoción de la primera vez, anhelando que se materializara allí mismo. De repente, un océano de nostalgia me invadió, golpeando de forma inmisericorde mí atribulado espíritu y mi maltrecho cuerpo.
Los siguientes minutos, me dedique a deshacerme en disculpas y repartir algunas propinas, para que las empleadas del café, limpiaran las consecuencias de los efectos combinados del amargor del chocolate, la amargura de mis recuerdos y la nostalgia de su ausencia

Carlos García Riesco
Grupo A


Deseo

Esa tarde cuando llegue a su casa,toque como siempre el timbre, y pensé hoy preferiría que me ofreciera un café de cafetera express al consabido instantáneo.
Una densa niebla, había convertido lo que fue cálida mañana soleada de otoño, en una desapacible y gélida tarde, ambiente frío y rodeado de sombras.
Antes de que abriera la puerta de su domicilio,yo percibí ese rico aroma que desprende el café cuando bufa por la cafetera express, y sentí una sensación cálida, reconfortante.
Estaba cansado de su rapidez a la hora de prepararme el café.
Necesitaba un cambio.Me saluda con el rutinario beso de costumbre. Confío que mi deseo, sea no solo un aroma imaginado. Pueda saborearlo y disfrutar.

Pepa Agustín González
Grupo A


Ganar

Aquí estoy al lado de la chimenea, observando el fuego cargado de energía, calentita, abrigada, hipnotizada por su luz, por el movimiento de sus llamas.
Aquí estoy en silencio conmigo misma, con el único sonido del chisporroteo de la combustión de la leña.
Aquí estoy con los pensamientos que pasan por mi mente, uno de ellos es el recuerdo de un juego de cuando era pequeña: " caliente, caliente que te quemas”, su finalidad era quemarse porque significaba que habías ganado. Ahora de mayor me planteo que es más agradable y efectivo estar caliente porque, a veces, ganar es perder.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Espeso y amargo

Qué amarga es la existencia
cuando la mente se congela
en la espesa arboleda
de encinas y cipreses
y se pierde entre la niebla.
Camino por el parque
con mi amarga pera,
aún sin madurar,
sobre mis espesos labios.
Mastico y saboreo
su amargo zumo
que hiere mi espeso caminar.
Amarga tristeza
merodea en mi sentir.
Sola, ante el paisaje,
libero el pensamiento
de espesas sensaciones
para volver a un dulce sueño.

Sofía Montero
Grupo B


Dale fuerte, hombre

Paseando por la ribera del Tormes, encontré un niño gritando; gritaba fuerte, a pleno pulmón. El niño se había encaprichado con no se qué, y su padre le contestó fuerte también: !cállate de una vez hombre!. El niño gritaba cada vez más fuerte y su padre le dio un azote, pero el niño no callaba.

Nos congregamos un grupo de hombres y animamos al padre: !dale fuerte hombre, dale fuerte! (en la cabeza para que no cojee dijo el gracioso de turno). El hombre le dio un azote fuerte y el niño se calló.

Nada como un azote fuerte, dijimos todos los hombres recordando los que habíamos recibido en nuestra infancia.

¿Nada como un azote fuerte para hacerte hombre?.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


¡Qué fuerte!

Caminaba deprisa el hombre del sombrero gris, cuando recibió un fuerte golpe sin saber de dónde le había venido. Pronto sintió un fuerte dolor en el costado, cayendo el pobre hombre al suelo. A pesar de ello, el hombre se hizo el fuerte.

Miró hacia arriba, topándose con su socio, un hombre atlético, de complexión fuerte, todo un tipo fuerte. Una escena muy fuerte, en la que el hombre tumbado tenía muy pocas posibilidades de salir airoso. A pesar de ello, se levantó, recogió el sombrero, confiando en su fuerte carácter, para enfrentarse a aquel hombre que lo había derribado con un fuerte gancho de boxeador experimentado.

