Cantos de sirena

El lunes pasado sonaron las alarmas en la Biblioteca de la Casa de las Conchas y pudimos oír las sirenas. Fue solo un instante pero el afinado canto de las sirenas envolvió de misterio la biblioteca. Hay quien señala a alguna de las bibliotecarias como las responsables de ese canto embaucador. ¿Ensayaban alguna canción para una fiesta?
Pero la mayoría de los testigos señalan con su dedo índice a la Sala de Fondo Local como el lugar de donde procedía tan extraño canto. ¿Qué ocurrió allí dentro?




En realidad las únicas sirenas que vimos fueron las que nos trajeron los cuentos de David Lagmanovich, Rafael Pérez Estrada, Clara Obligado o Gabriel García Márquez, entre otros muchos.
Pero, ¿existieron realmente las sirenas? Joan Foncuberta casi nos convence de que sí en el año 2002 con la exposción que realizó en esta misma biblioteca sobre "La sirena del Tormes". En aquella muestra pudimos ver los restos fósiles de tres sirenas (hydropithecus fontanus) de la especie Tormelensis hallados durante una prospección arqueológica en el Cerro de San Vicente, muy próximo al río Tormes. La muestra se completaba con una separata en la que se recogían las Actas del III Congreso del Instituto Europeo de Paleo-Antropología.




Después de aquella muestra yo no me atrevería a señalar categóricamente que las sirenas son únicamente producto de la mitología, la leyenda o la literatura, lugares donde sí existen.
Y no es precisamente una especie en extinción. Prueba de ello son los muchos microrrelatos y cuentos que hablan de estos seres.

Recogemos aquí varios textos. El primero de David Lagmanovich donde se nos presenta a unas sirenas de ciudad, "Sirenas emigrantes":

De su isla maravillosa las sirenas emigraron a la ciudad, donde los hombres no comprendieron su naturaleza mágica. Por eso dieron su nombre al ulular inmisericordioso de los coches policiales, mensajeros de todas las desgracias. Las verdaderas sirenas, que en pro de la convivencia entre minorías ya habían eliminado sus colas de pez, quisieron evitar ser delatadas por su canto. Desde entonces se mantienen silenciosas, viven en casas de departamentos y aportan a la Seguridad Social.

El segundo texto sitúa a una "Sirena negra" en las cloacas y sumideros de Nueva York. Su autor, Rafael Pérez Estrada:

En las alcantarillas y cloacas de New York, entre caimanes y cocodrilos hechos a la noche perpetua de las humedades, vive, en peno siglo XX, la más hermosa de las sirenas. Nacida de una mitología en la que el poder, la acción y la aventura juegan un papel muy importante, la sirena negra profundiza el gran silencio de la ciudad. Sus ojos brillan blues y sus caderas balancean el calor de una caricia imposible. De igual manera que sus hermanas de la Grecia antigua, gozan de un canto sensual muy convincente que atrae a los solitarios a sus trampas cónicas como las de las hormigas leonas. Satisfecho el rito de la muerte, estos seres lanzan gritos de desesperación y locura, palabras en apariencia inconexas que, sin embargo, hablan de una luna que ellas nunca verán, de un planeta distante que orienta las horas del amor a quienes lo contemplan.

¿Quién no conoce la canción de Fito en la que nos habla de una sirena de esas que dicen te quiero si ven la cartera llena? Un pequeño recreo musical




Clara Obligado nos habla de una jovencísima sirena que se exhibía para venta al público en la pescadería de un mercado, tal vez en Madrid. Un fantástico cuento titulado "La sirena" en el que la poesía difumina ligeramente la brutalidad que muestra:

El pescadero exhibía una sirena dentro de una pecera. Ella, ajena al tumulto, masticaba con sus dientecillos afilados peces de plata que el hombre lanzaba de tanto en tanto al tiempo que gritaba: ¡compren, compren una sirena, la única en el mercado!

–No le da vergüenza? –dijo una mujer–. ¡Vender a esa pobre chica!
–¿A cuánto el kilo, jefe?
–Se la pongo más barata que las sardinas…
–¡Mamá, mamá cómprame ese pez!

Con displicente impudicia, la sirena exhibía su torso de diosa mientras abría las valvas de un marisco palpitante: brillaba la cola de plata donde un rebullir de escamas se entretejía con algas.

–¿Y por qué la vende?
–¿Muerde, mamá?
–Estoy cansado de ella: no hace más que comer, bañarse y dormir. Además, no habla. Y por las noches…

La sirena lanzó una mirada de indiferencia. No parecía tener más de quince años.

–Pues quiero la mitad: la de arriba.
–El kilo de mujer es más caro. Mire, mire qué cuerpo, qué cara. El pescadero afilaba su cuchilla.
–No sea animal, ¿no pensará mutilarla?
–Es usted un cerdo, una bestia.
–Señoras, largo de aquí. Me están estropeando el negocio.

Ahora la sirena mordisqueaba un salmón. Por encima de la carne desgarrada su mirada lasciva recorría a los compradores como si comprendiera –en su desdén infinito– su superioridad de diosa. El pescadero la miró y pareció reflexionar.

–Venga, basta por hoy, fuera todos: no la vendo. Al fin y al cabo, es mi mujer.
–¡Mira que casarse con un pez!
–¡Con una menor!
–Qué precio para el pescado. Habría que denunciarlo.

Tendida sobre el género, la sirena estiró su cuerpo como si quisiera ofrecerse a todos los hombres del mundo. De pronto, comenzó a cantar. Una batahola marina, casi un hedor, punzó el mercado, escoró en los corazones, y, por un momento, todos los hombres la desearon. ¡Amar a una sirena, naufragar en su abrazo! ¡Oh, el remolino, la ola, la intensa marejada!