Se hablaron muy fuerte los dos hombres, intentando convertir cada uno la calle en su fuerte inexpugnable. Se conocieron en un club de ciclismo, donde había que pedalear fuerte, para subir pendientes muy fuertes. Para el hombre del sombrero la informática era su fuerte, para el otro su fuerte eran las matemáticas. Pronto, su amistad se fue haciendo cada vez más fuerte, por lo que decidieron montar juntos un negocio de cambio, aprovechando que el euro estaba en aquel tiempo muy fuerte.

Aquella mañana de viento fuerte, el hombre atlético se dio cuenta que su socio había metido la mano en la caja fuerte.

-Es muy fuerte lo que me estás contando, dijo el hombre del sombrero.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Soluble / Espeso

—Te he mandado llamar, Panoramix, porque el centurión Langelus necesita algo que solo tú le puedes proporcionar, la pócima mágica. No temas, druida, te garantizo que no habrá problema para los galos; nuestras guerras ahora son con otros pueblos. He venido expresamente de Roma...

Era en el campamento romano de Baborum. El senador, toga blanca de franjas púrpura y calceus negro, hablaba con una elocuencia de las de nada podérsele negar. Y que «ningún problema para los galos», repitió dando toda suerte de seguridades. Además Roma sería generosa; el senador mostró la henchida bolsa de cuero conteniendo los solidus de oro.

Llegados al acuerdo, hizo su entrada en la estancia el centurión, casco imperial, armadura segmentada, grebas y zapatos de suela pesada. El druida extrajo del interior de su blanca túnica los dos frascos y puso el de color negro en manos de Langelus.

—Entero, centurión, es muy espeso y huele a demonios, pero has de tomártelo hasta la última gota.

Parece mentira cómo a un recio centurión romano pueden venirle esas arcadas; hubo de agarrarse a la mesa para no caer al suelo.

—Muy bien, Langelus. Ahora, habrás de beber íntegro el contenido de este frasco verde. Se trata de hacer la pócima soluble para que pueda ser asimilada por tu organismo.

Aquí, todo cursó más en orden y transcurridos apenas dos minutos Langelus ya levantaba con solamente sus dedos índice y pulgar la pesada mesa de roble. Inflando pecho, la sonrisa no le cabía en el rostro. Una discreta seña al decurión a la puerta y este la pasó a un soldado que la esperaba, quien sin demora partió a lomos de caballo. Las órdenes eran esperar a Panoramix en el camino de regreso a la aldea; un mandoble certero y su cabeza rodaría por el suelo. La bolsa volvería al centurión y a él se le abonaría una sustanciosa suma; los sueldos en la Legio V Alaudae no eran precisamente generosos.

Panoramix apartó a un lado su barba de un blanco níveo procediendo a guardar las monedas al interior de su túnica. Con un ademán indicó a los romanos que tomaran asiento mientras él permanecía en pie y:

—Senador... centurión... os daré las últimas instrucciones. La poción mágica, la espesa, mantiene su efecto durante años y años. El brebaje del frasco verde tiene la virtud de hacer la pócima soluble como ya dije, pero ha de ser ingerido cada cuatro semanas pues en caso contrario la pócima solidifica y se transforma en un cuerpo extraño que crece y crece sin parar dentro del intestino. En el futuro a eso lo van a llamar cáncer. Pero ningún problema, yo estaré pendiente y cada sexto día de la luna me dirigiré al bosque de carnutes, cortaré el muérdago con la hoz de oro y enviaré un nuevo frasco al campamento. ¿Entendido?

—Entendido —repuso el senador.

Langelus, no pronunció palabra. Al centurión le había huido el color del rostro y le cubría una mortal palidez. Panoramix dio media vuelta y se dirigió a la puerta de la tienda con ese paso suyo tan mesurado, apenas un leve agitarse de la roja capa, ¿cuántos años podría tener? Se volvió a punto ya de salir.

—Centurión... siento mucho si en algo cambian tus planes. No temas por lo que a mí respecta, cada cuatro semanas enviaré sin falta un emisario con el nuevo frasco verde. Aunque no estaría de más, que fueras pidiendo a los dioses me concedan larga vida.

Y levantó su mano en alto.

—Valete, hijos de Roma.

Pascual Martín
Grupo B


“Una lágrima”

Hace tres días que no deja de pensar en ello: si le hubieran dicho que un simple “mordisquito” en el lóbulo de su oreja le iba a producir ese efecto instantáneo, no se lo hubiera creído. Pero el caso es que fue así, sin transición: llegó por detrás, sintió su cercanía, su olor, notó que se inclinaba hacia ella y – de repente – esa corriente que recorrió absolutamente todo su cuerpo cuando notó el roce de sus dientes en la oreja. Fue tan brutal y tan instantáneo que no pudo evitar que su cuerpo dejara escapar una lágrima de placer que – lentamente – fue resbalando entre sus muslos.

Javier Portilla 
Grupo A


Instantáneo- nostalgia

Lucho contra el recuerdo de ver esa instantánea sacada una tarde con tu Canon nueva que me lleva más allá del momento actual. Frente al mediterráneo,
Todo es triste, todo duda, todo es nostalgia sin ti.
La distancia me invade y por un segundo, mi café instantáneo, ya tibio, solo me evoca a la nostalgia de no tenerte cerca.
Es en este instante que me ocupa la añoranza de no sentirte más que este momento de distancia que no me devuelve ni me devolverá jamás ese tiempo, en cualquier instante me ataca la nostalgia de no saberte cerca nunca más. Salgo a la calle, otro día , otro día más sin tu presencia, y lo peor de todo es que no volverás,
Lo instantáneo de lo que siento, es fugaz, efímero, y la nostalgias que desatas en mí es todo un antagonismo, es eterno y no acabará, nunca.
La nostalgia me acompaña. Y como un juego del azar, instantáneamente se acaba apresurado dejando ese rastro de vacío con el que me encuentro cada día.
No volverás, por que en un solo instante perdiste la vida en una mañana fría. Yo aquí me quedo con la nostalgia que no será solo un momento, que me acompañara para siempre.
Volveré, a ese café instantáneo, que rápido se acaba pero me quedaré con la nostalgia eterna que aquel momento me produjo, y mirando la foto de aquel día, volveré a sentirme como siempre, sin ti.

Esther Yubero
Grupo A


La plantación

Ricardo contemplaba desde los amplios ventanales del salón su plantación de café. Sus guardaespaldas hacían guardia delante de su hogar. Sus trabajadores se dirigían en fila, disciplinados, hacia el cafetal. Ricardo fumaba compulsivamente. Cualquier persona adivinaría rápidamente que estaba muy nervioso. Se había quedado solo. Su mujer y sus hijos habían huido a Bogotá y él dudaba si lo mejor era seguir sus pasos.

La guerrilla nunca le perdonaría que hubiese entregado a los paramilitares una lista con los nombres de sus simpatizantes en el pueblo. En venganza alguien había colocado un artefacto explosivo en su coche. Por suerte para él el mecanismo falló y solo le hirió en una pierna. En ese momento iba solo en el coche y Ricardo no dejaba de preguntarse que podría haber pasado si hubiesen estado con él su mujer y sus hijos.

Ricardo apuró el cigarrillo mientras examinaba el rostro del guardia que estaba más cerca de la casa. Era un joven pulcramente vestido y del que no se fiaba. Estaba gastando todo el dinero que sacaba del café en gente en la que no confiaba.

No, aquello no podía continuar. Tenía que buscar a alguien que administrase sus propiedades.

Óscar Fernández
Grupo B


Caliente domingo divagando espesa

Hoy he despertado más tarde de lo habitual. Más tarde y algo espesa. No suelo levantarme tarde. Me encantan las primeras horas del día. Pero hoy no tengo ganas de salir de la cama, ¡está tan caliente!