El pescadero estaba cerrando la tienda y no bien desapareció tras el cierre de metal se oyó un bramido, el sonoro aletear de la cola de pescado, un rebullir de escamas y jadeos húmedos. Luego, suspiros de hombre que estremecían la promiscuidad de las frutas, las carnes exhibidas. Por fin, la pleamar del silencio.

–Pobre chica –dijo una señora mientras se alejaba del puesto arrastrando el carrito de la compra–: ¡Hacerlo con un animal!


Y, por último, una historia de Gabriel García Márquez titulada "La sirena escamada" en la que nos habla de otra joven sirena, en este caso paralítica y soltera:

La sirena era una criatura que tenía de mujer lo menos útil y de pez lo menos aprovechable. En vista de lo cual, no hubo otra alternativa que dejársela a los poetas, las únicas personas capaces de sacarle algún partido a un ser que no ofrecía ningunas perspectivas ni como esposa amantísima ni como complemento del almuerzo. Una sirena, por su lado humano y desprovista de la fronda retórica, no sería sino una buena señora en una silla de ruedas. Se le vería salir al parque, en las tardes de diciembre, a tomar el sol, después de una larga temporada de vacaciones en la alberca del patio. Miraría con tristeza a los niños en sus triciclos o en sus patines y apenas con un resentido sentimiento de superioridad a las damas que, en un banco, estuvieran remendando las medias. La sirena sería una solterona inválida, a quien el estado debería compensar con una pensión mensual la desgracia de ser mujer hasta donde no vale la pena y de ser pez desde donde serlo empieza a ser un serio inconveniente. A los dieciséis años, se le vería pasar en su silla de ruedas, cubierta de la cintura para abajo con un edredón a cuadros, y se diría: “¡Qué lástima, ser inválida con esa cara!”.

Y al fin y al cabo, castigada por su femineidad cerebral, se le vería morir de desesperación e impotencia frente a una zapatería. Si se considerara por el lado contrario, como pez, la sirena sería completamente inoperante. Sería lo suficientemente inteligente como para no morder el anzuelo y lo suficientemente torpe como para sentarse a cantarle a los navegantes, sin tener en realidad nada efectivo que ofrecerles. Con semejante inutilidad, lo más prudente que habían podido hacer era lo que hicieron: desaparecer. Ahora se informa, en un cable fechado en Viena, que por aquellos lados nació una criatura que al menos en su conformación anatómica era una sirena. Cabeza, brazos y pecho de mujer y cola de pez. Claro que no respiró un solo segundo el aire de los mortales, sino que se vino prudentemente muerta desde su oscuro período pre-natal. Pero de todos modos, cumplió a cabalidad con todos los requisitos que en los tiempos modernos debe llenar una sirena que se respeta: tener medio cuerpo de mujer, medio de pez y estar muerta. Lo demás lo harán los poetas. Y después de todo, por muy mal que lo hagan no tendría nada de extraño que lo hicieran mejor que ciertos columnistas de periódico que una tarde cualquiera se sientan a escribir sobre las sirenas, y no logran hacer ni siquiera una nota mediocre.


Cerramos este breve repertorio de textos y canciones sobre sirenas con un tema recurrente en el folklore marítimo, en este caso una leyenda asturiana sobre un pescador y una sirena:





Propuesta de escritura:
Escribe un texto, en verso o prosa, sobre una sirena. Puede ser una sirena de mar o una sirena de ciudad, como prefieras. O incluso puedes jugar con la polisemia de la palabra sirena en un mismo texto. Ojo con los cantos de sirena.

Y estos son algunos de los textos recibidos hasta ahora:


Sirenas gallegas

Galicia, siempre ha sido una región que me ha sorprendido y apasionado cada vez que he pasado por sus pueblos y sus costas, bien haciendo el camino de Santiago o de vacaciones con la familia, visitando sus ciudades, probando su gastronomía, hablando con sus gentes.

Pero me llamó mucho la atención la historia que contaba un marinero octogenario, en un bar perdido, en un pueblo perdido, por la zona de Finisterre, en la llamada costa de la muerte. Al hombre se le notaba se había pasado un poco tomando albariños de la zona, pero contaba algo que le había sido contado a su vez a el, cuando marisqueaba por dicha costa.

Los compañeros de faena, manifestaban haber visto entre las rocas, mujeres nadando y cuando salían del agua y se subían a un peñasco, tenían cola de pez.

Otro marinero que oía al que nos lo contaba, se acercó a nosotros e intervino en la conversación, si bien antes solicitó al camarero una jarra de albariño y unos vasos para compartir, pues el tema iba para largo.

Empezó enumerando todos los faros que había a lo largo de la costa de la muerte, la distancia en que se encontraban cada uno de ellos y los nombres de las personas que vivían solitariamente en ellos, haciendo especial mención, al faro de Fisterra, y la historia de un tal Anxo, que vivió hace unos cien años, casado con Adela, de la que decían era una meiga, con poderes sobrenaturales.

Anxo, gallego, guapo, embaucador como el que más, le gustaban mucho las mujeres, y sobre todo las turistas a las que se ofrecía para todo.

Su mujer, Adela, gallega, más lista que Anxo, le dejaba hacer, hasta que le sorprendía con otras, y sin decirle nada, cada vez que le engañaba, al día siguiente al bañarse con las turistas en el mar, estas aparecían con cola de pez en vez de sus piernas; las mujeres avergonzadas se refugiaban entre las rocas para que nadie las viera, y así fue como se formaron colonias de sirenas a lo largo de las costas gallegas, con mujeres de muchos países, rubias, morenas, incluso negras.