Presto atención al sonido del viento tras la ventana y oigo cantar tímidamente a un pájaro ¡sólo uno!... Me acuerdo de que hoy tiene previsto hacernos una visita una chica ciclogénicamente explosiva que se llama Ana. Me levanto y me asomo a la ventana. El viento parece ser más leve a juzgar por el movimiento de los árboles, que lo que me había parecido por el sonido que hace al rebotar sobre las paredes del patio. Decido entonces que, puesto que el tren de Ana aún parece estar lejos de esta estación, saldré a recibirla con la esperanza de que su efusividad no me pille de lleno y desprevenida. Quizá la respuesta esté en el viento pero esa respuesta no quiero ser yo al salir volando y aterrizar quien sabe dónde... :)

Pero hay un importante y previo ritual con el que he de cumplir. Caliente, no espeso...

Luego me dirijo a la cocina. Allí me preparo un caliente y humeante café con leche y unas apetitosas tostadas a las que pongo mantequilla y mermelada, ambas espesas. Hay pequeños placeres en la vida por los que merece la pena vivir. Uno es sin duda, desayunar con la calma del domingo. Otro despertar al ritmo de tu propio biorritmo, léase sin despertador. Esto se lo he dicho a mi perra junto con la palabra "paseo" envuelta en alguna parte de la frase o del párrafo -ya no me acuerdo- con que la he obsequiado. A juzgar por su excitación, juraría que estaba de acuerdo conmigo. Es una cosa que me gusta de ella: no suele contradecirme. ¡Incluso me atrevería a afirmar que a veces incluso me quiere!... No sé, no estoy yo para meterme ahora mucho en el alma perruno...

Acompañada por mi expectante compañera, me he aseado y la he adornado a ella con ese arnés que con tanto anhelo espera que le ponga en la puerta. También luce un collar que, en solitario, se me antoja algo sobrio; máxime teniendo en cuenta que si sólo llevara éste, mi perra cual Scooby Doo podría hacerme sentir a mí rauda y volátil al más puro estilo de Shaggy.

Ambas hemos salido a la calle dispuestas a atravesar media ciudad de camino al río. La mañana espesa. El viento caliente para esta época del año.

Y he aquí otro de los placeres de los que una puede disfrutar en una mañana de domingo: ver cómo las calles despiertan, cómo se desperezan, cómo poco a poco se pueblan. Se coloca el pobre en la iglesia, en los bares se colocan las mesas, los turistas más tempraneros van tomando posiciones... Atravesar las calles del centro cuando aún no están tan espesas, ni tan calientes puede ser, pienso, para cualquier moderno zen una forma ideal de practicar la meditación. Ideal para abstraerse y dejarse llevar por el aquí y el ahora...

Ya bajo el puente, robusto y casi intacto tras tantos años, tantas idas y venidas, tantas sequías y crecidas; observo el agua cristalina que fluye no espesa. Ni caliente. También los colores de otoño, la catedral algo tristona, que tiene hoy de fondo unas grises pero no lo suficientemente espesas nubes, y los patos; espesos fuera del agua, ligeros navegando en ella... calientes dentro y fuera.

La perra olfatea y trota feliz. Y entonces pienso en tí. Mi mente vaga y de repente una espesa niebla la cruza, tornando en frío mi corazón caliente.

Ya en la tarde, el domingo discurre a su ritmo espeso y también caliente,(no en vano tengo la calefacción puesta).

Salgo a visitar a mi madre en esta tarde espesa antesala de un lunes que a priori, no sé si será caliente. La amiga Ana parece ahora estar más cerca. Sopla algo más fuerte -se ve que tiene buenos pulmones.

En el camino, no sé muy bien por qué, me acuerdo de mi hermano, de ese al que casi pierdo este año. Y ahora que no fumo, recuerdo aquellos enormes cigarros que nos preparábamos, cuando nuestra madre no estaba, con papel de estraza enrollado y que soltaban aquel humo tan espeso, allí, al amor de la lumbre tan caliente. He pensado que no me importaría ahora fumarme uno.

Volviendo a casa, se ve que Ana aparte de silbar, se debe estar duchando y no ha cerrado la mampara. Llueve.

Ya en casa, recuerdo casi por casualidad o causalidad que quizá debería escribir algo con dos palabras que casual o causalmente son caliente y espeso. Y me decido a dejarlas en estas líneas, convergentes... convergiendo.

Mercedes González
Grupo A


Soluble a la soledad

Manuel salió a pasear aquella tarde como de costumbre. Siempre iba solo y solo volvía, pues no era persona que se diera a compañerismos ni a citas horarias. Vivía solo, hablaba solo y mantenía su soledad bien alimentada. Allá donde iba procuraba no hacerse notar. Pasar de perfil ante el mundo era su objetivo. Cualquiera diría que se había hecho soluble al viejo proverbio que dice “el buey solo bien se lame”. Había nacido para vivir en comunidad y nunca soportó el estrés, ni el venga usted mañana, ni el chantaje del si tú me das yo te doy. “Demasiado honrado para una causa perdida” dijo el mundo. Pero él se hizo fuerte, soluble en sus principios y se refugió en su pueblo natal donde su retiro le permitía vivir imantado a una soledad de eremita.

Esa tarde, como queda dicho al principio, salió a caminar por el campo, le atraía su apacible silencio, su quietud, se sentía afín a la naturaleza porque sabía que él era soluble a la tierra y a ella se daría en su momento. Quiso el azar que se encontrara con el párroco del pueblo, hombre muy en su papel de conducir a su rebaño con buenos consejos, el cual le dijo “No es bueno que el hombre esté solo” a lo que él respondió. No estoy solo señor. No estoy solo porque no existo. Soy producto de su imaginación, una idea soluble a la mente de un escritor que en mí se recrea. Vea señor párroco la página siguiente: Fin

Pepita Sánchez 
Grupo B


Café solo

La ronca voz del camarero interrumpió mis pensamientos y me hizo volver a la realidad.

Qué va a ser, dos instantáneos descafeinados como siempre?

-No, hoy tomaré un café solo, gracias.

Me había sentado en la misma mesa de siempre. ¡Habían pasado tantas cosas alrededor de aquella mesa! Allí fue donde nos conocimos, donde surgieron las primeras caricias furtivas. En esa mesa creció nuestro amor hasta hacerse inmenso y en esa misma mesa recibí el sms que cambiaría para siempre mi vida: Lo siento Rubén, Adrián se ha suicidado, procura venir cuanto antes.