Los pescadores que faenan por la noche, dicen escuchar voces en varios idiomas que salen del mar : “Anxo donde estás”, “Onde estás, Anxo” , “Where are you, Anxo” “Oú se trouve Anxo”

Luis Iglesias
Grupo B


Descubierto

Fue un mal trago; al peor enemigo no se le desea, te dan ganas de morirte. Estás en lo mejor de lo mejor y de pronto se abre la puerta y... ¡Encarna!, Encarna hecha un basilisco. Encarna, mi esposa, todavía la llave del apartamento en su mano, cualquiera sabe de qué medios se habría valido para conseguirla. Y que quién era esa zorra que estaba conmigo en la cama.

Podemos imaginar la escena. La sirenita se incorpora dando el grito de rigor, tratando de cubrir sus encantos con la sábana. Y al destaparse de abajo, Encarna, unos ojos como platos.

Por suerte yo siempre fui de no aturullarme, aunque esté mal en mi el decirlo. Determinadas situaciones no se arreglan si no tomas una decisión valiente y al momento: aunque lo piensas y qué otra solución cabía. Resultó duro, claro que resultó duro, toda renuncia supone un dolor, pero no había otra que pedirle que se marchara. Y que habíamos terminado. Suavizando, eso sí, argumentando que lo nuestro había sido hermoso mientras lo había sido, pero que lo entendiera, que todo amor tiene la duración que le es propia.

La acompañé a la puerta y una vez ella fuera cerré con un portazo.

Siempre hay cosas que parecen el fin del mundo y resultan luego no ser tanto. No me canso de recordar la entrega de la sirenita una vez vuelta la paz al apartamento. Una delicia el modo como dejó caer la sábana. Y qué dulzura en el decir: «¿Por dónde íbamos, cielo? Bueno, y si no, empezamos de nuevo, ¿te parece?».

Pascual Martín
Grupo B


La sirena azul

Aún recuerdo mi llegada a Madrid. Miles de curiosos se agolpaban en el aeropuerto para verme. Cientos de periodistas, fotógrafos y Cámaras de televisión acreditados se empujaban y apretaban para poder filmarme. No en vano era la primera sirena en España y la tercera en el mundo. Eran otros tiempos, tiempos gloriosos: platós de televisión, titulares en los periódicos mas importantes del mundo, posados para los mejores fotógrafos y directores y dinero, mucho dinero. Pero todo pasa y la fama empezó a ser un recuerdo. Las sirenas dejamos de ser una especie rara de ver, cada vez éramos más y no era extraño encontrarnos por la calle. Yo había sido la primera y aún mantenía cierta fama. Participé en” gran hermano “ y en” supervivientes”, fuí tertuliana en salvamé e incluso hice algún montaje con algún actor de medio pelo. También esto se acabó y terminé haciendo bolos por pueblos de mala muerte hasta dar con mis huesos ( y mis espinas ) en un club de la carretera de Andalucía que irónicamente se llama LA SIRENA AZUL.

Poli Rubia
Grupo A


Sirenas

Un día me fui a bañar,
fui a nadar en el mar,
a lo lejos algo vi brillar.

Me acerqué con cautela,
en busca de aquella estela,
hay estelas en la mar.

Al acercarme me pareció ver,
un hermoso torso de mujer,
pelo negro y espalda plateada,
que con el sol se me antoja dorada.

Me acerco mar adentro,
algo irresistible me atrae,
estoy cansado pero no me importa,
quiero acercarme a aquel ser.

Pase lo que pase lo quiero ver,
quiero descubrir si es verdad,
aquello que nos han contado.

Mil historias hemos leído,
pero ninguna la hemos vivido.

Yo quiero llegar hasta el final,
quiero descubrir la verdad,
aunque me tenga que ahogar.

Me acerqué exhausto a su lado,
me miró y me sonrió,
después dio la vuelta y se zambulló,
mostrando su preciosa cola plateada.

Es verdad, existen, yo la he visto!
les dije a los del salvamento marítimo.
Está delirando, escuché decir,
pero para mi existe.
Existe, pues yo la vi.

José Luis Juan Fonseca
Grupo A


Al tañer la lira
El libro de la historia de los naufragios, cuenta por cientos sus páginas y por miles, pueden contarse los náufragos.

Perdida en la crónica general de los hundimientos, está la personal historia de cada uno de los hundidos, su singular y pocas o ninguna vez escuchado relato.

El mar guarda celosamente sus secretos como custodia asimismo, los de aquellos solitarios que a él se confiesan mientras, desde la orilla de una playa inhabitada o desde lo alto de alguna roca, en un remoto acantilado; contemplan su profunda y azulada inmensidad.

Allá, en una de estas rocas que la naturaleza tan bien dispuso como asientos desde donde el inmenso océano pudiera ser admirado, se encontraba una tarde un hombre abatido que, a la vista de aquel mar sin fin, se sentía el señor de los fracasos: el náufrago entre los náufragos. Su alma, dolida. En su pecho, un gran vacío. Ante él, esa líquida vastedad confundiéndose con el cielo en el horizonte. A su lado, una lira.

En aquel momento, sentía la necesidad imperiosa de expresar con palabras cuantos pensamientos bullían en su cabeza y todo el sentir que se agolpaba en su corazón, para así dar forma a su dolor y a su frustración y soltarlos. Pero se sentía incapaz e intentó consolarse de la única forma que sabía hacerlo... En un acto casi reflejo, cogió el instrumento y comenzó a tocar una triste pero bellísima melodía.

Varada entre las rocas, se encontraba una sirena que, afanada en la tarea de intentar volver al agua, no había reparado en la presencia de aquel humano pero que, de repente, sintió como si el vaivén y el rumor de las olas se hubiera detenido. Tan sólo percibía el sonido de aquella música. Todo cuanto la rodeaba parecía estar suspendido envuelto entre aquellas notas.

Fascinada e inmóvil, captó entonces el dolor de aquel alma presa en aquel hombre, que pugnaba por salir a través de aquel son y que fluía entre sus dedos y las cuerdas de la lira. Y fue entonces, cuando en medio del asombro, comenzó a cantar la más bella canción jamás escuchada.

Tras un breve silencio, música y voz sonaron acompasadas mientras poco a poco volvía a oírse el sonido de un viento leve y el ahora suave murmullo del mar.

No fue consciente la sirena del momento en que logró liberarse de entre las rocas. Tampoco el hombre recordaba el punto exacto en que se tornó alegre su corazón triste. Sólo supo que había encontrado para su música el canto.

Desde entonces, todos las tardes regresa al acantilado, se sienta en la misma roca y escucha la letra de esa canción que en cada atardecer, retorna envuelta en la brisa marina y se sumerge en el tañer de su lira.

Mercedes González
Grupo A


SIRENA DE WATERHOUSE (pintor de comienzos de siglo XX)

Blanca, como sin vida, encarnas la belleza más espléndida.
No tienes piernas trotadoras que contaminen tu marcha por el mundo.
Posees la hermosura que se agota en sí misma.
Como gata huidiza, misteriosa y oculta entre las rocas.
Sabes que no vendrá, y peinas incesante tus cabellos.
Ofreces perlas que pocos buscan hoy.
Sólo el mar te comprende.

Emilia González
Grupo B


La Verdad de Alicante, noticias.

En el atardecer de ayer en la playa de La Mata, dos niñas de seis y siete años desaparecieron en el mar, jugando junto a unas rocas, una repentina corriente las atrapó, pareció como si hubiesen sido absorbidas por el mar. Estos eran los comentarios de la gente que se encontraban allí y no pudieron hacer nada por salvarlas. Los dispositivos de salvamento están rastreando la zona en busca de los cuerpos.

-Mamá, ¿ esos niños irán al cielo?, mamá ¿se los comerán los peces?-
-Mamá, mamá…

Y aquella mamá junto a aquellas rocas, abrazándoles empezó a hablar:

En el fondo del mar vive el Rey de los mares, el rey Neptuno

-¿El de la fuente del Atlético?-
-Calla, sigue mamá-

Tiene un precioso castillo, paredes, techos y suelos de corales, caracolas, algas, muebles de nácar, rodeado de amplios jardines con estanques donde los peces de colores se alinean para formar el arco iris. Por los jardines y estanques juguetean sus hijas, las sirenitas, tenían prohibido salir de aquel entorno, solo lo hacían cuando iban al colegio, “al colegio del fondo del mar”, “el que más escribe es el calamar”, Gloria Fuertes lo conocía, ellas preferían hacer ballet sincronizado.

Agláope, la más bonita de todas, era una sirenita traviesa y muy curiosa, sentía la necesidad de salir de aquel mundo, a pesar de la belleza de sus plantas, de sus montañas, ella pensaba que más arriba habría otro lugar con más luz que quería conocer, y un día burlando a los guardianes, pez espada pez sable y carabineros, montada en un caballito de mar empezó a subir, subir, subir.

El sol sobre sus cabellos los convertía en hilos de oro, aquellas niñas que chapoteaban en aquel lugar quedaron deslumbradas y se aproximaron a ella, le invitaron a jugar, ella no emitía palabras eran unos sonidos que más y más les atraía, se lanzaban la pelota, compartía sus juguetes, se sentían felices junto a ella. Mas de pronto hubo un remolino y se fue nadando. Su padre al darse cuenta de la desaparición, mandó a buscarla. Aquella niña de cara de nácar y pelo de oro no volvió.

La sirenita enfermó de pena, quería volver a ver a sus amiguitas, el padre envió a por ellas y, con un traje de escamas fueron llevadas al palacio del Rey del mar.

La mamá consiguió que sus hijos no tuvieran pesadillas.

Inés Izquierdo Pérez
Grupo A


El recogimiento de las sirenas

Era joven y bello. La criatura más hermosa que jamás yo haya conocido. Pero una mañana, al traspasar la puerta de su celda, lo encontramos muerto.

Su cuerpo semidesnudo no presentaba, en apariencia, signos de violencia alguna. Ni un golpe. Ni el más mínimo rastro de sangre. En su rostro, una expresión tranquila. En sus ojos, un brillo intenso. Sus manos, en actitud orante, ¿o era súplica?

Que Dios Nuestro Señor, omnipotente y misericordioso, se apiade de su alma.

Meses atrás de aquel trágico acontecimiento que nos sobrecogió sobremanera, pudimos observar en él comportamientos que no encajaban en la rutina que invadía nuestra casa; rutina, por otra parte, que nos protegía de cualquier tentación malsana. El cumplimiento estricto de la regla era, en este sentido, nuestra seña de identidad.

Por las mañanas, en el rezo de Maitines, debíamos esperar unos minutos por él para poder comenzar. Llegaba azaroso, la respiración entrecortada, el hábito desajustado, una expresión mística en su rostro fuera de lo habitual, babas corriendo por la comisura de sus labios, un brillo encendido en su ojos –el mismo de la fatídica mañana de su muerte-, y, lo más sorprende, un olor extraño, lejano, mezcla de algas marinas, salobre y un aroma que yo bien conocía y por el que me flagelaba cada noche por lo que tenía de pecaminoso.