Poli Rubia
Grupo A


El hombre del café

Hace muchos años viví una temporada en París. No estaba bien, no acababa de reconciliarme conmigo misma por cosas que habia echado a perder, por las que no habia luchado lo suficiente. Y pensé que marcharme lejos ayudaría. No fue así.
Vivía en un apartamento muy cerca del Barrio de los Pintores, era pequeño y muy viejo pero lo compensaba con unas grandes ventanas por las que entraba una luz maravillosa desde primera hora del dia. Cada mañana salía a pasear y todos los dias terminaba en un café lejos ya del centro de Montmartre donde la afluencia de los turistas ya no era tan numerosa. Tenía terraza, apenas tres mesitas de madera con sillas a juego ya bastante gastadas por el tiempo. Si tenia suerte y habia alguna libre me quedaba allí, contemplando, durante horas incluso, como pasaba la gente. Gente feliz, gente triste, gente con prisa, turistas, autóctonos...
La mayoria de los dias fuera estaba ocupado y entraba dentro. Era mas bien oscuro, con uces amarillaas enfocadas hacia el techo lo que le daba un ambiente muy acogedor, suelos y techos de madera, escasa decoración en las paredes y las mismas sillas y mesas que fuera. Pedia un café espresso y leía un rato o escribia divagaciones en un pequeño cuaderno que llevaba siempre encima. Con el paso de los dias me di cuenta que habia un hombre sentado siempre en la misma mesa y que ya estaba allí cuando llegaba y allí seguía cuando me iba. Era un hombre de unos sesenta y cinco años, pelo blanco, gafas con montura de pasta marrón y siempre con un jersey gris de diferentes modelos. Estaba allí sentado y no hacía nada, simplemente miraba su café. Y así durante horas, sin moverse más que para levantar el brazo para que el camarero le trajera otro café o levantar la mirada para pillarme casi siempre mirándolo. Y así pasábamos las mañanas, él mirando su taza y yo mirándolo a él. Sabía que no estaba bien lo que hacía pero no podía evitarlo. Tenía una serenidad que me atraía, cuando su sus ojos se encontraban con los míos era como meterse en un mar azulísimo y totalmente en calma, yo quería quedarme allí para siempre. Su cara no mostraba ningún signo de que me viera pero en sus ojos si había una leve señal de reconocimiento. Nunca hablamos, ni siquiera nos sofreímos. Solo estábamos allí, los dos solos, compartiendo un espacio, él metido en sus pensamientos y yo disfrutando de la extraña tranquilidad que me daba mirarlo.
Un día llegué al café y no estaba, se habrá retrasado, pensé. Y me quedé en mi mesa, esperando que llegase, volviendo la cabeza cada vez que escuchaba abrirse la puerta, pero nunca era él. Volví al café día tras día pero ya nunca lo encontré, incluso le pregunté al camarero con mi deficiente francés pero lo único que conseguí fue un encogimiento de hombros.
Y me marché de París y aun ahora ,a veces, muchos años después pienso en el hombre del café y en la serenidad de su mirada azul.

Beatriz Gorjón Martín
Grupo A


Ni café ni chocolate espeso

Contemplaba un cielo lleno de negros y espesos nubarrones, los observaba llena de tristeza y dolor, porque no eran precursores de un chaparrón, esos chaparrones que lavan el ambiente, que empapan la tierra, a los que sigue un sereno cielo azul, ese negro espeso se debía a una gran explosión, en una fábrica de fertilizantes se había originado un incendio, un incendio provocado que había causado una decena de muertos y muchos heridos.

No se había recuperado de la impresión vivida, se encontraba en una zona próxima, había acudido a pasar la tarde al chalet de Marta, una buena tarde comenzando ante una taza de café, ¡vaya dilema a la hora de elegir el tipo de café! aquel día Marta había recibido un pedido de cápsulas de nespresso, ¡madre mía lo que había allí!, café ristreto, café arpeggio… Se le vino a la memoria el aroma del café que hacía la tía Luz, un café de puchero en el que se metía un tizón, café puro le llamaba ella, no pudo menos de decirle que prefería un chocolate espeso con unos buenos picatostes o un buen batido bien espeso. En ese momento coincidieron sus carcajadas con la primera explosión y no hubo café ni chocolate espeso.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


A la enfermedad

Las últimas semanas
fueron terriblemente duras
Muchísimo dolor
se me concentró en la zona.

No sentía absolutamente nada
cuando iba al baño.
Era horrible.

Lágrimas, dolor, lágrimas y más lágrimas.

"Soy una chica fuerte-me dije"

Y lo era, hasta el médico me lo dijo
Pasaban los días, las horas, las semanas.
Y un buen día, viendo la TV, supuró, olía fatal.
y empezaron a brotar lágrimas de nuevo.
Tuve mucha suerte. Ese mismo día me operaron.
Pasé la noche en la UCI, le dije a mis padres que estaba bien.
Y el dolor había desaparecido.
Al día siguiente, ,me subieron a planta.
Empecé con las curas, más lágrimas.
"Soy fuerte"- me decía.
Demasiado fuerte - me decía mi voz.
Al quinto día, me dieron el alta.
A base de antibióticos y calmantes.
Es una triste historia que he querido
contar y no me ha pasado hace mucho.

Fue una gangrena de Fourlnier no una hemorroides como me dijeron al principio.

Iria Costa
Grupo B

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