Durante las comidas, en el refectorio, se mostraba ido, la mirada perdida. Ignoraba las más de las veces las legumbres, verduras, frutas… que, con fraternal afecto, el hermano Andrés depositaba en su plato. Si le tocaba leer aquellas vidas de santos que tanto nos reconfortaban mientras ingeríamos los alimentos que Dios Nuestro Señor tenía a bien concedernos, se trastabillaba o bien silenciaba su lectura de repente dejando pasar largos minutos sin pronunciar palabra alguna.

Durante el resto de nuestras horas canónicas, momentos en los que se nos permitía la lógica proximidad física que requiere el momento –siempre desde el silencio y la oración como elemento purificador ante cualquier pensamiento malsano-, el hermano Narciso se mantenía en actitud –estado, más bien- de ausencia. Ausencias cada vez más y más prolongadas que llegaron a producirle, en más de una ocasión, la pérdida absoluta de conciencia.

Ya al anochecer, en la hora de Completas, sin embargo, sus síntomas eran claramente de ansiedad y nerviosismo. Hasta tal punto que, en más de una ocasión, pudimos ver cómo abandonaba con rapidez la iglesia y, a paso ligero, arremangándose el hábito, abría la puerta de su celda para cerrarla con violencia tras de sí con un golpe seco y estruendoso que restallaba en medio del silencio de aquel lugar santo.

Una noche, aun a riesgo de provocar el enfado –merecido, por otra parte, bien lo sabe el Señor- de nuestro padre prior, me acerqué hasta su celda. Con sigilo pegué mis oídos a la puerta y pude escuchar voces proferidas en una lengua extraña y jamás antes oída. Eran voces agudas, afeminadas, lascivas. Voces cargadas de una sensibilidad tal que en más de una ocasión sentí un deseo enorme de traspasar aquella puerta y unirme a algo que intuía prohibido y merecedor del castigo divino ya que, instintivamente, yo sentía cómo ese miembro que los hombres guardamos entre las piernas y ocultamos por temor a ofender al prójimo y a Dios Nuestro Señor, se enderezaba y, enhiesto, reclamaba satisfacer el pecado.

Pasaba el tiempo y veíamos cómo el hermano Narciso se iba consumiendo en su cada vez mayor ausencia de todos, de todo y hasta de sí mismo. No comía, apenas dormía –habida cuenta del ajetreo que yo imaginaba se producía cada noche allí dentro, en su celda-. Descuidaba su higiene hasta tal punto de que el olor que desprendía su cuerpo era nauseabundo, insoportable; un castigo para los que, por circunstancias del rezo, nos veíamos en la obligación de estar próximos a él.

Y así fueron transcurriendo las semanas, meses, incluso, hasta que aquella mañana, extrañados todos por su tardanza exagerada a la hora de Maitines, nos acercamos, prestos, a su celda y descubrimos lo que ya he descrito.

El padre prior, la nariz tapada ante la marea de aromas imposibles que merodeaban la estancia, fue quien primero se acercó al cuerpo inerte de nuestro querido hermano. Volvió la cabeza hacia nosotros -quién sabe si por asco, por respeto o con actitud de súplica y relevo- y, con los dedos índice y pulgar de su mano derecha, fue descubriendo con lentitud exagerada las sábanas que cubrían la mitad del cuerpo –de cintura para abajo- del hermano Narciso.

Juro ante Dios Nuestro Señor que lo que voy a describir es justo lo que mis ojos vieron en aquellos instantes –cortos, sí, pero eternos para nuestros corazones-.

La sábana bajera estaba cubierta de una capa de escamas que parecían navegar sobre un líquido oscuro, viscoso y espeso. Algunos pececillos movían, serpenteantes, sus cuerpos. Otros, por el contrario, los ojos saltones, permanecían inmóviles. Algas de un verde oscuro, diseminadas aquí y allá y entre las que podían verse algunos pequeños moluscos. ¡Espantoso! ¡Espantoso!, era lo que nos decíamos con la mirada los hermanos presentes mientras el padre prior, puesto de rodillas, escupía latinajos imagino que en un intento de ahuyentar cualquier poder maléfico que pudiera acechar aquel lugar.

Me llamó la atención que la ventana, a pesar de la gélida temperatura de aquella mañana, estuviera abierta. Me acerqué movido por un impulso irreprimible y pude ver cómo una soga se desprendía hasta el acantilado que, a los pies de nuestro monasterio, daba acceso al mar que tantas y tantas veces yo contemplaba también desde mi celda.

Y lo entendí. No así el resto de los hermanos, creo yo. Porque -e imploro piedad aunque acepto el mayor de los castigos por lo que voy a desvelar- yo sabía de la existencia de unas criaturas marinas, hermosísimas, cuyos bellos cantos cautivaban a los hombres hasta el punto de que estos llegaban a perder la razón y actuar a merced de la voluntad de aquellas criaturas. Había leído todo lo que acerca de ellas aparecía en los libros custodiados en aquella pequeña sala, dentro de nuestra biblioteca, destinada, precisamente, a los libros prohibidos. Unos libros guardados celosamente, bajo llave, y a los que tan sólo los priores del convento tenían acceso.

Todos los priores… y yo.

Una noche, al poco de ingresar yo en aquel convento, recogidos todos, cumplidos ya los oficios de alabanza a Dios Nuestro Señor, en ese estado de indecisión entre la vigilia y el sueño, me pareció que alguien golpeaba despacio la puerta de mi celda. Dudé y pensé: “nadie puede a estas horas salir de su celda y menos merodear por el convento” por lo que cerré los ojos achacando aquello a la mera imaginación y me dispuse a dormir. Pero, en breves segundos, el mismo sonido confirmó mi primera impresión y, no sin cierto temor, me levanté y abrí la puerta muy ligeramente. Era el padre prior, quien, con gestos y ademanes bondadosos me incitaba a que le invitara a pasar. Lo que ocurrió allí dentro, y que se repetiría cada noche, es algo que solo Dios Todo Poderoso sabe y por lo que seré castigado en la vida eterna. “Pídeme lo que desees dentro del recinto de este monasterio y yo te le concederé”, me prometió. Y entre los deseos, uno fue aquel: las llaves de la sala de los libros prohibidos. Yo sabía que, habida cuenta de que el padre prior era más dado a otro tipo de placeres muy diferentes a los de la lectura y el conocimiento, me convertiría, de ese modo, en el único miembro del convento que disfrutaría de aquellas lecturas prohibidas.

Pero la historia trágica acaecida en nuestro convento altera, según mi punto de vista, todo lo que cuentan, y que leí, acerca de las sirenas. Es la historia al revés.

Tal era la hermosura del hermano Narciso, era tan bello el canto que los monjes entonábamos en alabanza al Señor, que aquellas criaturas, doncellas hermosas con cola de pez, al escucharnos, se sintieron atraídas, hechizadas por nuestras irresistibles voces y, olfateando la beldad que nuestro hermano desprendía a su paso, treparon hasta nuestro convento y satisficieron sus deseos con tanto ardor, con tanta pasión que acabaron con la vida de Narciso.

Desde entonces, cada noche, después de las Vísperas, desde el recogimiento de las celdas, se oyen voces, cantos quejumbrosos, lamentos y un ruido áspero como de cuerpos arrastrándose sobre el adoquinado del claustro. Nadie sale de sus celdas. Ni siquiera el padre Prior se atreve ya a visitarme. Mientras, yo espero en la soledad de la noche que alguna de esas hermosas criaturas trepe a lo largo de la soga que he descolgado desde mi ventana hasta el acantilado, entre en mi celda y, entre sus brazos, como le ocurriera al hermano Narciso, me ayude a encontrar la felicidad eterna.

José Manuel Romero
Grupo A


Sirenita de papel

Sirenita, sirenita,
no mojes tu lindo cuerpo,
vuela con tus alas blancas
hasta llegar a mi encuentro´

No cantes frente a mi casa
que enamorado me encuentro,
temo caer en tus brazos
y morir en el intento.

La sirena de ambulancia
anuncia que alguien va dentro,
un enfermo con dolores
que pide ayuda al momento.

Sirenita, tu le cuidas
recitándole unos versos
para sentirse mejor
con el médico del centro..

¡Qué alegría en tu mirar
por haber hecho algo bueno!
El paciente, agradecido,
se siente menos molesto.

Sofía Montero García
Grupo B


Musas en la laguna

Ayer paseando por la zona de los PINOS, en mi pueblo, iba recordando esa etapa de joven adolescente, soñadora y muy dada a imaginar y fantasear. El entorno estaba cubierto de nieve, las cunetas algunas aún no habían sido pisadas y la sierra tenia un hermoso manto blanco. Hacía tiempo que no tenia tanta nieve.
El aire frió, limpio y sin contaminación perceptible,ahora no había ninguna chimenea cercana que lanzara humo de ningún hogar las viviendas, estaban todas cerradas, no había habitantes humanos.
Llegue a la fuente de las hojas, así la conocíamos el grupo de los soñadores de las lagunas,que todos los sábados en verano subíamos a darnos unos tonificantes baños en sus frías y limpias aguas.
Desde ese lugar salían 5 senderos, elijo el más suave, los años y kilos de más, me obligan a ser más precavida, no he caminado ni 30 metros y percibo unas huellas, no son de pisada humana, parecen aletas,como las que utilizan en el mar, los submarinistas, sigo caminado, la nieve esta dura, sin pisar salvo las huellas que sigo encontrando y las que yo voy dejando. Compruebo que no son raquetas de nieve. Temor y curiosidad también, me animan a seguir, cuando estoy llegando al llano de la primer laguna, percibo la silueta de algo que se introduce rápidamente en sus frías aguas, ó eso me ha parecido ver.
De pronto una fuerte ráfaga de aire y numerosos pájaros inician su vuelo sobre la laguna. Por fin llegué al borde, y un estremecimiento hace que me pare ante ese lugar, que tiene algo de misterio, esta tarde limpia y fría de enero. Contemplo y me pregunto, ¿estará esta laguna ahora habitada por musas de montaña?

Josefa Agustín González
Grupo B


Soneto de Ulises y la sirena

Era una bella sirena varada
y un marinero en su pasión anclado,
en aguas del deseo atormentado,
una pena de amor nunca olvidada.

Ninfa que canta a su esquivo amado,
y el navegante en pos de su llamada,
surcando tras la estela enamorada,
en marino horizonte desolado.

Nereida entre la espuma y el coral,
en océanos haremos nuestro hogar,
nuestra pasión eterna y abisal.

Dame tu rumbo para naufragar,
deriva hacia mi Ítaca final,
insondable el amor, oscuro el mar.

Ignacio Aparicio Pérez-Lucas
Grupo A


Nana

Tres sirenitas tiene mi cama.
Tres sirenitas que me acompañan.
Una me inspira,
otra me tapa,
otra me duerme con una nana.
No desesperes vete con calma.
Oye sus cantos cuanto te hablan.
Tres sirenitas tiene mi cama.

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


Otra sirenita

El tambor en vez de arpa la sirenita tocaba.
Diferente se sentía y también enamorada
de aquel pescador hermoso que de lejos la miraba,
con aquellos ojos verdes
de color de la esperanza.
Sus cabellos plateados
que la luna reflejaban.
Sus hermanas se reían,
la población la humillaba,
pero a ella la aburrían
aquellos cantos sin alma.
Sus alas se redujeron,
sus manos acariciaban,
sus escamas son pendientes que le adornaban su cara.
Se convirtió en una diosa.
Afrodita la llamaban

Luisa Sánchez Mayorga
Grupo A


La sirena que acabó con los cantos de sirena

La verdad, es que no aún no he podido saber cómo llegó al Parlamento. Su cuerpo estilizado, embutido en un tejido escamoso, le permitió escurrirse entre sus señorías y demás marabunta de periodistas y correveidiles que a esa hora llenaban los pasillos. Se celebraba una importante sesión parlamentaria sobre el estado de la nación.

Tumbada en la alfombra, esperó su momento. La sala estaba tan acostumbrada a sus cantos, que si alguno de nosotros llegaba a divisarla, lo consideraría normal, pues formaba parte de la casa.

El presidente nos aburrió desde el estrado, a un hemiciclo de por sí aburrido, con un discurso lleno de bonitas palabras, promesas, pero nada convincentes, demasiados cantos de sirena para un país necesitado de un discurso ilusionante.

Nada más bajar el presidente, subió la sirena. Pidió permiso, comenzando un discurso, que en pocos minutos nos despertó del letargo presidencial. Muchos estábamos adormecidos con los cantos de sirena escuchados con anterioridad. Flipamos al escuchar propuestas realistas para un país en crisis, empezando por desenmascarar a tantos políticos corruptos. Había entrado aire fresco, traído desde mares lejanos.

Muchos estábamos confundidos, no dábamos crédito a la sirena parlamentaria, después de haber recurrido tantas veces a sus cantos para echar por tierra argumentos rivales. ¿Era verdad o aún soñábamos?

De repente, sonó la sirena, nos anunciaban por megafonía que tocaba desalojar el parlamento, había amenaza de bomba. Se esfumaron los cantos de la sirena de verdad.

Antonio Castaño Moreno
Grupo A


Virtuosas de la música

El concierto había sido un éxito. Había sobrepasado el techo de cuantos interpretara la orquesta hasta el momento, sin embargo, Mariela aún se encontraba conmocionada por lo sucedido aquella noche.

Unos meses antes, y tras tocar aldabas de personas con prestigio en el campo musical, conseguía ser admitida en la Gran Orquesta Filarmónica Femenina más hermética e importante del mundo. Aportación a esta entidad musicóloga sustanciosa, ya que de facto, pasó a ser solista de violín. No hubo nube cenicienta que sobrevolara su felicidad, debido a la acogida dispensada por las compañeras. Acudía a los ensayos en silla de ruedas, alegando que la debilidad de sus piernas la incapacitaba para mantenerse en pie. Por ende, los ensayos eran escasos, ya que la profesionalidad de sus miembros se hallaba enquistada en el virtuosismo, y para ello se vestían de gala. Las intérpretes, de belleza hechicera, lucían como estrellas celuloidianas con sus trajes de cola. Cosa con la que la hermosa Mariela se solidarizó gustosa.

El día esperado llegó y con él los aplausos millonarios sobrevolando el teatro con su elocuencia abrumadora. Sesenta minutos de emoción que Mariela no pudo soportar, y en un impulso irreflexivo se levantó de la silla de ruedas con gran esfuerzo. Cayó al suelo como árbol segado en su base visible. Su vestido revoloteó quedando al descubierto parte de su anatomía inferior. Un murmullo de voces llegó a sus oídos ¡Ohhhhh! ¡Pero…si es humana! Susurraban las sirenas de la orquesta escandalizadas.

Pepita Sánchez
Grupo B


Escucha las sirenas

Existe una sirena sin cola de pez pero con escamas en las piernas. Su pecho es pequeño sin conchas que los vistan, solo tiene esparcido polvo de coral.
Existe una sirena de pelo color oro rojo con moluscos enredados en sus ondas deshilachadas. Caracolas, caballitos y estrellas de mar.
Existe una sirena que emite sonidos extraños, porque solo conoce palabras de delfín, mientras sus manos de dedos palmeados dibujan símbolos en el aire.
Existe una sirena que quiere abandonar el mar; la sal, la basura y la bravura del océano.
Existen las sirenas.

Sara Diego
Grupo A


Sirenas del Mar
Oigo la voz de una gran mujer.
En realidad es una sirena de mar
que se esconde debajo de su mirada
tan dulce.
Me quede perplejo con la voz
de una gran sirena que acabo de conocer,
En el mar nos topamos con varios marinos
oyendo el mar desde la arena.
Un día cualquiera, encontraremos a la muerte
en las grandes tierras.

David ÁlvarezGrupo B


Sirena de mar
Todas las tardes cuando caía el sol en la playa de Raso, Pontedeume (Coruña) cerca de Ares.
(Recuerdos de mi infancia y juventud) me encantaba observarla sentada en aquellas rocas
finales que sobresalen cuando la marea es baja. Sobre todo si son menos vivas.
Con sus largos cabellos morenos, sus ojos verdes.
Soy mujer pero a veces, también me atraía ella.
Cuando veía que yo me acercaba, solo me miraba.
Mi padre ni mi hermano ni mi tío se dieron cuenta nunca.
Yo buscaba el pez de aletitas de colores que tanto me gustaba.
Y el Lepadogaster Lepadogaster.
Ella me miraba y me observaba.
- ¿Y si te haces daño y te caes?- me dijo una de las veces- eres muy joven y bella.
Aquellas palabras las guardé antes de cenar.
- ¿Qué te pasa Iria?- me decía mi tío- estas en otro mundo.
¿ Y si la sirena estaba enamorada de mi?
De nuevo, la volvía a ver al cabo de dos días.
- Iria anochece vamos- la voz de mi padre sonaba a lo lejos.
La sirena me miró de nuevo.
- Debes irte, es peligroso- me dijo
No la dije nada, solo la miré.
- ¿ Porque no hablas conmigo?- me dijo al dia siguiente- ¿ me tienes miedo?
- ¡Que va!- la contesté- es que no estaba segura que fueras…
- Si lo soy.
A los dos días, salía en la Voz de Galicia la noticia.

Redacción: Ferrol
Ubicación: Playa do Raso, pueblo de Ares Pontedeume (Coruña)
Encontrada una mujer sirena que mantiene conversaciones con la gente que se acerca. No es peligrosa, no manipula.
Atte: Redacción gallega
Localización: al caer el sol, anochecer.

Me asusté teniendo la noticia en mis manos.
Cuando vine a casa, la recordaba.
Al año siguiente, volví a verla. Pero el siguiente desapareció.
Sin embargo, un día estaba buceando y me medio ahogué y fue ella, estoy segura quien me dejó en la playa al lado de mi padre.
Espero que su amor por mi dure siempre.

Iria Costa
Grupo B


Sobre tipos de sirenas

Andaría por los siete u ocho años y recuerdo que algunas noches , cuando despertaba temprano con la sensación de haber tenido un mal sueño, oía desde mi cama, la sirena de la vieja fábrica de hilaturas de San Jerónimo,( en mi Zamora natal), me parecía como el rugido aterrador de un monstruoso dragón , pero sabía que era una sirena, como las que anunciaban bombardeos y que ya había visto y oído en las películas en blanco y negro de la época, pero aun así, mi mente a esas horas jugaba a un totus revolutum entre lo irreal y lo tangible.

El resultado de mis ensoñaciones, hacía que se me antojaran antipáticos, el sonido y el momento y este especial duermevela que, me resultaba eterno y desasosegante, solo se desvanecía con la entrada de mi madre en la habitación para despertarme, tomar el desayuno y todos los demás menesteres previos a ir al colegio.

Creo que en aquellas mañanas, se gestó en mi interior un rechazo visceral por ese tipo de ruidos.

Cuando a lo largo delos años, hube de enfrentarme a las enfermedades de familiares, allegados y amigos y tuve que requerir la ayuda de los servicios de emergencias, el sonido de las ambulancias al llegar y partir con el ser querido, me recordaban, de alguna manera, esa sensación de cuando era niño, atemperado no obstante, por lo esperanzador del medio.

De aquellos tiempos proviene mi costumbre de musitar un deseo o ruego en mi interior, a modo de oración, para que tenga suerte quien dentro va, ritual que repito con las sirenas de bomberos.

Para esta clase de sirenas, no estoy bien predispuesto y si acaso alguna me cae algo simpática, es la de los barcos cuando anuncian su llegada a puerto.

Como siempre hay en la vida situaciones que refuerzan tus fantasmas infantiles, a mí me tocó, en las postrimerías de Junio de 1991, en las que, desoyendo los cantos de mi sirena por aquellas fechas, me planté en Liubliana, vía Viena, por el deseo de gozar de su compañía. Al poco de llegar a la ciudad, tuve que correr, tirando, casi arrastrando, a mi sirena, entre gritos en ignoto lenguaje y adentrarme en un refugio , mientras las otras sirenas, que anunciaban una incursión aérea Serbia, seguían sonando en el exterior.

Lo desilusionante es que, esta mezcla de sirenas, a pesar de lo que publicitara la épica romántica de las películas de guerra(tipo Casablanca y afines), no causan tantas emociones positivas, extra adrenalìnico incluido y si una tremenda incertidumbre, rayana al temor.

Decididamente, es preferible verlo sentado en la comodidad de un cine, a vivirlo (aunque sea abrazado a una preciosa sirena eslava) mientras oyes entremezclados, el ruido lejano de las bombas al impactar y el ulular de las sirenas antiaéreas. Hasta incluso dudé, de mi marcada orientación activo-participativa(en el terreno emocional) y hubiera preferido ser “voyeur”, en ese instante..

Mudé rápido(la edad), pues una vez pasado el miedo y cesado el ruido, mi sirena me recondujo a mis tendencias de forma abrupta, pero satisfactoria. Me quedó claro, que el peligro magnifica los deseos.

Cual si no hubiera un mañana
Sobre la faz de la Tierra,
Efímeros pero intensos
Son los amores de guerra

Había y he oído después , otros cantos de sirena, todos ellos complejos, inquietantes ,absorbentes, tóxicos e incluso vampirizantes, alguno de los que comenta Fito en su canción Soldadito Marinero y he maldecido a veces, no tener la cartera llena….para que solo se hubieran llevado eso.. en fin.

La diferencia entre ambos, es que los “sonidos “ de sirenas son desagradables pero insoslayables por su propia naturaleza física, pero los ”cantos”, son fruto de lo que cree y a veces quiere oír el Ulises de turno y mal empezamos, si con el fin de oírlos, consientes que te aten…….Mejor tapones de cera…¡¡ y a remar!!

Carlos García Riesco 
Grupo A

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